Comienzo con este post lo que pretendo sea una nueva sección del blog, pues aunque la mayoría de las entradas están relacionadas con la literatura, siempre he dicho que este no era un blog literario. Esta nueva sección quiero que sea un espacio para el recuerdo, para trasmitir emociones con algunas de esas imágenes que se han grabado a fuego en mi memoria, para recordar algunas historias que impactaron en su momento a todo el mundo y que hoy puede que estén ya un tanto olvidadas por los que las vivieron o directamente sean desconocidas por otros lectores más jóvenes de esta bitácora. Por el momento, creo que la sección se va a llamar simplemente "imágenes" (por un momento he pensado en llamarla "las imágenes de mi vida" pero creo que suena demasiado trascendental a la vez que es muy largo), no obstante, puede que el nombre sea alterado. Dicho esto, es hora de comenzar a hablar de la niña de esa foto:
Se llamaba Omaira, Omaira Sánchez, y vivía en una pequeña ciudad de los Andes colombianos llamada Armero, de algo menos de 30.000 habitantes. Armero se situaba a apenas 50 kilómetros de un volcán que adquiriría fama universal para todos los que ya contamos unos cuantos años y vivimos, aunque a mucha distancia, esta historia; el volcán Nevado del Ruiz, volcán cuyo nombre, de forma ineludible, está asociado al nombre de Omaira, de Omaira Sánchez.
El que esto escribe, que para entonces todavía no había cumplido los 9 años, nunca pensó que luego en su vida acabaría estudiando aspectos relacionados con la vulcanología, aunque muy de pasada. Para este post he pensado que sería interesante recordar algunos datos sobre el Nevado del Ruiz que nos permita conocerlo mejor. Se trata de un estratovolcán, el más septentrional de los volcanes del cinturón de fuego de Los Andes, dentro del Parque Nacional Natural de los Nevados, entre los departamentos de Caldas y Tolima. Su cima se encuentra situada a más de 5.300 metros sobre le nivel del mar, encontrándose a su alrededor múltiples glaciares. Sus erupciones son de tiplo plinianas, muy explosivas y que suponen la emisión de rápidas corrientes de gas caliente y de flujos piroclásticos. Cuando se produce una erupción, y de la que voy a hablar de 1985 no era la primera, suele provocar lahares, o sea, unos flujos de lodo y escombro que discurren por las laderas del volcán a gran velocidad, arrastrando todo lo que se encuentra por delante y enfangando toda la superficie recorrida.
Y eso fue precisamente lo que ocurrió aquel 13 de noviembre de 1985, cuando entró en erupción después de 69 años de inactividad, pero no sin antes, desde septiembre, mostrar indicios de lo que iba a hacer. Cuando el Nevado del Ruiz entró en erupción fundió cerca del 10 % de los glaciares de alrededor, arrastrando por sus laderas cerca de 35 millones de toneladas de material a velocidades de entorno a 60 km/h. El lahar que arrasó Armero apenas duró 20 minutos, pero tan brusco episodio supuso la muerte de 20.000 de los 29.000 habitantes de la localidad, entre los que se encontraba Omaira. El volcán destruyó otros 12 municipios más y se llevó la vida de otros 3.000 a 6.000 habitantes, dejando también más de 5.000 heridos y causando daños por valor de 7.000 millones de dólares, el 20 % del P.I.B. colombiano por aquél entonces, convirtiéndose en la 2ª erupción más devastadora del siglo XX, solo por detrás de la del Monte Pelée (que da nombre a otro tipo de volcanes, los peleanos) de 1902, en la isla de Martinica.
Pero vayamos ya, después de conocer al verdugo, con la verdadera protagonista de esta historia, con Omaira Sánchez.
Omaira era una adolescente colombiana de piel morena y pelo ondulado de apenas 13 años y muchas ilusiones por cumplir, ilusiones que se vieron truncadas aquel 13 de noviembre de 1985 cuando el Nevado del Ruiz las cercenó por completo. Para mí, Omaira es sinónimo de valentía, de entereza y de generosidad, porque aquella pequeña colombiana aguantó nada más y nada menos que 3 días sumergida en el lodo, con el agua literalmente al cuello, por no decir hasta la boca, apoyada para no terminar de hundirse sobre el cadáver de su tía que estaba junto al de su padre y hermano, sin posibilidad de ser salvada por los equipos de rescate, que no pudieron llegar, por culpa del lodo, hasta doce horas después de la erupción. Omaira estaba completamente atrapada y la única opción era una opción imposible, amputarla las piernas por debajo del lodo y sin tener el instrumental quirúrgico adecuado posteriormente necesario. No obstante, Omaira pudo dar testimonio de esa fortaleza, de esa valentía, entereza y generosidad de la que hablaba antes, puesto que hasta allí llegaron también equipos de televisión, entre ellos de la española y que recogieron la agonía de la pequeña, que sin embargo se negaba a morir, y se negaba porque como ella mismo dijo "yo vivo porque tengo que vivir, apenas tengo 13 años para morir", pero sobre todo, se negaba a morir porque no podía dejar a su mamá, que estaba por motivos de trabajo fuera de la ciudad, sola en el mundo "Mami, si me escuchas... reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude... adiós madre".
Omaira estaba convencida de que iba a salir triunfante y así se lo dijo a los reporteros, que la tenían que sacar triunfante. Todo el mundo fue testigo de su agonía hasta aquel 16 de noviembre en que su cuerpo dijo basta. No pudo ser, pero en cambio nos dejó un mensaje de lucha sin rendición, con total serenidad, en la mayor de las adversidades. Lo podéis comprobar en este video del reportaje que Informe Semanal de TVE hizo cuando se cumplieron 25 años de la catástrofe.
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