viernes, 29 de mayo de 2015

ENMASCARADO (IX). CAP.2: UNA DECISIÓN COMPLICADA






   No quedaron para tomar un café en su primera cita, aunque tomaron más de uno. Tampoco quedaron para ir al cine, aunque pudieron disfrutar de una película juntos –“La vida es bella” de Roberto Benigni, recordó, aunque a ella le gustaba más decirlo con su italiano perfecto “La vita é bella”–. Ni siquiera lo hicieron para ir a cenar, aunque no dejaron la oportunidad de degustar exquisitos manjares. Nada de convencionalismos. ¿Para qué? Su primera cita se desarrolló dentro de un avión, el avión que les llevó a Nueva York. Diez días en la ciudad de los rascacielos. Itahisa no se lo podía creer, apenas habían pasado cuarenta y ocho horas desde que se conocían, unas cuantas llamadas preguntándola si se encontraba bien y algún que otro sms, y allí estaba él, de improviso en su casa, invitándola a hacer un viaje con el que nunca había llegado a soñar. Nico no le permitió que le dijese que no. Rechazó cada una de sus escusas: apenas nos conocemos, mañana tengo que ir a trabajar a la clínica dental, no puedo preparar el equipaje en tan poco tiempo, estás completamente loco… Cinco horas después se encontraban en Barajas embarcados a punto de despegar. La semana fue intensa. En todos los sentidos. Paseo y picnic en Central Park, homenaje a Lennon –ídolo de Itahisa– visitando el Dakota Building, lugar donde el beatle vivía y fue asesinado por aquel loco que quería tener algo de él que nadie tuviese, su muerte –según la anécdota que le contase ella–. También el luminoso ajetreo de Times Square, góspel y jazz en Harlem, compras por la Quinta Avenida y el SoHo, doble ración de cultura en el Metropolitan y el MOMA, recuerdos de la barbarie humana en la Zona Cero y por supuesto el Puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad y el Empire State Building, con cena de lujo y champagne francés. Y sexo. Mucho, mucho sexo. Itahisa no había disfrutado tanto en la vida. Tenía a su lado a un hombre guapo, inteligente, amable, seductor, generoso, divertido. ¿Qué más podía pedir? Nunca un accidente de tráfico pudo ser tan mágico. Nico creía ver en ella triplicadas esas cualidades. ¡Y encima se parecía a Adriana Lima!

   Tardó más de siete meses en serla infiel por primera vez. Todo un record para él, infiel por naturaleza. Habían sido muy pocas las mujeres con las que había permanecido algún que otro tiempo y ninguna se había librado de los cuernos. Hasta entonces todo había transcurrido con absoluta normalidad. La relación se había ido consolidando, y ambos sentían que se habían enamorado. Nico no recordaba haber sentido nada igual por nadie nunca antes, ni siquiera por Rocío. No se reconocía a sí mismo. Había encontrado por fin al amor de su vida.


“[…] For once I can touch
What my heart use to dream of […]” [1]




    ¿Qué pasó entonces?, ¿Cómo pude ser tan estúpido para estropearlo? –se preguntaba a sí mismo sin que nadie le pudiese responder mientras volvía a mirar las verdosas aguas del río Cofio.

   Malas compañías. O buenas. Sí, muy buenas… todas las chicas con las que se acababan juntando la pandilla siempre que los negocios les dejaban un poco de tiempo. En ocasiones eran precisamente los negocios la excusa perfecta para encontrarse. Trabajaban muy duro todos los días y eso suponía un gran estrés, un estrés con el que había que acabar de alguna manera. En ocasiones eran los deportes de aventura, pero otras veces era encontrarse con Arturo y compañía. Unas cervecitas, unas copas. Sí, el único culpable era él. Él era quién tenía que saber hasta dónde se podía llegar. Él era quién tenía que saber dónde estaba el límite y cuando había que parar. Arturo no tenía ningún compromiso y podía hacer lo que quisiera con su vida, pero él había encontrado el amor de su vida. Nico siempre había hecho lo que le daba la gana. Se había acostado con quien había querido prácticamente todas las veces que había querido, y un carácter así era muy difícil de cambiar. Simplemente no supo valorar lo que tenía. Has sido, eres y siempre serás un cabrón –le dijo en una ocasión su socio, justificando que si no era en aquella ocasión sería en otra muy próxima cuando se acabase acostando con otra–. Itahisa no tardó en darse cuenta. Salidas, excusas y finalmente explicaciones. Habían hablado en varias ocasiones de su relación abierta. Habían decidido que cada uno seguiría viviendo en su propia casa, lo cual no quitaba que ambos tuviesen las llaves del otro o que pudieran pasar varios días juntos. Las primeras veces se cabreó mucho y le amenazó incluso con romper la relación, pero siempre le acababa perdonando. –Estúpida de mí, pensaba Itahisa–. Estaba completamente loca por él. Acabó aceptando a regañadientes la situación. Quería seguir con Nico. Le quería. Aguantó mucho. Muchísimo. Demasiado. Aguantó esa situación casi veinte meses… hasta aquél día en que decidió que todo se había acabado. Las conversaciones previas no habían servido de nada. Las amenazas, menos. Aquella chica desnuda esperándole y cuatro días sin saber nada de él, sin cogerla el teléfono, era más de lo que estaba dispuesta a aguantar. 


[…] What now my love,
Now that it´s over,
I feel the world
It´s closing in on me […]
[…] What now my love,
Now that you´re gone,
I´d be a fool
To go on and on
No one would care,
No one would cry
If I should live
If I should live or die.
What now my love,
Now there is nothing,
Only my last, my last good-bye, Bye, bye.[2]




 


[1] […] Por una vez puedo tocar aquello que mi corazón solía soñar […] “For once in my life”. Frank Sinatra.
[2]  […] ¿Ahora qué amor mío, ahora que todo acabó?, siento que el mundo se derrumba ante mí […] ¿Ahora qué amor mío, ahora que te has ido?, sería un tonto por seguir adelante, a nadie le importaría, nadie lloraría si viviera, si viviera o muriera. ¿Ahora qué amor mío, ahora no hay nada?, sólo mi último, último adiós, adiós, adiós. “What now my love. Frank Sinatra.


viernes, 22 de mayo de 2015

ENMASCARADO (VIII). CAP 2: UNA DECISIÓN COMPLICADA




V

   El recuerdo de Itahisa le produjo un nuevo desasosiego. Ciertamente se sentía culpable de haber tirado la relación por la borda con sus múltiples infidelidades. Ahora era cuando entendía el malestar que la había causado. Ahora que se encontraba encima de un puente. Hasta entonces lo había considerado una minucia más dentro de lo que él siempre había considerado como una relación abierta y moderna de dos personas adultas. Sentía que a su atormentada cabeza Sinatra volvía una y otra vez, ahora para invitarle a lanzarse desde el puente recordándole la pérdida de su chica…


“[…] What now my love,
Now that you´ve left me,
How can I live
Love trough another day […] [1]






   Sentía como la extrema ambición que había mostrado por los negocios, por poseer cada vez más y más, por adquirir notoriedad, también la había tenido con las mujeres. Sí, había sido un auténtico cabrón, con todas las letras, C-A-B-R-Ó-N.

   Conoció a Itahisa de una forma accidental –nunca mejor dicho–. La joven tinerfeña había tenido un pequeño percance en carretera justo delante de las narices de Nico, que circulaba unas decenas de metros por detrás. Aquaplaning. Afortunadamente no le sucedió nada de importancia, sólo el susto, sin embargo requirió la ayuda que le ofertó Nico, más cuando su vehículo se había negado a arrancar de nuevo tras colisionar lateralmente contra un árbol. Era una noche muy fría y lluviosa por lo que aceptó esperar la llegada de la grúa en el interior del coche de Nico, perfectamente señalizado a un lado de la carretera. La verdad es que podía haber esperado en el interior del suyo, pero él la convenció para que no lo hiciera argumentando toda una serie de posibles hipótesis catastróficas entre las que estaba la explosión del motor por una posible e invisible combustión interior. Lo cierto es que él sabía que nada más pasaría en ese vehículo, pero había quedado prendado de la belleza de la chica, y entre risas –mientras el agua empezaba a hacer estragos– la persuadió para que le acompañase. La grúa tardó en llegar casi tres cuartos de hora, lo que permitió que ambos hablasen mucho y riesen en bastantes ocasiones. Habían congeniado. Nico era todo un experto en volver del revés una situación como aquella –un accidente– en algo especial. Cuando llegó la grúa ella lo tuvo claro desde el principio, prefería que fuese Nico quién la acompañase a casa en ese lujoso coche, que no ir montada en un grasiento camión con aquél gordo de mirada lasciva. El trayecto fue muy agradable para ambos. Al llegar se intercambiaron sus números de teléfono. Parecía que ahí iba a quedar todo, al menos de momento, sin embargo, Itahisa sorprendió al generoso gentleman que le había socorrido invitándole a subir a su piso a tomar una copa. Extrañamente no sucedió nada más. O sí. Algo se había movido en el interior de Nico…


“[…] You´re just too good to be true,
Can´t take my eyes off of you […] [2]




[1] […] Y ahora qué, amor mío, ahora que me dejaste. ¿Cómo puedo vivir un día más?[…] “What now my love”. Frank Sinatra.
[2] […]Eres demasiado buena para ser verdad, no puedo quitar mis ojos de ti […] “Can´t take my eyes off of you”. Frank Sinatra.



viernes, 15 de mayo de 2015

ENMASCARADO (VII). CAP. 2: UNA DECISIÓN COMPLICADA








 IV 


   Miraba sus pies. No entraban del todo en el espacio que quedaba tras la valla. Seguía aferrado a los barrotes azules. Sentía miedo. No era el mismo miedo que aquella vez. Entonces la duda estaba en si todo saldría como debía salir. En estos momentos la cuestión es que ya no habría nada más, se acababa todo. Game over. Al menos en esta vida.

   La evocación a otra posible vida en el más allá, le hizo recordar aquellas catequesis de la primera comunión cuando era un chaval. Cielo, infierno. Pues resulta que va a ser infierno. Los suicidas van al infierno ¿no? ¡Y sin confesarme! ¡Qué rápido pasa el tiempo! Se vio así mismo treinta años antes, en su casa, con sus padres y su hermana Isabel, cuatro años mayor que él. Habían sido unos años muy felices. Pertenecía a una familia de posibles. Rica no, pero sí acomodada. Su padre era traumatólogo y su madre una prestigiosa abogada matrimonialista. No pudo por menos que empezar a reír. Reía a carcajada limpia.

   – ¡Joder, con la hostia que me voy a dar!, ¡mira que si no me mato padre, te dejo trabajo hasta que te jubiles. Menuda faenita, ja, ja, ja!

   Sintió que la risa le hacía sentirse mejor. Menos nervioso. Nueva mirada hacia abajo.

   – Está alto de cojones, ¿eh, Arturo?

   Esperó la respuesta de Arturo durante unos segundos. Arturo no respondió. Arturo no estaba allí. Estaba él solo. Su nuevo proyecto no podía ser compartido con nadie. Al fin y al cabo se trataba de un suicidio.

   Siguió recordando su infancia, los amigos, el barrio, el colegio, aquél traje con chaqueta de punto color vino y la corbata que tanto odiaba. Años después se convertiría en una prenda habitual. ¡Y las chicas! Curiosamente, en ese momento no lograba acordarse de ninguna compañera de colegio que hubiese sido especial para él. Seguramente la habría, pero solo le venía a la mente Rocío, una de las mejores amigas de su hermana. ¡Qué tetas! Dieciséis años ella, trece recién cumplidos él. Llevaba entrando en casa toda la vida, pero los dos últimos, cuando se le despertó el deseo sexual, fueron fantásticos. Especialmente cuando se encontraba solo. Algunos años después sería la chica con la que mantuvo su primera relación. Luego, una carrera de fondo. Por su vida pasaron muchas chicas. Muchísimas, ahora que lo pensaba, pero muy pocas fueron especiales para él. Tenía un aspecto físico muy agraciado que lo había conservado hasta el momento. Metro ochenta y siete, setenta y ocho kilos de peso, moreno, ojos verdes, una sonrisa seductora que favorecía su elegante perilla y encima inteligente, simpático, con don de palabra, una gran facilidad para ligar y dinero. Dinero para salir de fiesta, para comprarse ropa, caprichitos caros, para viajar, coche recién cumplidos los dieciocho. Había sido afortunado, sí, muy afortunado. Terminó la carrera –medicina como su padre–. No le gustaba. No ejerció, provocando un gran malestar en casa. Había obtenido unos resultados más que decentes, aunque podían haber sido mejores si hubiese llevado una vida más ordenada, como le pedía su madre. Momentos difíciles que se solucionaron cuando aceptó un trabajo que su padre le buscó en una empresa de un amigo de la familia. Aprendió mucho. Aprendió rápido. Lo aprendió todo o casi todo. Ascenso. Más dinero. Ascenso. Más dinero, más poder, más responsabilidad. Ahí se le despertó el instinto depredador. Tiburón le llamaban algunos.

   – ¡Poco agua va a ser ese para un tiburón! Risas de nuevo.

   Muy bien pagado. Nunca lo suficiente. Trabajo bien y le estoy haciendo ganar mucho dinero. Podría hacer lo mismo para mí mismo y ser yo quien obtuviese los máximos beneficios. Costó un tiempo, pero de repente, de la noche a la mañana, al menos fue así para el señor Iglesias, Nico había montado una empresa para competir contra el hombre que le había dado esa primera oportunidad.

   – ¿Cómo eres tan cabrón?, ¡te voy a hundir!, recuerda que fueron algunas de las lindeces que le dedicó su ya ex-jefe.
   – ¡No, te hundiré yo a ti!, –dijo Nico sereno, completamente seguro de lo que decía–, de momento me llevo mi cartera de clientes. ¡Ah, se me olvidaba, le he propuesto un contrato en exclusividad a Emilio Luís! Ha aceptado.

   El recuerdo de Emilio Luís le volvió a poner de mal humor. No tanto por él, al fin y al cabo siempre se había portado bien, sino por la situación. Mala suerte. Muy mala suerte. ¡Y mucha ambición! Demasiada. Excesiva. Ambición por el dinero, por ser el mejor en todo, por ser envidiado, por ser el centro de atención.

   – Mañana apareceré en las portadas de los periódicos. El empresario Nicolás Blanes se suicida arrojándose desde un puente. Se cree que ha sido como consecuencia de la crisis de Lehman Brothers –pensó que podrían decir–. ¡Nico, joder, se realista aunque sea por una vez en tu vida, y más en este momento! Es tu última oportunidad. Tienes dinero y eres conocido en ciertos círculos, pero no tanto como para salir en la portada. Como mucho unas cuantas líneas en la página de sucesos y solamente con las iniciales. 
   – ¡No, no, recuerda, ya no tienes dinero! ¡Solo tienes deudas! ¡Muchísimas!, –le dijo en el interior de su cabeza Emilio Luís.
   – ¡Joder, Emilio, no me lo recuerdes ahora! ¡Déjame suicidarme en paz! Eso es, así, calladito. Mucho más guapo. ¡Hablando de guapos y de guapas, a ver que quiere ahora la otra! ¡Dime, Itahisa!
   – ¡Que no me tire! ¡Ahora me dices que no me tire! Ya no recuerdas que me dijiste que me querías ver muerto. ¡Ah, que era que yo para ti había muerto! Importante la aclaración. ¿Y cuál es la diferencia?, porque para mí no hay tanta. Mucha, dices. ¡Ah, que era una forma de hablar! Un poco tarde, ¿no crees? Mira, dejémoslo ahí. No sé qué es lo que nos ha pasado. ¿Qué nos ha pasado, Itahisa? ¿Qué nos ha pasado?

 

viernes, 8 de mayo de 2015

ENMASCARADO (VI). CAP. 2: UNA DECISIÓN COMPLICADA




III



   –Nico, ¿qué planes tienes para este sábado? –le había preguntado, entusiasta como siempre, Arturo por teléfono.
   –La verdad es que ninguno, salvo descansar. Llevo algo más de dos semanas tremendas, la mar de moviditas para serte sincero, y creo que lo que más me apetece es no hacer nada, ¿por qué? –respondió Nico.
   –Ni hablar. Respuesta incorrecta. ¿A ver dónde está ese aventurero que presume tanto de ser el más intrépido del planeta? He contratado a una empresa para ir junto a unos amigos y amigas a hacer puenting en un sitio que es la hostia, muy cerca de aquí, y había pensado que te podías venir y conocerlos. Después habrá una parrillada. No me puedes decir que no. Además, te vendrá bien desconectar.
   –¿Puenting dices?...

   Recordaba Nico la conversación como si hubiese sucedido ayer mismo y sin embargo habían pasado ya más de siete años. Por entonces Arturo Montero y él ya tenían algunos proyectos en común, proyectos que con el tiempo se fueron consolidando y ampliando. Buen tipo –pensó–. Aquella mañana llegaron en varios coches a las inmediaciones del puente justo donde ahora había dejado el suyo. Les comenzaron a explicar en qué consistía la actividad. El monitor tuvo que interrumpir un par de veces su charla técnica ante el alboroto que alguno de ellos –producto de los nervios– estaban montando. Les recordó que la actividad era muy segura, pero tenían que estar atentos y seguir a rajatabla sus instrucciones. Silencio primero, risitas después. Parecían niños a pesar de pasar todos de los treinta.

   –¿Por qué nos lanzamos desde aquí si hay menos altura que desde el centro? –preguntó Irene, una madura y atractiva abogada morena con la que Nico había congeniado bastante bien durante el trayecto hasta el puente–, ¿A ver si va a haber más cuerda que distancia, eh? –comentó riendo, pero a la vez creyéndose su pregunta.
   –Tranquila, este es el lugar para hacer el puenting. Cuarenta metros. Está todo calculado. Desde allí se hacen otras modalidades como por ejemplo el pupuenting, un salto de doble caída, –respondió el monitor–, caída como el puenting, balanceo pendular, subida, y de repente, nueva caída a mucha más profundidad. Una pasada.
   –¿Habrá que probarlo también no, Nico? –dijo Arturo, desafiante.
   –Vamos a disfrutar primero de esto y ya veremos, –le contestó un tanto inseguro.
   –Cuando hayas saltado unas cuantas veces aquí, querrás probar seguro, –dijo el monitor.

   Siguió con su explicación: salto pendular, arneses, mosquetones, ochos, cuerdas, pesos, elasticidad, tantos por ciento. Ley de la Gravitación Universal. Newton, Einstein y la madre que los parió. Nueve con ochenta y un metros por segundo al cuadrado, veinticinco metros, poco más de dos segundos y medio de caída. Aceleración de cero a setenta kilómetros por hora. ¡En cristiano, so cabrón! En cristiano, pues en cristiano. El vello de punta, se te sale el corazón, quinientas pulsaciones por segundo, la cara más pálida que Brad Pitt en “Entrevista con el vampiro”, los “güevos” de corbata. ¿Te has enterado, so mamón? ¡Pues ala, a disfrutar!

   Sonrió por primera vez después de muchos días sin poder hacerlo, después de muchos días de crispación consigo mismo, con Itahisa, con Emilio Luís, con los Lehman Brothers, los Blues Brothers, los Jonas Brothers y todos los brothers del mundo. Con todo el mundo en realidad. Sonrió recordando cómo había sido su primer salto. Una experiencia indescriptible. ¿Indescriptible? No, claro que no, claro que la podía describir. Divertidísima, fantástica, a la altura de otras de las muchas actividades de riesgo que ya había practicado. Recordó. Se vio con chaleco salvavidas y casco descendiendo en balsa por las aguas blancas del Noguera-Pallaresa, saltando de poza en poza, embutido en un traje de neopreno, por los barrancos de la Sierra de Guara. Sintió como el viento gaditano de Tarifa le revolvía el pelo mientras hacía wind-surf, la emoción de aquel primer salto en paracaídas. Se abrirá, no se abrirá. ¡Espero que se abra! Después vendría la escalada libre, no pudiendo olvidar la que consideraba había sido su experiencia más increíble cuando coronó después de dos días los casi novecientos metros de la pared granítica de “El Capitán” en el Parque Nacional de Yosemite a través de “The Nose” –la vía preferida por la mayoría de los escaladores– haciendo incluso noche en una tienda colgado de la pared. Nunca pudo, sin embargo, intentar hacer un solo integral –escalar sin ningún tipo de sujeción, solamente la conseguida con sus propias manos embadurnadas de magnesio y sus pies de gato–. Mortal de necesidad. Eso quedaba para gente más valiente que él.

   –¡Venga Nico, te toca a ti!

   La frase vino justo después que Mayte, una rubita pequeña de tamaño pero con unos ojos color verde marihuana –que diría el maestro Sabina– atenazada por los nervios y el miedo, dijera que no, que no podía, que era superior a sus fuerzas subirse a la barandilla. Venga, vamos, si todo es muy seguro, ya has visto a Juanín, a Pedro y a Idoia. ¡Qué he dicho que no, joder!

   De nuevo a quitarla los arneses, desenganchar cuerdas, volver a colocar todo en su sitio. ¡Ufss, la hora de la verdad! Ahora da igual todo lo que hayas hecho antes. Mezcla de miedo y deseo. Lo miras todo. ¿Estará bien puesto esto, no? El corazón se acelera, ligero temblor de manos. Miradas. Sonrisas. La adrenalina a tope. ¡Tres, dos, uno, salta! ¡Ahhhhhhhh! ¡Dios, Dioooosssss! ¡yuuujuuu!

   –¡Lo hiciste cabronazo, lo hiciste!, –dijo alguien desde lo alto del puente, a quién Nico no pudo reconocer–. Sus endorfinas estaban por las nubes, mucho más altas que él mismo en el movimiento de ascenso. Estaba eufórico. Había saltado al vacío. El terror le invadía por dentro y de repente, las cuerdas volvían a estirarse y le recogían izándolo de nuevo hacia arriba.
   –¡Já, ja, ja, esto es la hostia! ¡la hooostiaaaa! 

.........................

    Caminó hacia el punto exacto donde se hacían los saltos. Nueva mirada hacia abajo. Cruzó la carretera hasta el otro lado del puente. Nueva panorámica. Casi igual, pero distinta. Segundos de reflexión. No, tiene que ser desde donde siempre. Estaba nervioso. Alzó la pierna izquierda para salvar la barrera. Una pierna a cada lado, a caballo. Alzó la pierna derecha y salvó de nuevo la barandilla. Se agarró fuertemente. Tensión en las manos. Los nudillos parecían querer escaparse de ellas. Estaba en el sitio indicado, pero ahora no había cuerdas.


viernes, 1 de mayo de 2015

ENMASCARADO (V). CAP.2: UNA DECISIÓN COMPLICADA





II 


   Dejó atrás San Lorenzo del Escorial. Ya quedaba poco para llegar a Santa María de la Alameda. Seguía confuso. Llevaba casi una hora conduciendo. Apenas se había cruzado con un par de coches o tres y por el retrovisor no veía a nadie cerca. No podía quitarse de la cabeza la conversación que había tenido el día anterior con Itahisa. Había estado desaparecido cuatro días. Cuatro días sin llamarla por teléfono, sin responder a sus llamadas, sin querer saber nada de nadie. Cuatro días aturdido, desquiciado y desconcertado por la situación que se le venía encima. Cuatro días inquieto, vacilante, pensando en lo que iba a hacer, mientras acababa una tras otra con cada botella que caía en sus manos. Daba igual lo que fuera, whisky, ron, ginebra. No entendía como le podía haber sucedido eso. No comprendía como el esfuerzo de tantos años se iba al garete de la noche a la mañana. Habían arriesgado mucho. Habían apostado muy fuerte y esta vez la moneda salió cruz. Decidió llamarla. No le cogió el teléfono ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera ni a la cuarta vez, pero sí a la quinta. Itahisa sabía que Nico podía ser el hombre más persistente del mundo y que era preferible aclarar lo que hubiese que aclarar de una vez por todas. 

   Salieron todos los santos a relucir entre grandes gritos. La madre de Nico, constantemente mencionada, cobró gran protagonismo. A él solo le quedaba aguantar el chaparrón. Necesitaba verla y explicarla lo que había sucedido. Una vez más. Pero no, ella se negaba rotundamente a verle. Había aguantado mucho todo el tiempo que llevaban de relación y ya no estaba dispuesta a hacerlo más. Salieron a escena varios de los devaneos y escarceos que él había tenido. Ni la cuarta parte de los que había habido en realidad. Situaciones del pasado, no solo relacionadas con otras mujeres, juergas, borracheras. Perdono, pero no olvido. Se acabó. Esta vez sí que se acabó. Definitivo… 


“[…] I can see it in your eyes, 
That you despise 
The same old lies 
You heard the night before […] [1]


   Encontrarse a su ligue en casa completamente desnuda había colmado la paciencia de la odontóloga canaria. Casi tres cuartos de hora de conversación. Ruegos, lágrimas. Itahisa, a través del auricular, debía percibir la voz cansada, tomada por los excesos de los últimos días del que hasta ese momento había sido su pareja. Explicaciones, explicaciones, explicaciones. Se lo dejó muy claro. No quería saber nada más de él. No quería volverle a ver en la vida. Le daban igual sus empresas, su dinero, sus viajes de negocios, los viajes compartidos de placer, su coche, su casa, los momentos dulces vividos, sus problemas, su todo. Para ella había muerto. 

.........................

   Conocía perfectamente el recorrido. No era la primera vez que lo hacía. No tenía que llegar al pueblo, simplemente seguir sin salirse de la M-505. Tenía ganas de llegar ya, salir del interior del coche y respirar. Sentía que le faltaba el aire. Giró a mano izquierda para dejar el vehículo en el parking –si es que se le podía llamar así a aquella zona asfaltada de cualquier manera–. Estaba vacío –como casi cualquier día entre semana– muy distinto a los sábados y domingos y a los periodos vacacionales en los que se encontraba repleto de vehículos de locos que tenían su misma afición, saltar encordados desde un puente. El bar permanecía cerrado –total, para qué iba a estar abierto si no había clientes. 

   A pesar de necesitar salir del interior de su Touareg, permaneció unos segundos más con el motor apagado y la cabeza reclinada hacia atrás. Los ojos, cerrados. Al salir, decidió echar un primer vistazo. Siempre había sido su imagen preferida, con los primeros rayos de sol saliendo. Contempló el puente de hormigón de grandes líneas rectas. Siempre le habían gustado más las curvas, salvo para los negocios. La brisa de la mañana hizo que sintiese un poco de frío. La temperatura a esa hora del día a mediados de septiembre no era la ideal para caminar tan ligero de ropa. Caminó desde el aparcamiento despacio, golpeando como un niño –sin saltarse uno solo– cada uno de los barrotes de la barandilla metálica que había a su izquierda hasta llegar a la zona central. Tres minutos en los que seguir pensando en todo lo que había sucedido en los días anteriores. Era la zona de máxima altura. Algo más de sesenta metros de caída –recordaba que le habían comentado en más de una ocasión los monitores con los que se inició en eso del puenting–. Al fondo, el río Cofio. Se detuvo para contemplar su belleza. Escuchó el rumor del agua a pesar de ser uno de los momentos en que llevaba menos, al fin y al cabo se estaba terminando el verano, no obstante le seguía produciendo unas agradables sensaciones. No tardaría en llegar la temporada de lluvias que habría de aumentar notablemente el caudal del mismo, y su belleza, grandiosa ya de por sí gracias a la abundante vegetación de chopos y fresnos y de los pinares de las laderas. 

   Permaneció quieto, ligeramente inclinado, los codos apoyados en la barandilla y los puños sobre la cabeza, concentrado en un único punto, meditando sobre la decisión que había tomado. Ni siquiera se apercibió de las luces del único vehículo que en todo ese tiempo pasó a su lado. El conductor había reducido la velocidad, pasando muy despacio –casi parando– a su lado. Parecía pensar este loco malpeinado es capaz de tirarse. No creo. Allá él. Que haga lo que quiera. Siguió adelante. Ciertamente el aspecto de Nico no era ni de lejos el habitual en él, siempre vestido de forma impecable, trajes de diseño hechos a medida, pulcros zapatos elaborados artesanalmente con las mejores pieles, corbatas de seda, gemelos, relojes prohibitivos para el común de los mortales que nunca llevaba más de una semana seguida. En cambio, en esta ocasión se mostraba con unos pantalones vaqueros que aún siendo caros no lo parecían por la suciedad que llevaba, camisa de manga corta roja muy arrugada por fuera del pantalón y sobre todo el aspecto de no haberse duchado en los cinco días que había permanecido ajeno al mundo. Ajeno al igual que en ese momento, en que permanecía en su ensimismamiento, recordando los buenos momentos vividos sobre ese puente. En ese momento en cambio, sentía que no había nada ni nadie a su alrededor, solamente un puente que pondría fin a su angustia. Se acordó de Sinatra, con su inquebrantable elegancia, nada que ver con su apariencia actual, cuando decía aquello de… 


“[…] Can´t go on, 
Everything I have is gone […]” [2]






[1] […] Puedo verlo en tus ojos, que desprecias las mismas viejas mentiras que escuchaste la noche anterior […] “Something stupid”. Frank Sinatra. 
[2] […] Ya no puedo seguir, todo lo que tengo se ha ido[…] “Stormy wheather”. Frank Sinatra.