jueves, 2 de agosto de 2018

MI CAMINO DE SANTIAGO (II): DE SOMPORT A JACA




     A Canfranc-Estación llegué a mediodía y tras visitar la oficina de turismo para asegurarme que no hubiera habido cambios de horario y punto de salida del bus que me acercara al "Summus Portus", nombre latino de Somport, el puerto más alto (el puerto de Somport es el único paso de montaña en los Pirineos centrales) me fui a comer y tras esto ver el albergue donde pasaría la primera de las noches, el albergue de Pepito Grillo.


     El día estaba raro, hacía bueno pero en lo alto de la montaña estaba oscuro, amenazando lluvia y ese sería uno de mis primeros temores, hacer un considerable descenso de casi 450 metros de desnivel en apenas 8 kilómetros (desde la cota de 1.632 metros a la de 1.190) desconociendo como iba a ser el camino, si es que lo había, por un terreno que se podía poner resbaladizo y además solo, porque en mi imaginación estaba que ya me encontraría con algún peregrino, pero no, no había nadie.

     Llegó el bus, pero no era el bus que yo esperaba, este era de una línea francesa. Pregunté a su conductora y me aseguraba que sí, que me dejaba donde yo quería y que además era más barato que la línea española. Había algo que me  hacía no fiarme y no subí, no siendo que su parada, aunque cerca no estuviese en el mismo inicio del Camino, en la misma frontera con Francia y me tocase buscarme la vida. Luego comprobé que no había más opción, aunque en lo del precio ya me engañó, porque era más barato el bus español.

     Llegué al albergue de Aysa y tras tomar un café sellé mi credencial de peregrino por primera vez, un sello que certificaba el punto de inicio, a 856 kilómetros de Santiago de Compostela según el primero de los indicadores que vi. Quería comenzar rápido por eso de la posible lluvia, de que en la montaña la luz no es la misma a pesar de estar a 10 de julio, hasta tal punto de que no me di cuenta de hacerme una foto en el puesto fronterizo, que ni vi, y eso que estaba tras una curva a apenas 50 metros.




     Cuando iba a empezar me llevé una alegría... ¡2 peregrinos que iban a entrar en el albergue! La alegría duró poco, tras hablar con ellos, supe que eran 2 montañeros vascos que estaban haciendo el GR11, la "Transpirenaica", ruta que atraviesa longitudinalmente toda la cordillera, desde el Golfo de Vizcaya al Cabo de Creus a lo largo de más de 400 kilómetros. Tras desearnos suerte, comencé ahora sí, el Camino.

     Esta etapa prólogo resultó más sencilla finalmente de lo esperado y tan solo tuvo una pequeña pérdida por un cambio de sentido teniendo que desandar lo andado unos 200-300 metros. En el trayecto pude ver las ruinas del hospital de Santa Cristina, un centro de acogida de peregrinos del siglo XIII, una urbanización de la estación invernal de Candanchú, el puente de Santa Cristina para salvar el río Aragón y desde lejos la bonita fortaleza del Col de Ladrones, del siglo XVI, reconstruida en el XIX.


  


     El albergue, a excepción de la cafetería-comedor era bastante sencillote. Cuando llegué a la habitación ya había alguien, 2 superabuelas francesas de setenta y pico de años con las que me costó un poco entenderme. Solo sería el primero de muchos días en los que coincidimos y desde aquí, y aunque seguro que ellas no lo van a leer, me gustaría reconocerles el meritazo que tenían, porque habían salido desde Toulouse (Francia), atravesado los Pirineos y acabarían llegando a Burgos en lo que era su 3ª experiencia en el Camino y cerca de 20 aventuras veraniegas caminando juntas por diferentes lugares de Europa. En el albergue también pude coincidir y hablar con una chica, estudiante en Salamanca, que estaba haciendo un curso de piano en Canfranc, otros montañeros catalanes que también estaban haciendo la transpirenaica y otro francés, residente en Argentina, que aprovechaba sus vacaciones para hacer una ruta atravesando los Pirineos y llegar a su casa.



     A la mañana siguiente salí como a las 8:00 horas (el día que más tarde comencé, con el avanzar del camino acabaría levantándome entre las 5:30 y las 6:00, lo normal en verano, vamos...). Nada más abandonar Canfranc-Estación tomé  un sendero a través de un hayedo, un paraje maravilloso: exuberante vegetación, agua, pequeñas cascadas, gente de la zona dando un paseo con sus perros, muy bucólico todo.



     Un ratito después oí que alguien se acercaba por detrás y por supuesto hice por esperarlo. Era Manuel, si mal no recuerdo, un chico de la zona que por motivos de trabajo vivía en Irlanda. De nuevo no era un peregrino, estaba de vacaciones y solo iba a caminar un par de días. Tuvimos una agradable conversación durante unos kilómetros, hasta Villanúa, pero para ser sinceros, yo no podía llevar su ritmo. Mi mochila pesaba como unos 6 kilos más que la suya, ya que el apenas llevaba el agua y unas galletas. Además el dispondría de comida familiar y de una buena ducha y cama en su casa, que no es poco. Podía hacer un esfuerzo superior al mío sin duda. Puse la excusa de visitar el Centro de Interpretación de la Naturaleza de Villanúa, ya que el tenía más prisa y no quería parar. No obstante, me ofreció caminar juntos a la mañana siguiente, pero de nuevo, nuestros horarios no eran compatibles; yo  no tenía tanta prisa como para salir a caminar a las 5:30 horas.

     De nuevo en marcha, la ruta transcurrió sin más novedad hasta llegar a Castiello de Jaca, en que paré a comer y me di cuenta que empezaba a estar cansado. Era el primer día de verdad y ya llevaba algo más de 15 kilómetros con bastante calor. Todavía quedaban 9 más para llegar a Jaca. Al final de este tramo tuve la compañía de una pareja hasta que entré en el casco histórico de la capital de la Jacetania.

     El albergue me resultó muy cómodo, nada que ver con el de Canfranc-Estación. Estaba muy limpio, tenía la posibilidad de lavar, de cocinar y sobre todo, no había literas... además, el trato de la hospedera fue maravilloso. Los hombros me dolían una barbaridad por la mochila; con el tiempo, la mochila apenas pesaría...


     En el albergue había tan poca gente que casi ni me crucé con nadie, tan solo una perejita de italianos un poco reacios a la conversación y un poco más tarde a las incombustibles abuelas francesas que ya estaban cenando cuando me yo me iba a visitar un poco la ciudad y es que, al parecer, ellas estaban encargadas de despertar a los gallos. 


     Terminé el día visitando la catedral de Jaca y su interesante museo del románico y de lejos la ciudadela, un estupendo recinto fortificado, que según he podido saber después alberga un museo de miniaturas militares en el que se recrean con soldaditos de plomo, más de 35.000, algunas de las más importantes batallas de la historia.

 










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