martes, 3 de agosto de 2021

MI CAMINO DE SANTIAGO (XIII): CAMINANDO POR LA MARAGATERÍA Y EL BIERZO

 

 


      Anterior


     Las siguientes tres jornadas transcurrirían por las comarcas de la Maragatería y el Bierzo, llamada esta última popularmente la quinta provincia gallega, entre Astorga y Villafranca del Bierzo a lo largo de algo más de 75 kilómetros.

     La primera de esas jornadas, la número 26 en mi "aventura" me llevaría desde Astorga hasta Foncebadón, una localidad de nombre mítico en el Camino por la famosa Cruz de Ferro, aunque eso quedaría para la siguiente etapa.

     Comenzamos con una suave y progresiva subida pasando por las localidades de Murias de Rechivaldo, Santa Catalina de Somoza y El Ganso a partir del cual la pendiente se va acentuando. En Murias de Rechivaldo me llamó la atención una calle larga y adoquinada en la que había numerosos establecimientos hosteleros y muchísima gente en sus terrazas a pesar de haber caminado apenas 5 kilómetros. Nosotros decidimos no parar todavía. Hicimos un receso en Santa Catalina de Somoza. Entre Murias y Santa Catalina tienes la posibilidad, que nosotros no aprovechamos, de desviarte y visitar un pueblo pequeñín pero con mucho encanto, por su arquitectura y por su famoso cocido maragato, como es Castrillo de Polvazares. Recuerdo que les conté a Pedro y Enrique cómo era el pueblo, que ya había visitado en un par de ocasiones si no recuerdo mal.

     Con Virginia teníamos todavía poca confianza y ella decidió ir a su ritmo, bastante lento por las molestias con las ampollas, sin embargo, como apenas paraba, algo que nosotros volvimos a hacer un poquito más adelante, siempre nos alcanzaba. 

     A partir de la localidad de Rabanal de Camino la subida se convierte en considerable ya que se asciende algo más de 300 metros en aproximadamente 6 kilómetros. En una parte de este tramo nos encontramos con que parte de la ladera había sufrido recientemente un incendio. También me parece recordar que había indicado el lugar donde había fallecido un peregrino, algo que volveríamos a ver en otra ocasión al menos.

     Esta etapa la hice mejor de lo que pensaba, aunque el final se hizo bastante durillo. Pedro lo pasó durante un ratito realmente mal, sin embargo, de forma repentina recuperó energías y no había quien pudiera con él. Finalmente llegamos al pueblo de Foncebadón, que gracias al Camino está teniendo un resurgir con la instalación de bastantes albergues. Julián, que había llegado antes que nosotros, consiguió que nos metieran a todos juntos en una dependencia que no era el albergue en sí, durmiendo en colchonetas. Antes que eso hicimos comida en el propio albergue y recuerdo que por la tarde, después de una siesta hubo bastante convivencia con otros muchos peregrinos e incluso había uno con una guitarra que atrajo a una parte de los allí presentes. También recuerdo que estuvimos pasando un buen rato con unas peregrinas extranjeras; Daniel nos servía en ocasiones de intérprete...


     A la mañana siguiente, aunque en realidad todavía no había amanecido, y tras un rico desayuno en el que triunfó la "nutella", comenzamos una nueva etapa, la vigésimo séptima para mí, que nos llevaría desde Foncebadón hasta Ponferrada, con un recorrido de casi 27 kilómetros. La subida hasta el alto de Foncebadón, donde se encuentra la famosa cruz de hierro o "cruz de ferro" fue más fácil de lo esperado, puesto que la mayor parte de la subida la habíamos hecho el día anterior. Otros peregrinos apuestan por pernoctar en Rabanal del Camino, acortando la anterior pero convirtiendo esta etapa en algo más dura. Para aquellos que no hayan oído hablar del alto de Foncebadón, decir que es uno de esos lugares más carismáticos del Camino. La tradición dice que el peregrino debe llevar una piedra desde su casa durante toda la travesía hasta llegar allí y depositarla a los pies del mástil, habiéndose formado ya una pequeña montaña de piedras. No era un lugar nuevo para mí, pues recuerdo que siendo universitario hicimos una parada en un viaje donde uno de mis profesores nos habló de esta tradición.




     Recientemente he leído que el Ayuntamiento de Santa Colomba de Somoza quiere hacer una intervención integral en el sitio, supuestamente para potenciar "su espiritualidad", pero que conlleva un parking, zona para autocaravanas, zona de descanso, una avenida peatonal con escaleras y rampa rodeado de cipreses que a mí me recuerda a un paseo de un cementerio y que está recibiendo las críticas de gran pare de los amantes del Camino con una petición en su contra en Change.org. Al parecer, también se ha urbanizado la calle principal de Foncebadón, convirtiéndola en una calle de un pueblo más y no con una rehabilitación especial de un entorno emblemático. 


 La cruz de ferro tal y cómo es e imagen del proyecto de urbanización (Fotos de Gronze.com)


     La bajada desde la Cruz de Ferro fue larga, con fuerte pendiente y a ratos algo difícil por lo que además de algún descanso para ver y fotografiar las maravillosas vistas de los Montes de León hubo que hacer una parada técnica en Acebo de San Miguel para tomar un rico tentempié.

  Panorámica de los Montes de León

     Tras este tramo que hice principalmente solo, me volví a juntar con parte de mi grupo y a partir de ahí y durante un rato caminé con Pedro y Daniel. Pasamos por Riego de Ambrós, un pequeño y bonito pueblo típico de la zona, con sus casas construidas en piedra con tejados de pizarra. Creo que fue allí que a Pedro le dio un "apretón" y no podía aguantar por lo que entró en un albergue que tenía la puerta abierta, aunque no había nadie, ni peregrinos ni dueños, y no le quedó más remedio que buscar el servicio. Nos reímos mucho con la situación, sobre todo pensando en que hubiese dicho el dueño si llega y le ve saliendo del wc, aunque supongo que lo hubiese comprendido.
     Allí conocimos también a una chica sueca, enamorada de España, con la que caminamos un ratillo los tres, tratando de comunicarnos en español y en inglés, gracias a Daniel, claro. La bajada pedregosa nos separó y yo seguí con la sueca, primero hasta Molinaseca donde nos pudimos bañar, más bien mojar los pies en una magnífica playa fluvial, que estaba bastante concurrida y después caminando hasta Ponferrada, en un tramo muy  urbanizado.
     En Ponferrada pernoctamos en un enorme y magnífico albergue parroquial, el de San Nicolás de Flüe. Al llegar, Julián me preguntó por Virginia y yo le dije que la había visto bastante mal y que tardaría bastante, ¡cuál fue mi sorpresa, que apenas tardó veinte minutos más que yo y es que cómo ya dije ella no paraba prácticamente nada con lo que iba recuperando toda la distancia que íbamos nosotros ganando al caminar más rápido! En Ponferrada, Virginia tomaría una gran decisión, comprar un nuevo calzado (poco aconsejable normalmente, pero tal y cómo era su situación no tenía nada que perder) y abierto. A partir de entonces se mostraría como una jabata.
     El albergue contaba con una especie de alberca dónde podías meter los pies, un enorme jardín, además de una ermita tras la cual había una pila donde lavar la ropa y tenderla. Decidimos hacer una cena comunitaria con otros peregrinos y por la tarde fuimos a hacer compra a un súper, un poco antes de dar un paseo por la ciudad con su magnífico castillo templario.

              

Albergue parroquial San Nicolás de Flüe (fotos de alberguescaminosantiago.com y viajecaminosantiago.com, respectivamente)


 

Castillo templario de Ponferrada


     Por la noche estuvimos hablando de los planes para la jornada siguiente. Julián e Isa querían alargarla y llegar hasta un pueblo llamado Pereje, 5 kilómetros más adelante de Villafranca del Bierzo. Pedro, tenía ya reservados todos los albergues, algo que no habíamos hecho los demás, y esa etapa la tenía que concluir en Villafranca. No se trataba simplemente de esa mínima distancia, sino más bien que ellos llevaban un ritmo mucho más alto que el nuestro, pensaban ya en la posibilidad de no acabar en Santiago sino en Fisterra y tenían que ir ganando tiempo. Desde hacía días yo caminaba más con Pedro y Enrique, y considerando que mi ritmo era más lento que el de Julián e Isa y que el fisio de León me había recomendado las frías aguas de Villafranca, decidí quedarme con los primeros. No me arrepentiré nunca porque fue una jornada muy divertida.
     A la mañana siguiente, nos levantamos de nuevo bastante pronto, de hecho no había amanecido. Cuando bajamos a desayunar me llevé una desilusión porque ya no estaban Julián e Isa y me apetecía despedirme de ellos puesto que probablemente ya no nos volviésemos a ver. Alguien me dijo que acababan de salir y no pude por menos que salir rápido del albergue, sin atarme siquiera los cordones de las botas. Los vi al fondo de la calle, con lo que pudimos decirnos un último adiós a gritos con los brazos en alto y, al menos en mi caso, emocionándome un poquillo. 
     Habíamos quedado con Pedro, que no se alojó en el albergue parroquial; llegó con un periodista de una revista jurídica con el que yo mantuve una considerable conversación. Después pude saber que para Pedro no estaba siendo agradable que caminara junto a nosotros, por algo que había pasado por la noche sobre ronquidos y esas cosillas, que también son parte del Camino. Una tontería. Lo que sí es cierto es que no paraba de preguntar por todo, je, je. Paramos en Camponaraya para tomar un café, sellar e ir al servicio. La jornada fue bastante sencilla y llegamos bastante pronto a Villafranca tras recorrer otros 24,2 kilómetros. Pedro se encargó de gestionar nuestra pernoctación en su mismo albergue. En el trayecto nos encontramos con  un peregrino con el que  hablamos y supimos que estaba realizando el Camino por fe, como agradecimiento a Dios ya que un año y pico antes se había caído de un tejado y se había roto las piernas y otros huesos.  


Cerca de Cacabelos


     El albergue "de la Piedra", que así se llamaba por tener una gran roca natural en la recepción, era pequeñito, pero bastante agradable y sus albergueros, una pareja joven, un encanto. Virginia, Daniel, Susana y su novio, nuestro amigo peregrino que siempre acababa en un taxi y un par de peregrinas más con las que alguno de ellos habían establecido relación estaban en el pueblo, aunque se alojaban en otro lugar. Nos juntamos todos y quedamos para comer en una terraza de los muchos que había en la plaza del pueblo, que estaba atestada aprovechando el magnífico día que hacía. Nos reímos mucho con la camarera que nos sirvió, una chica muy joven que renegaba de ser leonesa, considerándose gallega, algo que Pedro, leonés, de forma divertida no aceptaba. La camarera no dudaba en llamarle cazurro, "insulto" habitual para los leoneses.

 

     Tras un paseo agradable por el pueblo nos fuimos a bañar al río Burbia, que tiene una magnífica playa fluvial con zona de césped incluido. Por la tarde-noche, aunque ya refrescaba, algunos bajamos de nuevo a cenar a otro bar de la plaza del pueblo, poniendo fin a uno de los mejores días que pasé en el Camino.


Continuará...



miércoles, 21 de julio de 2021

MI CAMINO DE SANTIAGO (XII): FISIOS Y NUEVOS MIEMBROS EN EL GRUPO

 

     

             Anterior

     La etapa número 23 me llevaría desde Mansilla de las Mulas hasta León capital en una jornada bastante sencilla de apenas 18,5 km si no fuera por esa lesión que había empezado a sentir dos jornadas antes. Esa mañana, Isa quería caminar en solitario, despegándose un poquillo de su padre, algo que Julián vio muy bien para su "aprendizaje personal". Es por eso que Julián y yo caminaríamos gran parte de la etapa juntos, aunque no al principio. Del trayecto en sí, poco que decir, nada más que circulamos siempre bastante cerca de una nacional, pero con bastante seguridad y que a la salida de Mansilla de las Mulas atravesé uno de los ríos más importantes de la península, el Esla.

     Mientras íbamos charlando de nuestras cosas, de la vida, quedamos que llegando a León tendría que ir a una clínica de fisioterapia, puesto que tal y como estaba no podría seguir mucho tiempo, y así dije que lo haría tras asentarme en el albergue, ducha... pero sucedió algo que cambió mis planes y para bien; a la misma entrada de León había un chico repartiendo "flyers" de una clínica. Al hablar con él, resulta que era el propio "fisio", aunque en realidad no tenía los estudios universitarios como tal y era algo inferior. Esto lo supe un poco después, puesto que le pregunté por una posible cita y me dijo que me podía atender inmediatamente pues tenía su clínica al lado. Rápidamente vio cual era mi lesión, una tendinitis en la zona baja de la tibia de mi pierna derecha, la cual trabajó de verdad, nada que ver con el masaje recibido en Mansilla. Salí de la clínica caminando a la perfección una hora después y yo no me lo podía creer. Me recomendó, no obstante, que fuera a otra clínica para ponerme las cintas adhesivas de "kinesiotaping" que tanto se ve ahora a deportistas, puesto que él no las ponía. Me dio el número de una clínica, pero en un principio no tuve suerte  puesto que no me cogían el teléfono.

     Julián no se lo podía creer tampoco como estaba caminando ahora sin ningún tipo de dolor. Para celebrarlo nos fuimos los cinco, pues ya nos habíamos juntado con Isa, Daniel y Susana de tapas por el famoso barrio húmedo de León, donde pude probar la cecina, que me pareció exquisita. Por la tarde visitamos la catedral de León, "Pulchra leonina", que me fascinó con ese juego de luces en su interior a través de vidrieras y rosetones.



Interior de la catedral de León

     Antes de la visita a la catedral gótica, había llegado el novio de Susana (supuestamente su "ex" en ese momento). Daniel de repente se vio más solo de lo normal y se empezó a comportar un tanto raro. Mientras tomábamos un café volví a llamar a la clínica y conseguí cita para última hora de la tarde. Mientras paseábamos por el entorno de la catedral me llevé la sorpresa de ver al hijo de mi compañera de trabajo y su novia tocando música y pasando la gorra...

     Como no conocía la ciudad y su sistema urbano de autobuses, decidí ir caminando, aunque estaba algo lejos del centro, un par de kilómetros, comenzando de nuevo a notar alguna molestia en mi pierna y es que habían sido bastantes horas de pie o caminando tras la llegada a la ciudad. El fisio me hizo unas cuantas perrerías de esas que solo hacen los fisioterapeutas, confirmándome lo que me habían dicho por la mañana. Me puso las famosas cintas y de nuevo volví a sentir una importante mejoría.


     

     Al llegar al albergue, el Convento de las Carbajalas, me encontré con un guiri enorme, británico o irlandés para más señas,  que ya había visto en jornadas anteriores y que se había ofrecido a tratarme la pierna, puesto que decía que controlaba, aunque yo no me fie, la verdad, y preferí acudir a la masajista del albergue de Mansilla. El pobre estaba sufriendo increíblemente por unas ampollas enormes que, Susana, enfermera, le ayudó a curar. Nuestra compañera le recomendó que no caminara al día siguiente y que fuera a un sanatorio y así lo hizo. Después sabríamos que se quedaría muy a su pesar en León 3 días sin caminar tratando de recuperarse.


     A la mañana siguiente, jornada 24 para mí, salimos completamente de noche, aunque  amanecería rápidamente. El objetivo del día era llegar a San Martín del Camino tras completar casi 25 kilómetros. El inicio fue una auténtica gozada, caminar por una bella León, casi en solitario, encontrándonos tan solo algunos peregrinos, el personal de limpieza de la ciudad y algunos "borrachuzos" que volvían de fiesta. Pasamos por un entorno precioso, el de la zona del Convento de San Marcos, hoy Parador Nacional de Leon.


 


     Ese día, y no sé por qué, la gente empezó con un ritmo muy alto, algo que a mí siempre me cuesta y más con una lesión, aunque me encontrara bastante mejor. No pudiendo seguir el ritmo de Julián, Isa y Daniel, caminé un ratillo con Susana  y un nuevo peregrino al que había conocido. Se trataba de un granadino llamado Enrique, que se dedicaba a negocios inmobiliarios, y que acabaría convirtiéndose en un nuevo miembro de nuestro grupo. 

     Tras un receso en Valverde del Camino, en el que me puse hielo para seguir tratando mi problema inflamatorio tal y como me había recomendado el fisio, seguimos en una etapa sencilla transcurriendo al lado de la carretera, aunque sin peligro. Llegamos a San Martín del Camino y estuvimos en un albergue muy coqueto llamado "Vieira" que contaba con jardín y una piscina, aunque más bien parecía un tanque donde refrescarte, porque nadar realmente no podías. No obstante, me resultó muy agradecida tanto por el calor como para seguir mi tratamiento.



Albergue Vieira (foto de gronze.com)

     Tras la ducha y lavar y tender la ropa sucia nos dispusimos a comer en el jardín del propio albergue ya que tenía servicio de restaurante. Se nos sumó otro peregrino, Pedro, un guardia civil leonés que ejercía en Barcelona, con el que hicimos buenas migas. Fue una velada muy divertida. Creo que fue en esa comida, aunque no estoy del todo seguro, que también se junto brevemente otro "peregrino" un tanto curioso del que hablaré más adelante.

     De esa jornada tengo un recuerdo especial. Daniel se empeñó en que quería hacer algo que decía tener muchas ganas desde hace tiempo pero que no nos había comunicado en ningún momento en las jornadas anteriores, hacer una ruta nocturna con lo que ello implicaba, primero de peligro, segundo de falta de descanso y tercero y más importante, separarnos, pues en principio siempre iría una jornada por delante de nosotros. Como ya dije, su comportamiento se había vuelto un tanto extraño y yo tenía mi propia idea de por qué aunque no le dije nada. 

     No pudimos hacer nada para que desistiera de su empeño, sin embargo, el que yo creía que era su plan no le salió nada bien, pues Susana y su novio decidieron que se sumaban a la aventura nocturna.


     A la mañana siguiente, tras un estupendo desayuno que habíamos contratado en el albergue por apenas 5 €, comenzaría mi jornada número 25 que me llevaría hasta la episcopal Astorga tras 23,7 km.

     La jornada comenzó como acabó la anterior, con un tramo cercano a la carretera, sin embargo, de repente tuvimos que coger un desvío que nos metió por un camino repleto de vegetación y que nos aportó frescor. Cruzamos por un hermoso puente medieval sobre el río Órbigo en la localidad de igual nombre Puente del río Órbigo. Sin duda alguna cada vez estábamos más cerca de Santiago, aunque todavía quedaban más de 250 kilómetros, y es que por primera vez nos topamos con un autobús del que se bajaban "peregrinos" con su mochila, bastones... Ese tramo lo hice unas veces acompañados de unos, otra veces de otros miembros del grupo, pues no siempre caminábamos juntos. Finalmente me quedé con Enrique y Pedro, mientras que Julián e Isa tiraron para adelante.



Puente del río Órbigo (siglo XIII)

     Nos encontramos con un sendero de tierra bastante ancho con alguna subidita curiosa. Cuando llevábamos un buen rato, Pedro recibe una llamada, era la de ese "peregrino" que se juntó en el albergue de San Martín del Camino y del que no recuerdo su nombre. No debía estar muy lejos de nosotros y nos pedía que le esperásemos por lo que comenzamos a ralentizar el paso. Un ratito después volvió a llamar y dijo que había tenido un problema, que se la había roto la mochila y se le había caído todo al suelo. Había llamado a un taxi para que le fuera a recoger. El caso es que el día anterior había tenido otro problema y el anterior otro y siempre acababa en un taxi. Además nunca iba a albergues, siempre a hostales u hoteles, nada que ver por tanto con el espíritu de un peregrino.



     Un rato después, nos encontramos una especie de refugio un tanto extraño en medio de la nada. Se trataba de una antigua majada de ganado rehabilitada que llevaba por nombre la "Casa de los Dioses" y en la que un chico llamado David Vidal se había asentado desde hace años sin disponer de luz, agua, teléfono o reloj. Vivía, según he podido leer en este artículo, de la ayuda de gente de los alrededores y de los donativos que le entregaban los peregrinos, mientras que él ofrecía ese lugar para reposar, tomar algún refresco, café o comer algo de fruta. Yo, la verdad, es que ya algo cansado no me enteré de mucho de lo que contaba, necesitaba parar, quitarme la mochila y reponer líquidos y alimentos. Sí que me enteré que contaban algo de que por la noche se llevaron un susto al oír ruidos y es que al parecer unos peregrinos estaban haciendo una ruta por la noche, sí, se trataban de Daniel, Susana y su novio, que descubrieron como caminar por la noche no era tan fácil y más después de haber hecho también la jornada del día anterior, por lo que agotados se quedaron a dormir allí gracias a la ayuda de David y sus acompañantes, uno de los cuales era nada más y nada menos que el famoso actor porno Nacho Vidal, del que mis acompañantes decían que era su hermano, aunque creo que en realidad ese "hermano" es solo de una gran amistad más allá de que el apellido artístico del actor y el real del "ermitaño" fuera el mismo. 



Exterior e interior de la "Casa de los Dioses" (fotos de leonnoticias.com y lavozdegalicia.es respectivamente)


     Tras nuestra partida de la "Casa de los Dioses" llegamos a un punto llamativo del Camino, el Crucero de Santo Toribio, desde el que se ve un poco más lejos Astorga. Allí coincidimos con dos peregrinas coreanas cubiertas de arriba a abajo, piernas, brazos, manos... apenas se las veía un poco de la cara, a pesar del enorme calor que hacía. Al parecer comentaron que no querían ponerse morenas y es que resulta que no les gusta para que no les confundan con otras nacionalidades de la zona de Indochina (Vietnam, Laos, Myammar...) que tienen la piel más oscura, es decir, una actitud xenófoba de la que luego he podido saber más. Pedro, que siempre estaba de buen humor, hacía como que quería ligar con ellas.



     Un rato después, llegamos hasta el albergue de Astorga, no sin que antes saliera Julián a nuestro encuentro, pues estaba preocupado ya que había reservado plazas para nosotros y veía que tardábamos más de la cuenta y ya los albergueros le decían que si no llegábamos las ponían a disposición de otros peregrinos que estaban llegando. La llegada hasta ese albergue de las "Siervas de María" nos supuso un último esfuerzo importante pues tuvimos que subir por unas calles muy empinadas. En el albergue, Julián nos presentó a una peregrina que "se les había pegado" y que lo estaba pasando bastante mal a consecuencia de las ampollas ya que se había lanzado al Camino con un calzado con el que no había caminado previamente. En Astorga es famoso el cocido maragato y Julián, Isa, que llevaba varios días solo pensando en llegar hasta aquí para comerlo, Pedro y Virginia, la nueva peregrina que acabaría formando parte de nuestro grupo decidieron ir a un restaurante a zamparse entre pecho y espalda el famoso plato. Enrique y yo, que no soy muy de cocidos, decidimos que comeríamos en la terraza de un bar de la plaza, y allí nos fuimos los dos, pidiendo unas más simples pero ricas pizzas y eso sí, regándolas con abundante cerveza en el caso de Enrique y tinto de verano en el mío.



     Antes de eso, había concertado una nueva cita de fisioterapia para la tarde, en esta ocasión en el propio albergue gracias a que allí estaban haciendo prácticas voluntarias un grupo de futuros fisioterapeutas de la Universidad Miguel Hernández de Elche. De nuevo me resultó de gran ayuda, aunque me quitaron las vendas elásticas que me habían puesto en León 2 días antes sin poder sustituirlas puesto que no disponían de ellas. Virginia también tuvo que pasar por sus manos para curar sus ampollas.

     Previamente a ello pude pasear un poco por Astorga y fotografiarme frente al hermoso palacio episcopal de Gaudí. En cambio, ya bastante cansado, no entré en la catedral de la ciudad, algo de lo que ahora me arrepiento, motivo por el que me queda pendiente volver a la romana "Asturica Augusta".



Palacio episcopal de Astorga

Continúa...

miércoles, 7 de julio de 2021

MI CAMINO DE SANTIAGO (XI): UN IMPORTANTE CONTRATIEMPO

 

 

     La vigésima etapa de mi Camino me llevaría desde Carrión de los Condes hasta Terradillos de los Templarios, ambas localidades palentinas, en un recorrido de 26,3 kilómetros. Tras haber pasado una estupenda tarde-noche en la jornada anterior con Susana, Julián, Isa y Daniel, habíamos decidido comenzar la jornada juntos, sin embargo nos llevamos la sorpresa cuando Daniel, que se había hecho daño en jornadas anteriores, no se veía capaz de comenzar y estaba por la labor de abandonar. Entre todos, pero especialmente Julián, que se acabaría convirtiendo en un "padre" para todos nosotros, le convencimos de que lo intentara, puesto que la etapa, más allá de la distancia a recorrer, no tenía ninguna dificultad, de hecho fue una de las más monótonas y es que el paisaje de Tierra de Campos nos ofrecía rectas interminables por pistas de arena. Si esta etapa la haces en solitario se puede convertir en un tedio, la verdad, salvo que lo que quieras es, como se dice, encontrarte contigo mismo. Pero no, este no era el objetivo y charlando con un sol que poco a poco se convertiría en abrasador nos fuimos conociendo un poquillo: Susana era enfermera en Alicante, Daniel se ganaba la vida enseñando inglés en una academia en Madrid, Julián trabajaba en un instituto de secundaria como auxiliar de control en Vizcaya e Isa tenía planes para seguir estudiando su carrera universitaria, Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, como Erasmus en Croacia.


Tierra de Campos (Palencia)

     Comenzada la jornada se nos unió Juan, el chico que había visto unas jornadas antes con Susana y con la "chica de Orbaneja". Si no recuerdo mal era de la Comunidad valenciana aunque trabajaba en una oficina en algún lugar de Aragón. Pudimos hacer un descanso en Calzadilla de la Cueza, tras 17 kilómetros, en lo que era el tramo del camino más largo sin ningún pueblo entre medias.

     Antes de la hora de la comida, llegamos a Terradillos de los Templarios y allí decidimos alojarnos en un albergue de curioso nombre, "Jacques de Molay", nada más y nada menos que el del gran Maestre de la Orden del Temple que fue acusado de herejía y condenado a la hoguera en 1314 por orden del papa Clemente V y el rey de Francia, Felipe IV. La historia dice que antes de morir en la pira montada delante de la catedral de Notre-Dame, Jacques de Molay lanzó una maldición al papa y al rey, asegurando que morirían antes de un año, como así acabó sucediendo, el papa poco más de un mes después, mientras que el rey duró algo más de ocho meses. Como curiosidad, años después, hablando del Camino con mis alumnos, uno me comentó que su tía tenía un albergue, y al decirme la localidad, resulta que era este mismo.


Albergue Jacques de Molay en Terradillos de los Templarios, con la  cruz templaria en la fachada

     En el albergue no todos pudimos dormir en camas bajas, algo que se agradece, y a algunos les tocó ir a literas. Comimos y cenamos, y muy bien, en el pequeño restaurante del propio albergue. Allí me sucedió algo que no esperaba, el día anterior había gastado más dinero del esperado, no había podido ir a un cajero y llegando al albergue, entre unas cosas y otras, me quedé con muy poco dinero, desde luego no suficiente para comer en el restaurante, pero allí estaba Julián y su generosidad, que conociéndome menos de 24 horas antes, no dudó en dejarme lo que necesitara para que me pudiera quedar con ellos. El pueblo, muy pequeño, no daba para mucho más que dar un pequeño paseo, pero nos sirvió para seguir conociéndonos mejor.


     La siguiente jornada, la número 21 para mí, nos llevaría desde Terradillos de los Templarios hasta Bercianos del Real Camino, ya en la provincia de León, tras caminar poco más de 23 kilómetros. Del camino en sí, poco que decir, seguimos por la cerealista zona de Campos de Castilla hacia el páramo leonés. Hicimos una parada en Sahagún para reponer fuerzas. Allí aproveché que era la primera localidad con bancos para acudir a un cajero, era domingo, y sacar dinero para pagar mis pequeñas deudas. En los últimos kilómetros empecé a sentir que no me encontraba cómodo caminando, aunque no sabía bien qué era. No podía seguir el ritmo de Julián e Isa, mientras que Daniel y Susana, que llevaban un ritmo más lento iban hablando de sus cosas y poco a poco se me fueron acercando, llegando juntos a Bercianos. Al menos, ese tramo del camino lo fuimos haciendo por un paseo arbolado.


Cerca de Bercianos del Real Camino 

     Cuando llegamos, el albergue todavía estaba cerrado. Los peregrinos que ya estaban allí y alguno que fueron llegando nos sentamos en el suelo a la solana hasta que abrieron, formándose un poquillo de lío, todos queríamos ser los primeros en acceder, ducharnos y poder descansar... hasta que apareció ella, una monja italiana con bastante mala leche que comenzaba su ciclo de 15 días o un mes como alberguera (el albergue era parroquial). Julián, que había sido alberguero en Vizcaya, en el menos transitado (aunque cada vez más) camino del norte, mi próximo objetivo, sintonizó, en cambio, bastante bien con ella, por lo que nuestro grupo recibió un "pequeño trato de favor".


Albergue parroquial de Bercianos del Real Camino


     Tras comer en un bar del pueblo y descansar, por la tarde, sin mucho que hacer, algunos jugamos a un juego de dados que nos enseñó Daniel hasta que llegó la hora de comenzar a hacer preparativos para la cena, que en este caso era comunitaria y por la voluntad. Recuerdo que también hubo canciones y charlamos con el párroco y con una chica alemana que nos contó como se había preparado el Camino, nada más y nada menos que yendo al trabajo durante meses caminando en lo que suponía cada día, entre ida y vuelta, hacer una distancia similar a una jornada media de la ruta jacobea. En distancia había hecho unas cuantas veces la del camino francés, asegurándonos que había adelgazado un porrón de kilos. Tras salir a pasear por el pueblo, me tocó por primera vez curarme una pequeñísima ampolla en el pie, apenas nada, y considerando que ya llevaba 3 semanas andando, un privilegio considerando lo que había visto y acabaría viendo.


     La siguiente jornada, vigésimo segunda, entre Bercianos del Real Camino y Mansilla de Mulas no comenzó bien. Cierto es que al comenzarla en la aurora, cuando todavía no había amanecido del todo, fue preciosa, pero rápidamente me di cuenta que el descanso del día anterior no había servido y que yo seguía con dolor en la pierna derecha. Durante la jornada, que solo comenzamos Julián, Isa y yo, pues Daniel y Susana decidieron quedarse más tiempo en la cama, empezando yo  a sospechar que les sobrábamos un poquillo... nos juntamos con la chica alemana de la noche anterior (recuerdo que tenía un caminar extraño, moviendo mucho los brazos, en lo que parecía casi un baile) y con la que Isa hizo muy buenas migas.


     Yo cada vez me iba resintiendo más y a Julián e Isa se les hacía más difícil llevar mi ritmo lento, aunque a veces paraban y les alcanzaba. Al final de la jornada comenzó a llover. Era una lluvia fina (primera vez que me llovía), pero que evidentemente, si no caminábamos acabaría empapándonos por lo que esta vez sí, mis compañeros de fatigas decidieron acelerar y no parar. Yo ya lo estaba pasando bastante mal y me costó llegar al albergue. Habían sido otros 26,3 kilómetros y estos caminados desde principio a fin con malestar. Cuando llegué me comentaron que había un servicio de masajista que me podría venir muy bien, por lo que cogí cita. 

     Bajamos a comer en un restaurante del pueblo y allí sucedió otra de esas cosas que nunca te imaginarías. Una pareja de novios bastante joven, que ya habíamos visto en el albergue de Terradillos entró a comer en el mismo restaurante y Julián les ofreció sentarse a comer con nosotros. Como siempre en estos casos empezamos a hablar de dónde éramos, dónde habíamos empezado la ruta... al decir que eran de Madrid y yo comentar que yo trabajaba en su comunidad como profesor, me preguntaron que dónde y dije que el último curso había estado en Leganés. Me preguntó en qué instituto y cuando lo dije le vi una cara de sorpresa. Pensé que tal vez hubiera estudiado allí, pero no, la sorpresa fue mayúscula cuando me dijo que su madre, Lourdes, trabajaba allí, sí, había dado en la provincia de León con el hijo de una compañera. Ya dicen que el mundo es un pañuelo. Nos hicimos una foto y se la mandamos a su madre, que por entonces estaba en el extranjero. No se lo podía creer.


     Por la tarde acudí a la cita con la masajista que realizaba el trabajo por la voluntad. Yo no sabía cuánto darle, y creo que se sorprendió gratamente cuando le di 20 €, algo que no debía ser muy normal, pero que a mí no me parecía mucho para el tiempo dedicado. Al principio parecía sentirme mejor, pero poco a poco vi que no me había hecho gran cosa, que no era para nada el tratamiento que yo necesitaba y es que había una lesión de verdad como pude saber en jornadas posteriores, un auténtico contratiempo.


Continúa...


domingo, 20 de diciembre de 2020

MI CAMINO DE SANTIAGO (X): SUSANA, JULIÁN, ISA Y DANIEL

 

   


     Anterior


     El jueves 27 de julio comenzó la que sería mi decimoctava etapa. Una vez que, habiendo alargado la etapa anterior, llegando hasta Hontanas en lugar de a Hornillos del Camino, el final habitual de etapa se hacía muy corto, puesto que Castrojeriz estaba a apenas 9,4 kms. por lo que decidí que la alargaría hasta Boadilla del Camino, cerca ya del siguiente final de etapa de las guías, Frómista.

     De nuevo sería una jornada larguita, de 28,4 kms. La mañana se presentó bastante agradable, sin excesivo calor a esas primeras horas de la mañana. A poco más de 5 kilómetros y tras un suave descenso, me encontré con las ruinas del convento de San Antón, cercano ya a Castrojeriz, todavía en la provincia burgalesa, un convento de manufactura gótica que en su día acogía a los peregrinos que realizaban el Camino, especialmente a aquellos que llegaban enfermos con el llamado "fuego de San Antón", una intoxicación por el cornezuelo, un hongo que crecía en el centeno y que provocaba hasta la muerte por problemas respiratorios. Realicé unas cuantas fotografías y seguí mi camino. La primera parada "técnica" la hice unos cuantos kilómetros después, a la entrada de Castrojeriz, donde también pude ver el exterior de la iglesia de Nuestra Señora del Manzano. Allí me detuve para hidratarme y pude saludar a la chica "mística" que había conocido en Orbaneja del Camino.


 
Ruinas del convento de San Antón


Portada de la iglesia de Nuestra Señora del Manzano


     Recorrí las calles de este pueblo que recuerdo me pareció muy bonito (y largo) y que bien merece la pena conocer, pero el hecho de haber hecho ya dos pausas previas hizo que no me detuviese en exceso. 

     Al poco de salir del pueblo comenzó una fuerte cuesta hasta el alto de Mostelares, que hizo que tuviera que ascender unos 125 metros en apenas 1,5 kilómetros. En la cima nos juntamos un buen número de peregrinos, entre ellos algunos de los guiris de Hontanas. Allí hubo que hacer unos cuantos estiramientos, pues el esfuerzo había sido considerable.


Subida al alto de Mostelares con Castrojeriz al fondo

     Allí, había un chico, si no recuerdo mal con minusvalía, que tenía montado un pequeño puesto en el que ofrecía bebidas frías y fruta por la voluntad, que se agradecían y mucho, a la par que ponía música. En el descenso comencé a hablar con otra peregrina que me contó que estaba haciendo el camino mientras su marido e hija pequeña la iban "siguiendo" hasta el final de las etapas con el coche, donde se juntaban. Su motivo para hacer el Camino era religioso, agradecer que había aprobado las oposiciones de profesora, algo en lo que estaba yo. Lo más curioso es que lo había hecho muchos años antes, pero tras un proceso de impugnación de las mismas, no le habían otorgado su plaza hasta ese momento, una vez desestimado el mismo.

     Hicimos un receso en un bar en Itero de la Vega y tras este seguimos el camino, que poco a poco se empezó a hacer largo por el mucho calor castellano de finales de julio. Mi nueva compañera de camino tenía pensado parar unos kilómetros después que yo, en Frómista, por lo que separamos nuestros caminos y ya solo nos vimos unos días después unos minutos.

     Al llegar al ya palentino albergue de Boadilla del Camino, me sorprendió bastante la entrada, trayéndome recuerdos de la llamada "Venta del Quijote" en Puerto Lápice (Ciudad Real) que había visitado unos cuantos años antes. Unos metros después, el albergue me sorprendería todavía mucho más con su enorme jardín, piscina. Tras la respectiva ducha, comí en el restaurante del propio albergue y después de una reparadora siesta, seguí descansando en el jardín. La cena la haría allí mismo, y tras comenzar solo me acabó acompañando la chica de Orbaneja, a la que se sumó otro peregrino que ella conocía y con el que luego acabaría compartiendo alguna jornada con otros peregrinos.




     La siguiente jornada, decimonovena, me llevaría hasta Carrión de los Condes tras recorrer casi 25 kilómetros. Del comienzo es esta etapa tengo un magnífico recuerdo, ese paseo solitario mientras amanecía junto al Canal de Castilla, ese proyecto hidráulico para transportar el cereal castellano que apenas tuvo recorrido ante la llegada del ferrocarril, y que hoy se puede disfrutar como recurso turístico. Un poco antes de llegar a Frómista me detuve a ver y fotografiar uno de los sistemas de esclusas del canal.


Amanecer junto al canal de Castilla cerca de Frómista (Palencia)

  


     Tras hacer un receso en  una cafetería de Frómista, me acerqué  a ver, por fuera, eso sí, su famosa iglesia románica, la de San Martín de Tours, del siglo XI, probablemente la más bonita de este estilo en España.


Iglesia de San Martín de Tours (Frómista)


     Llegando a Población de Campos, tomé la variante de Villovieco, que me desviaría del camino  oficial, pero que me evitaba ir junto a la carretera. Varios kilómetros después hice un receso en un área de descanso en Revenga de Campos. Saludé al chico que me habían presentado la noche anterior, que estaba con otras 2 chicas, una de ellas, Susana, se convertiría poco después en parte fundamental de mi Camino.

     A Carrión de los Condes llegué a la hora de la comida. Lo primero, como casi siempre, era buscar donde pasar la noche. Esta vez el lugar elegido sería el albergue parroquial de Santa María, que acabaría teniendo una trascendencia fundamental en esta historia. Tras ducharme, bajé a lavar mi ropa y allí me volví a encontrar a Susana. Como nos habíamos visto esa mañana comenzamos a hablar y al final decidimos ir a comer juntos, comida a la que se acabó uniendo nuestro conocido común. En el albergue nos comunicaron que por la tarde habría una reunión en el hall en el que cantarían canciones con guitarras y en diferentes idiomas, puesto que todos los peregrinos, españoles y extranjeros, estaban invitados a participar. También nos dijeron que por la noche habría una cena comunitaria en la que cada uno podría poner para el común lo que creyese oportuno. Susana y yo decidimos ir a un supermercado y comprar algunas cosillas (recuerdo entre otras una enorme, rica y fresca sandía). Cuando nos disponíamos a ir, nos encontramos con un padre y su hija, vascos, con los que Susana ya había hablado. Aquel encuentro cambiaría mi Camino, pues Julián e Isa, que así se llamaban, se convertirían en compañeros de viaje prácticamente las 3 semanas que todavía me quedaban.

     Tras el vespertino concierto "religioso" en el que yo, bastante vergonzoso para estas cosas, apenas canté, llegaría la cena en el patio del albergue. Fue una cena muy divertida a la que también se uniría Daniel, un inglés de Liverpool, afincado en España, que ya había realizado el Camino en varias ocasiones y que también acabó convirtiéndose en otra de esas personas fundamentales en mi primera experiencia peregrina.

     Solo dos días antes me había sentido solo, a partir de este día caminaría siempre acompañado pues nacía mi segundo grupo del Camino. 


Continúa...


sábado, 19 de septiembre de 2020

MI CAMINO DE SANTIAGO (IX): SOLEDAD

      

                Anterior

      La tercera semana comenzaría con una jornada que recuerdo como muy bonita en el principio, pero que acabó convirtiéndose en bastante soporífera.

     La salida del albergue de San Antonio Abad en Villafranca Montesdeoca es bastante durilla, pues sin haber dado apenas  unos pasos, sin ningún calentamiento previo, comienza una dura subida, aunque poco a poco se va moderando, no obstante, señalar que es de aproximadamente 200 m de altitud en apenas 3 kilómetros. Con todo, merece la pena este paseo por los Montes de Oca, que curiosamente he leído que en otros tiempos era una zona muy temida por los peregrinos, ya que solía haber numerosos malhechores.



     Transcurridos un par de kilómetros, me encontré con una sorpresa, un monumento a los fusilados en la Guerra Civil, unas 300 personas del "bando republicano". Tras un pequeño descanso mientras leía citas de paz y hacía unas fotografías,seguí mi camino por aquel entorno tan bello, un bosque de robles y pinos donde es fácil, como a mí me sucedió, encontrarte con algún que otro ciervo a no mucha distancia.


    


     En San Juan de Ortega hice un descanso y visité la iglesia de su monasterio. Esta localidad es normalmente final de jornada si el comienzo hubiera sido en Belorado, que no fue mi caso. 


Ábside y baldaquino del la iglesia del monasterio de San Juan de Ortega

     Unos kilómetros después, se encuentra una localidad de famoso nombre, Atapuerca. Allí decidí desviarme del camino para visitar el CAREX, el Centro de Arqueología Experimental, que se veía a la derecha del camino. Sin embargo, me encontré con alguien que me indicó que estaba cerrado, era lunes (el yacimiento de Atapuerca se encuentra en la localidad de Ibeas de Juarros).

 
Monolitos en Atapuerca (pueblo) y cartel del yacimiento.

     A partir de ahí es cuando la jornada comenzó a convertirse en algo tediosa, primero por la subida por la sierra de Atapuerca, un camino muy pedregoso que hacía difícil la marcha y después por la bajada, que siguió siendo pedregosa al principio, pero que se convirtió en una pista de tierra cómoda, pero que sin embargo se mi hizo muy larga por el cansancio del día y el calor, sin una sola sombra y ninguna vista interesante.

     La jornada terminaría en Cardeñuela Riopico, no sin antes dos sobresaltos, el primero, un pequeño accidente que vi justo cuando iba a entrar en el albergue, cuando un ciclista salió por los aires por una salida indebida de un coche aparcado y, después, porque al entrar en el albergue municipal me comunicaron que estaba cerrado ese día por un problema con el agua.

     Afortunadamente, había un albergue privado, el Vía Minera, bastante interesante, y decidí contratar cama en una habitación para 4 personas en lugar de en el dormitorio comunitario. Nadie más llegó a la habitación  por lo que la tuve toda para mí. El cansancio era tal que solo me apeteció ducharme y echarme en la cama sin siquiera comer, tan solo alguna galleta.

     Recuerdo, en cambio, que la cena estuvo muy bien y fue muy agradable, ya que fue comunitaria entre todos los peregrinos que estábamos allí. Especialmente me acuerdo de una chica ya "madura", un tanto mística con la que había hablado algo en Villafranca y con la que compartiría algunos momentos días posteriores y también una pareja de madre e hija, sevillanas, que me sorprendieron muchísimo, pues la madre superaba ampliamente los 80 años y tenía la intención de llegar a Santiago. No tenían prisa, ni problemas de tiempo o dinero y caminaban 10 o 12 kilómetros  al día, de hecho, la siguiente etapa hasta Burgos, que para mí sería la más corta, salvo ese prólogo del que ya hablé, para ellas iba a ser la más larga por el momento.


     La llegada a Burgos fue bastante aburrida, ya que todo el recorrido discurrió por una especie de urbanización en Orbaneja Riopico, el exterior del recinto del aeropuerto y un polígono industrial de la capital castellana. Muy diferente fue pasear por sus calles llenas de historia.

     Llegué al albergue y estaba cerrado, y como todavía faltaban como un par de horas para su apertura, aproveché para ver y fotografiar con todo lujo de detalle su magnífica catedral gótica.

      

Selfi exterior con las torres al fondo, puerta de la Coronería y fachada principal, respectivamente.


 


Capilla de los condestables y cúpula de la misma, escalera dorada y claustro, respectivamente

     El albergue de Burgos es simplemente espectacular, edificio del siglo XVI completamente restaurado, 4 plantas, 150 plazas en 6 dormitorios, cada cama, en literas, con su luz propia y enchufe, que en estos tiempos en el que nos dominan los móviles es fundamental (no lo vi en un principio y me tocó estar cargándolo en el suelo del hall), zona interior para las bicicletas, comedor amplísimo...

     Tras la inscripción, sellado de credencial, ducha y demás bajé a comer a un bar y me fui caminando hasta el Museo de la Evolución Humana donde además de ver información y recreaciones de Atapuerca, pude ver y fotografiar modelos de prácticamente todas las especies de homíninos conocidos, una recreación del Beagle, el barco en el que viajó Darwin a las Galápagos que le sirvió para su Teoría de la Evolución.

   
Cráneo de "Miguelón" (Homo heidelbergensis) y tarros de guisantes de Mendel


Modelos de Australopithecus afarensis, Homo habilis, Homo antecessor, Homo neanderthalensis y Homo sapiens, respectivamente

     En fin, que la etapa corta se convirtió en una etapa normal porque bien a gusto caminé otros 7-8 kilómetros por la ciudad, catedral y museo. Por la noche, y como era el día de Santiago, nos invitaron a cenar una paella en la planta superior del albergue que puso colofón a un gran día.


     La tercera de las jornadas que comento en este post, decimoséptima desde que comencé el Camino, se convertiría en la más larga de toda mi "aventura", puesto que decidí hacer jornada y media de la de los manuales, así, en lugar de acabar en Hornillos del Camino, que supondría 21 kilómetros, lo alargué hasta Hontanas, sumando otros 10,5 kilómetros y sobrepasando los 30 por segunda vez.

     Fue otra de esas jornadas sin mucha trascendencia con un paisaje un tanto monótono tras salir de Burgos y que poco a poco se iría haciendo hasta pesadilla con la suma de kilómetros y el aumento del calor con el pasar de las horas. Hice un descanso considerable en Hornillos del Camino donde sí me pude fijar en algunas de sus casas tradicionales. Llegando a este pueblo o saliendo de él, no me acuerdo, me empecé a encontrar y saludar con  una pareja de italianas a las que continuamente iba y me iban adelantando cada vez que alguno de nosotros nos deteníamos. 

     Pasados unos kilómetros de Hornillos había a la izquierda un albergue en medio de la nada y en algún momento me tentó acabar allí, pero el hecho de que contara con apenas 10 plazas me hizo desistir de desviarme del camino hasta él. Era el albergue de San Bol. No recuerdo por quién fue, tal vez por las italianas,  que pude saber que nuestro viejo conocido Thomas había llegado allí en malísimas condiciones etílicas.

     Desde allí, los menos de 5 kilómetros hasta Hontanas se me hicieron larguísimos, de hecho iba viendo indicaciones con la distancia de forma frecuente y parecía que entre una y otra había caminado el triple. Quedando menos de medio kilómetro, todavía no se divisaba nada del pueblo y claro, de repente llegó la sorpresa cuando te lo encuentras en una hondonada.

     Creo que fue la jornada en la que me sentí más triste en el Camino. Decidí ir a un albergue parroquial y cuando llegué era el primero, aunque recuerdo que al poco llegaron un cura y una monja extranjeros, que por supuesto me invitaron a una misa, aunque yo tenía otros planes.

     El albergue era supermodesto, las mantas daban un poquillo de grima y el aseo era complicado. Finalmente fueron llegando más peregrinos, todos extranjeros, de forma que yo era el único español. No vi por su parte ningún intento de "acogida", de preguntarme quién era, de dónde venía, cuántos días llevaba caminando, algo muy normal con aquellos con los que compartes el espacio más cercano en esta ruta. Hablaban siempre en inglés aunque eran de diferentes nacionalidades.



     Lo mejor del albergue fue saber un poco de la vida del alberguero, un voluntario que hacía el trabajo de forma altruista y que, además, cuando no estaba allí, también realizaba labores de voluntariado en hospitales de Barcelona divirtiendo como payaso a los más pequeños hospitalizados. Fue él quien me dijo que el pueblo tenía una piscina municipal antes de la llegada de los eclesiásticos por lo que decidí ir a comer allí algo que llevaba desde la noche anterior en la mochila. Pasé una buena parte de la tarde allí. La piscina era realmente magnífica para un pequeño pueblo que no alcanza los 100 habitantes censados. Poco a poco fueron llegando los peregrinos extranjeros de mi albergue y vi como ellos se divertían juntos y me seguían ignorando, a pesar de hacer algún tímido acercamiento (también es verdad que les sacaba unos cuantos años). Cuando acabó la jornada de piscina, al ir a cenar a un bar pasó más de lo mismo, pude ver a todos juntos, tomando sus cervezas, hablando, riendo y yo, pues solito... pero en fin, había decidido hacer el Camino solo y esta era una de las posibilidades, aunque afortunadamente fue el único día en el que me sentí incómodo por estar solo y de los pocos días en los que lo estuve.




Continúa...