La décima etapa supondría cambios importantes en la planificación de las etapas, al menos desde el punto de vista de las etapas habituales en las principales guías y páginas webs. Ya sabéis, los que habéis leído mis anteriores entradas, que yo me guiaba por la página web gronze.com. En todo caso, la ruta es algo muy vivo y los cambios de planes son imprevistos, necesarios y hasta divertidos.
La etapa habitual nos tendría que haber llevado hasta la capital riojana, Logroño, sin embargo, mis molestias supusieron que acortáramos la misma a poco más de 17 kms. y terminásemos todavía en tierras navarras, ya que decidimos pernoctar en Viana, nombre con mucha historia (da nombre a uno de los títulos que ostenta el/la heredero/a de la Corona de España, Príncipe de Viana, Princesa en este momento, además del más conocido de Príncipe/Princesa de Asturias, desde el siglo XVI, aunque el título se estableció en el primer cuarto del XV).
La marcha hasta Viana no tuvo, que ahora recuerde, nada de particular. Pasamos por los pequeños municipios de Sansol y Torres del Río. Carlos, en su 5ª jornada caminando, iba reclamando bicicleta, algo que apenas había hecho en las etapas anteriores y aprovechaba alguna bajadíta para probar la velocidad.
Iglesia de San Zoilo en Sansol (Navarra)
Llegamos bastante pronto a Viana, poco después de mediodía, y ahí tuvimos que decidir a que albergue dirigirnos. Carlos apostaba por uno perteneciente a la parroquia y que era gratuito. Yo prefería ver alguno de los privados aunque hubiera que pagar algo, al fin y al cabo, en los gratuitos das la voluntad y no varía mucho de los privados "normales". Finalmente, Carlos se hizo con la suya y fuimos allí, y aunque a mí no me dio la mejor de las impresiones, no nos atrevimos a decir que no nos quedábamos. Sin duda alguna fue el albergue más modesto de todo el Camino, de hecho dormimos en colchonetas en una única sala para chicos; había otra para chicas. Los albergueros, entre ellos un sacerdote o eclesiástico italiano, nos indicaron que había una cena comunitaria, también gratuita, al igual que el desayuno al día siguiente. Tras ducharnos (solo había una ducha minúscula en cada uno de los aseos, chicos y chicas, por supuesto), salimos a pasear por el pueblo. Tras quitarte las botas, volverte a calzar y bajar las estrechas escaleras del albergue era un suplicio, aunque luego el dolor remitía.
Curioso contenedor de reciclado con "Las Meninas" de Velázquez en Viana
Viana estaba en vísperas de fiestas y se notaba, además de por las talanqueras para los encierros, en el ambiente del pueblo, con mucha gente en las terrazas. Como mi lesión en el aductor no remitía, me decidí por buscar una clínica de fisioterapia, pero para mi desgracia no me pudieron atender en ninguna, y es que la gente quería pasar por el "taller" para estar bien para las fiestas, ¡qué raro!
Como última opción, entré en una farmacia y tras explicarle mi dolor y que no podía tomar antiinflamatorios, me recomendó una crema que resultó una maravilla, mano de santo que se dice, y que por supuesto sigo usando hoy con cada dolorcillo.
En la cena comunitaria en el albergue se dio una curiosa casualidad, yo era el único español peninsular, pues aparte de Carlos, canario, el resto de peregrinos/as eran extranjeros. Recuerdo a una chica croata con la que caminaría unos días después un tramo y también 2 jovencísimas francesas o belgas, de tan solo 17 años, ¡qué valor el suyo, y de sus familias, para adentrarte en una aventura fuera de tu país a esa edad y solas!
Tras la cena se produjo uno de esos momentos mágicos que no te imaginas y siempre recordarás del Camino. Nos invitaron a acceder desde el albergue a través de una "puerta y pasillo secreto" a la parroquia de Santa María, directamente al coro y allí cada uno encendimos una vela que nos habían dado, pues la iglesia estaba vacía y sin luz. Allí nos invitaron a hacer unas oraciones y cantos, voluntarios por supuesto, y se produjo esa magia de escuchar canciones eclesiásticas en francés, alemán, italiano, polaco... muy bonito, más allá de las creencias de cada uno. Creo que solamente por esto mereció la pena la incomodidad de dormir en una colchoneta de apenas 5 cm sobre el suelo.
Portada e interior de la Parroquia de Santa María de Viiana
(foto propia y de verpueblos.com, respectivamente)
La siguiente jornada, undécima mía si contamos con el prólogo, sería la última que caminaría con Carlos, ya que al tener billete de avión de vuelta, tenía que ponerse a marchar en bicicleta si quería llegar a Santiago.
Hicimos buena parte del tramo hasta Logroño en compañía de una peregrina andaluza, residente en Barcelona. A la entrada en Logroño, tras pasar por una zona industrial, nos encontramos a una señora que te sellaba la credencial y que vendía refrescos e higos. Al parecer era la hija de otro de esos personajes emblemáticos del Camino, Felisa la de los higos, al igual que Pablito, el de las varas, en Azqueta.
Tomamos algo en la terraza de un bar frente al parlamento riojano y nos despedimos de la compañía de la peregrina, que prefería pasar la jornada allí y disfrutar de los pinchos de la calle del Laurel. Acostumbrados a pasar por pequeñas localidades, atravesar Logroño se nos hizo un poco largo. Dedidimos que acabaríamos la jornada en Navarrete, unos 12 kms después. Allí nos encontramos con otro de esos albergues que merecen bastante la pena, con 4 habitaciones de 6 literas, baños en cada habitación, un gran comedor y cocina con todos los útiles para cocinar, máquina de café y café de puchero gratis.
Albergue municipal de Navarrete y habitación
(fotos de alberguescaminosantiago.com y bicigrino.com, respectivamentete)
Y allí también estaba de nuevo él, Thomas, con el que ahora sí tuvimos la oportunidad de hablar y nos resultó bastantes simpático (ya había bebido algo). Nos contó que llevaba casi 2 años caminando y que había hecho bastantes Caminos, el de la Plata, el Primitivo... y es que el Camino estaba siendo para él su salvación ya que había estado en otro mundillo en el que además del alcohol, había estado presente las drogas, violencia, prostitución... Al parecer, cuando llegase a Santiago su intención era comenzar un larguísimo camino hasta otra de las ciudades Santas, nada más y nada menos que Jerusalén.
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