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Las siguientes tres jornadas transcurrirían por las comarcas de la Maragatería y el Bierzo, llamada esta última popularmente la quinta provincia gallega, entre Astorga y Villafranca del Bierzo a lo largo de algo más de 75 kilómetros.
La primera de esas jornadas, la número 26 en mi "aventura" me llevaría desde Astorga hasta Foncebadón, una localidad de nombre mítico en el Camino por la famosa Cruz de Ferro, aunque eso quedaría para la siguiente etapa.
Comenzamos con una suave y progresiva subida pasando por las localidades de Murias de Rechivaldo, Santa Catalina de Somoza y El Ganso a partir del cual la pendiente se va acentuando. En Murias de Rechivaldo me llamó la atención una calle larga y adoquinada en la que había numerosos establecimientos hosteleros y muchísima gente en sus terrazas a pesar de haber caminado apenas 5 kilómetros. Nosotros decidimos no parar todavía. Hicimos un receso en Santa Catalina de Somoza. Entre Murias y Santa Catalina tienes la posibilidad, que nosotros no aprovechamos, de desviarte y visitar un pueblo pequeñín pero con mucho encanto, por su arquitectura y por su famoso cocido maragato, como es Castrillo de Polvazares. Recuerdo que les conté a Pedro y Enrique cómo era el pueblo, que ya había visitado en un par de ocasiones si no recuerdo mal.
Con Virginia teníamos todavía poca confianza y ella decidió ir a su ritmo, bastante lento por las molestias con las ampollas, sin embargo, como apenas paraba, algo que nosotros volvimos a hacer un poquito más adelante, siempre nos alcanzaba.
A partir de la localidad de Rabanal de Camino la subida se convierte en considerable ya que se asciende algo más de 300 metros en aproximadamente 6 kilómetros. En una parte de este tramo nos encontramos con que parte de la ladera había sufrido recientemente un incendio. También me parece recordar que había indicado el lugar donde había fallecido un peregrino, algo que volveríamos a ver en otra ocasión al menos.
Esta etapa la hice mejor de lo que pensaba, aunque el final se hizo bastante durillo. Pedro lo pasó durante un ratito realmente mal, sin embargo, de forma repentina recuperó energías y no había quien pudiera con él. Finalmente llegamos al pueblo de Foncebadón, que gracias al Camino está teniendo un resurgir con la instalación de bastantes albergues. Julián, que había llegado antes que nosotros, consiguió que nos metieran a todos juntos en una dependencia que no era el albergue en sí, durmiendo en colchonetas. Antes que eso hicimos comida en el propio albergue y recuerdo que por la tarde, después de una siesta hubo bastante convivencia con otros muchos peregrinos e incluso había uno con una guitarra que atrajo a una parte de los allí presentes. También recuerdo que estuvimos pasando un buen rato con unas peregrinas extranjeras; Daniel nos servía en ocasiones de intérprete...
A la mañana siguiente, aunque en realidad todavía no había amanecido, y tras un rico desayuno en el que triunfó la "nutella", comenzamos una nueva etapa, la vigésimo séptima para mí, que nos llevaría desde Foncebadón hasta Ponferrada, con un recorrido de casi 27 kilómetros. La subida hasta el alto de Foncebadón, donde se encuentra la famosa cruz de hierro o "cruz de ferro" fue más fácil de lo esperado, puesto que la mayor parte de la subida la habíamos hecho el día anterior. Otros peregrinos apuestan por pernoctar en Rabanal del Camino, acortando la anterior pero convirtiendo esta etapa en algo más dura. Para aquellos que no hayan oído hablar del alto de Foncebadón, decir que es uno de esos lugares más carismáticos del Camino. La tradición dice que el peregrino debe llevar una piedra desde su casa durante toda la travesía hasta llegar allí y depositarla a los pies del mástil, habiéndose formado ya una pequeña montaña de piedras. No era un lugar nuevo para mí, pues recuerdo que siendo universitario hicimos una parada en un viaje donde uno de mis profesores nos habló de esta tradición.
Recientemente he leído que el Ayuntamiento de Santa Colomba de Somoza quiere hacer una intervención integral en el sitio, supuestamente para potenciar "su espiritualidad", pero que conlleva un parking, zona para autocaravanas, zona de descanso, una avenida peatonal con escaleras y rampa rodeado de cipreses que a mí me recuerda a un paseo de un cementerio y que está recibiendo las críticas de gran pare de los amantes del Camino con una petición en su contra en Change.org. Al parecer, también se ha urbanizado la calle principal de Foncebadón, convirtiéndola en una calle de un pueblo más y no con una rehabilitación especial de un entorno emblemático.
La cruz de ferro tal y cómo es e imagen del proyecto de urbanización (Fotos de Gronze.com)
La bajada desde la Cruz de Ferro fue larga, con fuerte pendiente y a ratos algo difícil por lo que además de algún descanso para ver y fotografiar las maravillosas vistas de los Montes de León hubo que hacer una parada técnica en Acebo de San Miguel para tomar un rico tentempié.
Panorámica de los Montes de León
Tras este tramo que hice principalmente solo, me volví a juntar con parte de mi grupo y a partir de ahí y durante un rato caminé con Pedro y Daniel. Pasamos por Riego de Ambrós, un pequeño y bonito pueblo típico de la zona, con sus casas construidas en piedra con tejados de pizarra. Creo que fue allí que a Pedro le dio un "apretón" y no podía aguantar por lo que entró en un albergue que tenía la puerta abierta, aunque no había nadie, ni peregrinos ni dueños, y no le quedó más remedio que buscar el servicio. Nos reímos mucho con la situación, sobre todo pensando en que hubiese dicho el dueño si llega y le ve saliendo del wc, aunque supongo que lo hubiese comprendido.
Allí conocimos también a una chica sueca, enamorada de España, con la que caminamos un ratillo los tres, tratando de comunicarnos en español y en inglés, gracias a Daniel, claro. La bajada pedregosa nos separó y yo seguí con la sueca, primero hasta Molinaseca donde nos pudimos bañar, más bien mojar los pies en una magnífica playa fluvial, que estaba bastante concurrida y después caminando hasta Ponferrada, en un tramo muy urbanizado.
En Ponferrada pernoctamos en un enorme y magnífico albergue parroquial, el de San Nicolás de Flüe. Al llegar, Julián me preguntó por Virginia y yo le dije que la había visto bastante mal y que tardaría bastante, ¡cuál fue mi sorpresa, que apenas tardó veinte minutos más que yo y es que cómo ya dije ella no paraba prácticamente nada con lo que iba recuperando toda la distancia que íbamos nosotros ganando al caminar más rápido! En Ponferrada, Virginia tomaría una gran decisión, comprar un nuevo calzado (poco aconsejable normalmente, pero tal y cómo era su situación no tenía nada que perder) y abierto. A partir de entonces se mostraría como una jabata.
El albergue contaba con una especie de alberca dónde podías meter los pies, un enorme jardín, además de una ermita tras la cual había una pila donde lavar la ropa y tenderla. Decidimos hacer una cena comunitaria con otros peregrinos y por la tarde fuimos a hacer compra a un súper, un poco antes de dar un paseo por la ciudad con su magnífico castillo templario.
Albergue parroquial San Nicolás de Flüe (fotos de alberguescaminosantiago.com y viajecaminosantiago.com, respectivamente)
Castillo templario de Ponferrada
Por la noche estuvimos hablando de los planes para la jornada siguiente. Julián e Isa querían alargarla y llegar hasta un pueblo llamado Pereje, 5 kilómetros más adelante de Villafranca del Bierzo. Pedro, tenía ya reservados todos los albergues, algo que no habíamos hecho los demás, y esa etapa la tenía que concluir en Villafranca. No se trataba simplemente de esa mínima distancia, sino más bien que ellos llevaban un ritmo mucho más alto que el nuestro, pensaban ya en la posibilidad de no acabar en Santiago sino en Fisterra y tenían que ir ganando tiempo. Desde hacía días yo caminaba más con Pedro y Enrique, y considerando que mi ritmo era más lento que el de Julián e Isa y que el fisio de León me había recomendado las frías aguas de Villafranca, decidí quedarme con los primeros. No me arrepentiré nunca porque fue una jornada muy divertida.
A la mañana siguiente, nos levantamos de nuevo bastante pronto, de hecho no había amanecido. Cuando bajamos a desayunar me llevé una desilusión porque ya no estaban Julián e Isa y me apetecía despedirme de ellos puesto que probablemente ya no nos volviésemos a ver. Alguien me dijo que acababan de salir y no pude por menos que salir rápido del albergue, sin atarme siquiera los cordones de las botas. Los vi al fondo de la calle, con lo que pudimos decirnos un último adiós a gritos con los brazos en alto y, al menos en mi caso, emocionándome un poquillo.
Habíamos quedado con Pedro, que no se alojó en el albergue parroquial; llegó con un periodista de una revista jurídica con el que yo mantuve una considerable conversación. Después pude saber que para Pedro no estaba siendo agradable que caminara junto a nosotros, por algo que había pasado por la noche sobre ronquidos y esas cosillas, que también son parte del Camino. Una tontería. Lo que sí es cierto es que no paraba de preguntar por todo, je, je. Paramos en Camponaraya para tomar un café, sellar e ir al servicio. La jornada fue bastante sencilla y llegamos bastante pronto a Villafranca tras recorrer otros 24,2 kilómetros. Pedro se encargó de gestionar nuestra pernoctación en su mismo albergue. En el trayecto nos encontramos con un peregrino con el que hablamos y supimos que estaba realizando el Camino por fe, como agradecimiento a Dios ya que un año y pico antes se había caído de un tejado y se había roto las piernas y otros huesos.
El albergue "de la Piedra", que así se llamaba por tener una gran roca natural en la recepción, era pequeñito, pero bastante agradable y sus albergueros, una pareja joven, un encanto. Virginia, Daniel, Susana y su novio, nuestro amigo peregrino que siempre acababa en un taxi y un par de peregrinas más con las que alguno de ellos habían establecido relación estaban en el pueblo, aunque se alojaban en otro lugar. Nos juntamos todos y quedamos para comer en una terraza de los muchos que había en la plaza del pueblo, que estaba atestada aprovechando el magnífico día que hacía. Nos reímos mucho con la camarera que nos sirvió, una chica muy joven que renegaba de ser leonesa, considerándose gallega, algo que Pedro, leonés, de forma divertida no aceptaba. La camarera no dudaba en llamarle cazurro, "insulto" habitual para los leoneses.
Tras un paseo agradable por el pueblo nos fuimos a bañar al río Burbia, que tiene una magnífica playa fluvial con zona de césped incluido. Por la tarde-noche, aunque ya refrescaba, algunos bajamos de nuevo a cenar a otro bar de la plaza del pueblo, poniendo fin a uno de los mejores días que pasé en el Camino.
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