La vigésima etapa de mi Camino me llevaría desde Carrión de los Condes hasta Terradillos de los Templarios, ambas localidades palentinas, en un recorrido de 26,3 kilómetros. Tras haber pasado una estupenda tarde-noche en la jornada anterior con Susana, Julián, Isa y Daniel, habíamos decidido comenzar la jornada juntos, sin embargo nos llevamos la sorpresa cuando Daniel, que se había hecho daño en jornadas anteriores, no se veía capaz de comenzar y estaba por la labor de abandonar. Entre todos, pero especialmente Julián, que se acabaría convirtiendo en un "padre" para todos nosotros, le convencimos de que lo intentara, puesto que la etapa, más allá de la distancia a recorrer, no tenía ninguna dificultad, de hecho fue una de las más monótonas y es que el paisaje de Tierra de Campos nos ofrecía rectas interminables por pistas de arena. Si esta etapa la haces en solitario se puede convertir en un tedio, la verdad, salvo que lo que quieras es, como se dice, encontrarte contigo mismo. Pero no, este no era el objetivo y charlando con un sol que poco a poco se convertiría en abrasador nos fuimos conociendo un poquillo: Susana era enfermera en Alicante, Daniel se ganaba la vida enseñando inglés en una academia en Madrid, Julián trabajaba en un instituto de secundaria como auxiliar de control en Vizcaya e Isa tenía planes para seguir estudiando su carrera universitaria, Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, como Erasmus en Croacia.
Comenzada la jornada se nos unió Juan, el chico que había visto unas jornadas antes con Susana y con la "chica de Orbaneja". Si no recuerdo mal era de la Comunidad valenciana aunque trabajaba en una oficina en algún lugar de Aragón. Pudimos hacer un descanso en Calzadilla de la Cueza, tras 17 kilómetros, en lo que era el tramo del camino más largo sin ningún pueblo entre medias.
Antes de la hora de la comida, llegamos a Terradillos de los Templarios y allí decidimos alojarnos en un albergue de curioso nombre, "Jacques de Molay", nada más y nada menos que el del gran Maestre de la Orden del Temple que fue acusado de herejía y condenado a la hoguera en 1314 por orden del papa Clemente V y el rey de Francia, Felipe IV. La historia dice que antes de morir en la pira montada delante de la catedral de Notre-Dame, Jacques de Molay lanzó una maldición al papa y al rey, asegurando que morirían antes de un año, como así acabó sucediendo, el papa poco más de un mes después, mientras que el rey duró algo más de ocho meses. Como curiosidad, años después, hablando del Camino con mis alumnos, uno me comentó que su tía tenía un albergue, y al decirme la localidad, resulta que era este mismo.
En el albergue no todos pudimos dormir en camas bajas, algo que se agradece, y a algunos les tocó ir a literas. Comimos y cenamos, y muy bien, en el pequeño restaurante del propio albergue. Allí me sucedió algo que no esperaba, el día anterior había gastado más dinero del esperado, no había podido ir a un cajero y llegando al albergue, entre unas cosas y otras, me quedé con muy poco dinero, desde luego no suficiente para comer en el restaurante, pero allí estaba Julián y su generosidad, que conociéndome menos de 24 horas antes, no dudó en dejarme lo que necesitara para que me pudiera quedar con ellos. El pueblo, muy pequeño, no daba para mucho más que dar un pequeño paseo, pero nos sirvió para seguir conociéndonos mejor.
La siguiente jornada, la número 21 para mí, nos llevaría desde Terradillos de los Templarios hasta Bercianos del Real Camino, ya en la provincia de León, tras caminar poco más de 23 kilómetros. Del camino en sí, poco que decir, seguimos por la cerealista zona de Campos de Castilla hacia el páramo leonés. Hicimos una parada en Sahagún para reponer fuerzas. Allí aproveché que era la primera localidad con bancos para acudir a un cajero, era domingo, y sacar dinero para pagar mis pequeñas deudas. En los últimos kilómetros empecé a sentir que no me encontraba cómodo caminando, aunque no sabía bien qué era. No podía seguir el ritmo de Julián e Isa, mientras que Daniel y Susana, que llevaban un ritmo más lento iban hablando de sus cosas y poco a poco se me fueron acercando, llegando juntos a Bercianos. Al menos, ese tramo del camino lo fuimos haciendo por un paseo arbolado.
Cuando llegamos, el albergue todavía estaba cerrado. Los peregrinos que ya estaban allí y alguno que fueron llegando nos sentamos en el suelo a la solana hasta que abrieron, formándose un poquillo de lío, todos queríamos ser los primeros en acceder, ducharnos y poder descansar... hasta que apareció ella, una monja italiana con bastante mala leche que comenzaba su ciclo de 15 días o un mes como alberguera (el albergue era parroquial). Julián, que había sido alberguero en Vizcaya, en el menos transitado (aunque cada vez más) camino del norte, mi próximo objetivo, sintonizó, en cambio, bastante bien con ella, por lo que nuestro grupo recibió un "pequeño trato de favor".
Tras comer en un bar del pueblo y descansar, por la tarde, sin mucho que hacer, algunos jugamos a un juego de dados que nos enseñó Daniel hasta que llegó la hora de comenzar a hacer preparativos para la cena, que en este caso era comunitaria y por la voluntad. Recuerdo que también hubo canciones y charlamos con el párroco y con una chica alemana que nos contó como se había preparado el Camino, nada más y nada menos que yendo al trabajo durante meses caminando en lo que suponía cada día, entre ida y vuelta, hacer una distancia similar a una jornada media de la ruta jacobea. En distancia había hecho unas cuantas veces la del camino francés, asegurándonos que había adelgazado un porrón de kilos. Tras salir a pasear por el pueblo, me tocó por primera vez curarme una pequeñísima ampolla en el pie, apenas nada, y considerando que ya llevaba 3 semanas andando, un privilegio considerando lo que había visto y acabaría viendo.
La siguiente jornada, vigésimo segunda, entre Bercianos del Real Camino y Mansilla de Mulas no comenzó bien. Cierto es que al comenzarla en la aurora, cuando todavía no había amanecido del todo, fue preciosa, pero rápidamente me di cuenta que el descanso del día anterior no había servido y que yo seguía con dolor en la pierna derecha. Durante la jornada, que solo comenzamos Julián, Isa y yo, pues Daniel y Susana decidieron quedarse más tiempo en la cama, empezando yo a sospechar que les sobrábamos un poquillo... nos juntamos con la chica alemana de la noche anterior (recuerdo que tenía un caminar extraño, moviendo mucho los brazos, en lo que parecía casi un baile) y con la que Isa hizo muy buenas migas.
Yo cada vez me iba resintiendo más y a Julián e Isa se les hacía más difícil llevar mi ritmo lento, aunque a veces paraban y les alcanzaba. Al final de la jornada comenzó a llover. Era una lluvia fina (primera vez que me llovía), pero que evidentemente, si no caminábamos acabaría empapándonos por lo que esta vez sí, mis compañeros de fatigas decidieron acelerar y no parar. Yo ya lo estaba pasando bastante mal y me costó llegar al albergue. Habían sido otros 26,3 kilómetros y estos caminados desde principio a fin con malestar. Cuando llegué me comentaron que había un servicio de masajista que me podría venir muy bien, por lo que cogí cita.
Bajamos a comer en un restaurante del pueblo y allí sucedió otra de esas cosas que nunca te imaginarías. Una pareja de novios bastante joven, que ya habíamos visto en el albergue de Terradillos entró a comer en el mismo restaurante y Julián les ofreció sentarse a comer con nosotros. Como siempre en estos casos empezamos a hablar de dónde éramos, dónde habíamos empezado la ruta... al decir que eran de Madrid y yo comentar que yo trabajaba en su comunidad como profesor, me preguntaron que dónde y dije que el último curso había estado en Leganés. Me preguntó en qué instituto y cuando lo dije le vi una cara de sorpresa. Pensé que tal vez hubiera estudiado allí, pero no, la sorpresa fue mayúscula cuando me dijo que su madre, Lourdes, trabajaba allí, sí, había dado en la provincia de León con el hijo de una compañera. Ya dicen que el mundo es un pañuelo. Nos hicimos una foto y se la mandamos a su madre, que por entonces estaba en el extranjero. No se lo podía creer.
Por la tarde acudí a la cita con la masajista que realizaba el trabajo por la voluntad. Yo no sabía cuánto darle, y creo que se sorprendió gratamente cuando le di 20 €, algo que no debía ser muy normal, pero que a mí no me parecía mucho para el tiempo dedicado. Al principio parecía sentirme mejor, pero poco a poco vi que no me había hecho gran cosa, que no era para nada el tratamiento que yo necesitaba y es que había una lesión de verdad como pude saber en jornadas posteriores, un auténtico contratiempo.
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