El jueves 27 de julio comenzó la que sería mi decimoctava etapa. Una vez que, habiendo alargado la etapa anterior, llegando hasta Hontanas en lugar de a Hornillos del Camino, el final habitual de etapa se hacía muy corto, puesto que Castrojeriz estaba a apenas 9,4 kms. por lo que decidí que la alargaría hasta Boadilla del Camino, cerca ya del siguiente final de etapa de las guías, Frómista.
De nuevo sería una jornada larguita, de 28,4 kms. La mañana se presentó bastante agradable, sin excesivo calor a esas primeras horas de la mañana. A poco más de 5 kilómetros y tras un suave descenso, me encontré con las ruinas del convento de San Antón, cercano ya a Castrojeriz, todavía en la provincia burgalesa, un convento de manufactura gótica que en su día acogía a los peregrinos que realizaban el Camino, especialmente a aquellos que llegaban enfermos con el llamado "fuego de San Antón", una intoxicación por el cornezuelo, un hongo que crecía en el centeno y que provocaba hasta la muerte por problemas respiratorios. Realicé unas cuantas fotografías y seguí mi camino. La primera parada "técnica" la hice unos cuantos kilómetros después, a la entrada de Castrojeriz, donde también pude ver el exterior de la iglesia de Nuestra Señora del Manzano. Allí me detuve para hidratarme y pude saludar a la chica "mística" que había conocido en Orbaneja del Camino.
Recorrí las calles de este pueblo que recuerdo me pareció muy bonito (y largo) y que bien merece la pena conocer, pero el hecho de haber hecho ya dos pausas previas hizo que no me detuviese en exceso.
Al poco de salir del pueblo comenzó una fuerte cuesta hasta el alto de Mostelares, que hizo que tuviera que ascender unos 125 metros en apenas 1,5 kilómetros. En la cima nos juntamos un buen número de peregrinos, entre ellos algunos de los guiris de Hontanas. Allí hubo que hacer unos cuantos estiramientos, pues el esfuerzo había sido considerable.
Allí, había un chico, si no recuerdo mal con minusvalía, que tenía montado un pequeño puesto en el que ofrecía bebidas frías y fruta por la voluntad, que se agradecían y mucho, a la par que ponía música. En el descenso comencé a hablar con otra peregrina que me contó que estaba haciendo el camino mientras su marido e hija pequeña la iban "siguiendo" hasta el final de las etapas con el coche, donde se juntaban. Su motivo para hacer el Camino era religioso, agradecer que había aprobado las oposiciones de profesora, algo en lo que estaba yo. Lo más curioso es que lo había hecho muchos años antes, pero tras un proceso de impugnación de las mismas, no le habían otorgado su plaza hasta ese momento, una vez desestimado el mismo.
Hicimos un receso en un bar en Itero de la Vega y tras este seguimos el camino, que poco a poco se empezó a hacer largo por el mucho calor castellano de finales de julio. Mi nueva compañera de camino tenía pensado parar unos kilómetros después que yo, en Frómista, por lo que separamos nuestros caminos y ya solo nos vimos unos días después unos minutos.
Al llegar al ya palentino albergue de Boadilla del Camino, me sorprendió bastante la entrada, trayéndome recuerdos de la llamada "Venta del Quijote" en Puerto Lápice (Ciudad Real) que había visitado unos cuantos años antes. Unos metros después, el albergue me sorprendería todavía mucho más con su enorme jardín, piscina. Tras la respectiva ducha, comí en el restaurante del propio albergue y después de una reparadora siesta, seguí descansando en el jardín. La cena la haría allí mismo, y tras comenzar solo me acabó acompañando la chica de Orbaneja, a la que se sumó otro peregrino que ella conocía y con el que luego acabaría compartiendo alguna jornada con otros peregrinos.
Tras hacer un receso en una cafetería de Frómista, me acerqué a ver, por fuera, eso sí, su famosa iglesia románica, la de San Martín de Tours, del siglo XI, probablemente la más bonita de este estilo en España.
Llegando a Población de Campos, tomé la variante de Villovieco, que me desviaría del camino oficial, pero que me evitaba ir junto a la carretera. Varios kilómetros después hice un receso en un área de descanso en Revenga de Campos. Saludé al chico que me habían presentado la noche anterior, que estaba con otras 2 chicas, una de ellas, Susana, se convertiría poco después en parte fundamental de mi Camino.
A Carrión de los Condes llegué a la hora de la comida. Lo primero, como casi siempre, era buscar donde pasar la noche. Esta vez el lugar elegido sería el albergue parroquial de Santa María, que acabaría teniendo una trascendencia fundamental en esta historia. Tras ducharme, bajé a lavar mi ropa y allí me volví a encontrar a Susana. Como nos habíamos visto esa mañana comenzamos a hablar y al final decidimos ir a comer juntos, comida a la que se acabó uniendo nuestro conocido común. En el albergue nos comunicaron que por la tarde habría una reunión en el hall en el que cantarían canciones con guitarras y en diferentes idiomas, puesto que todos los peregrinos, españoles y extranjeros, estaban invitados a participar. También nos dijeron que por la noche habría una cena comunitaria en la que cada uno podría poner para el común lo que creyese oportuno. Susana y yo decidimos ir a un supermercado y comprar algunas cosillas (recuerdo entre otras una enorme, rica y fresca sandía). Cuando nos disponíamos a ir, nos encontramos con un padre y su hija, vascos, con los que Susana ya había hablado. Aquel encuentro cambiaría mi Camino, pues Julián e Isa, que así se llamaban, se convertirían en compañeros de viaje prácticamente las 3 semanas que todavía me quedaban.
Tras el vespertino concierto "religioso" en el que yo, bastante vergonzoso para estas cosas, apenas canté, llegaría la cena en el patio del albergue. Fue una cena muy divertida a la que también se uniría Daniel, un inglés de Liverpool, afincado en España, que ya había realizado el Camino en varias ocasiones y que también acabó convirtiéndose en otra de esas personas fundamentales en mi primera experiencia peregrina.
Solo dos días antes me había sentido solo, a partir de este día caminaría siempre acompañado pues nacía mi segundo grupo del Camino.
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