sábado, 19 de septiembre de 2020

MI CAMINO DE SANTIAGO (IX): SOLEDAD

      

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      La tercera semana comenzaría con una jornada que recuerdo como muy bonita en el principio, pero que acabó convirtiéndose en bastante soporífera.

     La salida del albergue de San Antonio Abad en Villafranca Montesdeoca es bastante durilla, pues sin haber dado apenas  unos pasos, sin ningún calentamiento previo, comienza una dura subida, aunque poco a poco se va moderando, no obstante, señalar que es de aproximadamente 200 m de altitud en apenas 3 kilómetros. Con todo, merece la pena este paseo por los Montes de Oca, que curiosamente he leído que en otros tiempos era una zona muy temida por los peregrinos, ya que solía haber numerosos malhechores.



     Transcurridos un par de kilómetros, me encontré con una sorpresa, un monumento a los fusilados en la Guerra Civil, unas 300 personas del "bando republicano". Tras un pequeño descanso mientras leía citas de paz y hacía unas fotografías,seguí mi camino por aquel entorno tan bello, un bosque de robles y pinos donde es fácil, como a mí me sucedió, encontrarte con algún que otro ciervo a no mucha distancia.


    


     En San Juan de Ortega hice un descanso y visité la iglesia de su monasterio. Esta localidad es normalmente final de jornada si el comienzo hubiera sido en Belorado, que no fue mi caso. 


Ábside y baldaquino del la iglesia del monasterio de San Juan de Ortega

     Unos kilómetros después, se encuentra una localidad de famoso nombre, Atapuerca. Allí decidí desviarme del camino para visitar el CAREX, el Centro de Arqueología Experimental, que se veía a la derecha del camino. Sin embargo, me encontré con alguien que me indicó que estaba cerrado, era lunes (el yacimiento de Atapuerca se encuentra en la localidad de Ibeas de Juarros).

 
Monolitos en Atapuerca (pueblo) y cartel del yacimiento.

     A partir de ahí es cuando la jornada comenzó a convertirse en algo tediosa, primero por la subida por la sierra de Atapuerca, un camino muy pedregoso que hacía difícil la marcha y después por la bajada, que siguió siendo pedregosa al principio, pero que se convirtió en una pista de tierra cómoda, pero que sin embargo se mi hizo muy larga por el cansancio del día y el calor, sin una sola sombra y ninguna vista interesante.

     La jornada terminaría en Cardeñuela Riopico, no sin antes dos sobresaltos, el primero, un pequeño accidente que vi justo cuando iba a entrar en el albergue, cuando un ciclista salió por los aires por una salida indebida de un coche aparcado y, después, porque al entrar en el albergue municipal me comunicaron que estaba cerrado ese día por un problema con el agua.

     Afortunadamente, había un albergue privado, el Vía Minera, bastante interesante, y decidí contratar cama en una habitación para 4 personas en lugar de en el dormitorio comunitario. Nadie más llegó a la habitación  por lo que la tuve toda para mí. El cansancio era tal que solo me apeteció ducharme y echarme en la cama sin siquiera comer, tan solo alguna galleta.

     Recuerdo, en cambio, que la cena estuvo muy bien y fue muy agradable, ya que fue comunitaria entre todos los peregrinos que estábamos allí. Especialmente me acuerdo de una chica ya "madura", un tanto mística con la que había hablado algo en Villafranca y con la que compartiría algunos momentos días posteriores y también una pareja de madre e hija, sevillanas, que me sorprendieron muchísimo, pues la madre superaba ampliamente los 80 años y tenía la intención de llegar a Santiago. No tenían prisa, ni problemas de tiempo o dinero y caminaban 10 o 12 kilómetros  al día, de hecho, la siguiente etapa hasta Burgos, que para mí sería la más corta, salvo ese prólogo del que ya hablé, para ellas iba a ser la más larga por el momento.


     La llegada a Burgos fue bastante aburrida, ya que todo el recorrido discurrió por una especie de urbanización en Orbaneja Riopico, el exterior del recinto del aeropuerto y un polígono industrial de la capital castellana. Muy diferente fue pasear por sus calles llenas de historia.

     Llegué al albergue y estaba cerrado, y como todavía faltaban como un par de horas para su apertura, aproveché para ver y fotografiar con todo lujo de detalle su magnífica catedral gótica.

      

Selfi exterior con las torres al fondo, puerta de la Coronería y fachada principal, respectivamente.


 


Capilla de los condestables y cúpula de la misma, escalera dorada y claustro, respectivamente

     El albergue de Burgos es simplemente espectacular, edificio del siglo XVI completamente restaurado, 4 plantas, 150 plazas en 6 dormitorios, cada cama, en literas, con su luz propia y enchufe, que en estos tiempos en el que nos dominan los móviles es fundamental (no lo vi en un principio y me tocó estar cargándolo en el suelo del hall), zona interior para las bicicletas, comedor amplísimo...

     Tras la inscripción, sellado de credencial, ducha y demás bajé a comer a un bar y me fui caminando hasta el Museo de la Evolución Humana donde además de ver información y recreaciones de Atapuerca, pude ver y fotografiar modelos de prácticamente todas las especies de homíninos conocidos, una recreación del Beagle, el barco en el que viajó Darwin a las Galápagos que le sirvió para su Teoría de la Evolución.

   
Cráneo de "Miguelón" (Homo heidelbergensis) y tarros de guisantes de Mendel


Modelos de Australopithecus afarensis, Homo habilis, Homo antecessor, Homo neanderthalensis y Homo sapiens, respectivamente

     En fin, que la etapa corta se convirtió en una etapa normal porque bien a gusto caminé otros 7-8 kilómetros por la ciudad, catedral y museo. Por la noche, y como era el día de Santiago, nos invitaron a cenar una paella en la planta superior del albergue que puso colofón a un gran día.


     La tercera de las jornadas que comento en este post, decimoséptima desde que comencé el Camino, se convertiría en la más larga de toda mi "aventura", puesto que decidí hacer jornada y media de la de los manuales, así, en lugar de acabar en Hornillos del Camino, que supondría 21 kilómetros, lo alargué hasta Hontanas, sumando otros 10,5 kilómetros y sobrepasando los 30 por segunda vez.

     Fue otra de esas jornadas sin mucha trascendencia con un paisaje un tanto monótono tras salir de Burgos y que poco a poco se iría haciendo hasta pesadilla con la suma de kilómetros y el aumento del calor con el pasar de las horas. Hice un descanso considerable en Hornillos del Camino donde sí me pude fijar en algunas de sus casas tradicionales. Llegando a este pueblo o saliendo de él, no me acuerdo, me empecé a encontrar y saludar con  una pareja de italianas a las que continuamente iba y me iban adelantando cada vez que alguno de nosotros nos deteníamos. 

     Pasados unos kilómetros de Hornillos había a la izquierda un albergue en medio de la nada y en algún momento me tentó acabar allí, pero el hecho de que contara con apenas 10 plazas me hizo desistir de desviarme del camino hasta él. Era el albergue de San Bol. No recuerdo por quién fue, tal vez por las italianas,  que pude saber que nuestro viejo conocido Thomas había llegado allí en malísimas condiciones etílicas.

     Desde allí, los menos de 5 kilómetros hasta Hontanas se me hicieron larguísimos, de hecho iba viendo indicaciones con la distancia de forma frecuente y parecía que entre una y otra había caminado el triple. Quedando menos de medio kilómetro, todavía no se divisaba nada del pueblo y claro, de repente llegó la sorpresa cuando te lo encuentras en una hondonada.

     Creo que fue la jornada en la que me sentí más triste en el Camino. Decidí ir a un albergue parroquial y cuando llegué era el primero, aunque recuerdo que al poco llegaron un cura y una monja extranjeros, que por supuesto me invitaron a una misa, aunque yo tenía otros planes.

     El albergue era supermodesto, las mantas daban un poquillo de grima y el aseo era complicado. Finalmente fueron llegando más peregrinos, todos extranjeros, de forma que yo era el único español. No vi por su parte ningún intento de "acogida", de preguntarme quién era, de dónde venía, cuántos días llevaba caminando, algo muy normal con aquellos con los que compartes el espacio más cercano en esta ruta. Hablaban siempre en inglés aunque eran de diferentes nacionalidades.



     Lo mejor del albergue fue saber un poco de la vida del alberguero, un voluntario que hacía el trabajo de forma altruista y que, además, cuando no estaba allí, también realizaba labores de voluntariado en hospitales de Barcelona divirtiendo como payaso a los más pequeños hospitalizados. Fue él quien me dijo que el pueblo tenía una piscina municipal antes de la llegada de los eclesiásticos por lo que decidí ir a comer allí algo que llevaba desde la noche anterior en la mochila. Pasé una buena parte de la tarde allí. La piscina era realmente magnífica para un pequeño pueblo que no alcanza los 100 habitantes censados. Poco a poco fueron llegando los peregrinos extranjeros de mi albergue y vi como ellos se divertían juntos y me seguían ignorando, a pesar de hacer algún tímido acercamiento (también es verdad que les sacaba unos cuantos años). Cuando acabó la jornada de piscina, al ir a cenar a un bar pasó más de lo mismo, pude ver a todos juntos, tomando sus cervezas, hablando, riendo y yo, pues solito... pero en fin, había decidido hacer el Camino solo y esta era una de las posibilidades, aunque afortunadamente fue el único día en el que me sentí incómodo por estar solo y de los pocos días en los que lo estuve.




Continúa...

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