Proviene de:
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Pensó que podía ser un lugar excelente para vivir. Había estado paseando a lo largo y ancho de la villa, disfrutando de sus calles, de sus maravillosos monumentos, el Palacio de Don Gutierre de Cárdenas, las iglesias de Santa María de la Asunción y de San Juan Bautista, los conventos de Santa Clara y de Santa Catalina de Siena, la picota, la fuente grande, de reciente creación, erigida por Juan de Herrera, la fuente vieja, de origen romano y, sobre todo, aquella bonita plaza mayor, con sus pórticos soportados por pies de madera, donde al parecer, según le habían comentado se celebraban las fiestas taurinas. Sí, definitivamente sí, aquel podía ser un lugar donde vivir y escribir tras su destierro. Decidió informarse de casas vacías donde poder establecer su residencia, encontrando la inestimable ayuda de Don Sebastián, el maestro de la villa, quien no se podía creer estar hablando con don Félix Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, autor de célebres rimas, romances, novelas pastoriles, épicas y bizantinas como “La Arcadia”, “La Dragontea” o “El peregrino en su patria” y comedias como “El caballero del milagro”, “La viuda valenciana”, “Los embustes de Fabia” o “Belardo el furioso”, algunas de las cuales había podido disfrutar en los corrales de comedias, no solo de Ocaña, sino de otras muchas poblaciones de alrededor.
Lope pensó que aquella casa abandonada desde hacía casi veinte años sería ideal para él, no queriendo hacer caso alguno a las supersticiones del maestro cuando le dijo que estaba gafada. Por él se enteró que había sido habitada tiempo atrás por un artesano impresor que, condenado por la Inquisición, había muerto en la hoguera, quemado junto a sus libros, y que en ella también habían muerto antes que él su esposa y único hijo, además de otro joven poco tiempo después en extrañas circunstancias.
- ¿No creerás en esas supersticiones? –preguntó mordaz, Lope a Don Sebastián–, ¿sabes que por eso, si te oye el Santo Oficio, podrías acabar como el impresor?.
- No, no, yo no creo en esas cosas, pero sí quería advertirte de lo que dice la gente sobre ella cuando nadie les oye, ¿me entiendes? –contestó el maestro.
- Claro, claro, cuando nadie oye –repitió el Fénix de los Ingenios.
Tras pasar su primera noche en la casa y mientras hacía llegar sus pertenencias desde Toledo, Lope decidió conocer mejor la casa para planificar los cambios que en ella se requerían. Entró en lo que había sido el taller del impresor e inmediatamente supo que en aquel lugar era donde él debía escribir. Precisamente, y a pesar de las advertencias del maestro, lo que más le había hecho inclinarse por quedársela era que allí había vivido una persona que amaba los libros. Miró y remiró por todos los lugares, encontrando maravilloso aquel sitio, la imprenta, las herramientas con las que el impresor trabajaba, los papeles, y un libro, un único libro. Sintió algo extraño al cogerle entre sus manos. Recordó que el día anterior Don Sebastián le había dicho que el impresor había sido quemado junto a sus libros, junto a todos sus libros. La Inquisición no había tenido ningún miramiento y había quemado todos, trataran lo que trataran, contaran las historias que contaran, ya atentaran o no la religión y la moral católica, pero entonces ¿qué hacía aquél único libro allí, en aquél cajón? No tardó en observar que era un ejemplar muy raro, parecía haber sido elaborado por distintas personas y en épocas diferentes. Las hojas tenían diferente color, parecía como si algunas se hubiesen añadido después que otras. Tuvo esa misma impresión con el grabado de los autores en la portada, a pesar de reconocer que era un trabajo bastante bueno. Le extrañó también que aquel libro pudiera tener tres autores, pues no era para nada usual que se escribiese en conjunto, ni siquiera dos escritores. Leyó sus nombres, Fernando de Zalamea, Diego Villar y Lorenzo de Acuña. Extrañado no pudo por menos de comenzar a leerlo inmediatamente y pronto se dio cuenta también que parecía haber sido escrito por dos autores, solo por dos y no por tres como decía la portada. Había dos estilos muy diferenciados, uno mayoritario y otro en algunas zonas puntuales, curiosamente en el papel que parecía más nuevo.
Contaba la historia de amor de Casilda y Peribáñez, y de cómo durante la fiesta de celebración de su matrimonio, un toro había herido al Comendador de la villa, quien siendo finalmente cuidado por Casilda, se enamoró perdidamente de la belleza de su cuidadora en lo que era un amor imposible, puesto que ella amaba realmente a Peribáñez. El Comendador trató de ganarse su confianza y la de su esposo, obsequiándoles con importantes regalos. Cada día más enamorado de Casilda y celoso de su esposo, el Comendador fraguó un plan para deshacerse del último, enviándole a la guerra poco después que éste se pusiera a sus órdenes como soldado. Sin embargo, Peribáñez, sospechoso de las intenciones del Comendador, no marchó a la guerra y se escondió en la casa, pudiendo observar como el ahora su señor trataba de seducir a su esposa. No se pudo contener y salió de su escondite, hiriendo al Comendador, lo cual provocó que tuviera que huir precipitadamente con su esposa. El relato continuaba con la respuesta del rey ante tamaña ofensa, el ataque a uno de sus principales hombres, por lo que mandó dar captura a Peribáñez. Finalmente éste se entregó contando al rey como había sido realmente la historia, siendo comprendido y perdonado por éste.
Lope se entusiasmó con aquella historia, sin embargo, no gustándole el estilo creyó que podía ser escrita mucho mejor. Comenzó a idear como lo haría él, olvidándose por completo de la casa y del proyecto en el que estaba trabajando hasta ese momento. No tardó nada en decidir cuál debía ser el título de la misma “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”.