La nota de prensa de la portavoz de la Gendarmería indicaba que según sus cálculos eran aproximadamente ciento cincuenta mil las personas que se encontraban esa tarde en el Campo de Marte, a la orilla del Sena, para comprobar “in situ” como el famoso ilusionista Cooper Davidfield haría desaparecer la famosa Torre Eiffel, que desde finales del siglo XIX se había convertido en el monumento más representativo, en el símbolo de París y de toda Francia.
Cuatro enormes grúas esperaban a los pies de los cuatro lados de la base de la torre para izar la enorme tela tricolor diseñada con los colores de la bandera francesa, a pesar de que Davidfiel habría preferido que fuese negra en su totalidad. No quería dejar nada en manos del azar. Toda su fama mundial, su encanto personal, su fama de seductor de las más bellas mujeres del mundo, su imagen inusual, que nada hacía presuponer que se trataba de un mago no sirvió para convencer a las autoridades de la necesidad de que la tela fuese negra. Los argumentos del gobierno francés habían sido que era una oportunidad única para que todo el mundo disfrutase de un espectáculo nunca visto al ser retransmitido por las principales cadenas de televisión y medios digitales del mundo, y por tanto no había nada mejor que fuesen los propios colores de la enseña nacional. Davidfield supo que no podría hacer nada contra el ya clásico chovinismo francés, y aceptó la premisa, puesto que lo más importante era poder realizar su espectáculo.
Tras el grandioso espectáculo previo, a base de luz y sonido, en el que el increíble prestidigitador había entusiasmado a todo el público asistente, este dio la orden y las grúas comenzaron a levantar la tela que poco a poco fue cubriendo la insigne obra de ingeniería. Apenas fueron cuatro minutos, que sin embargo al público se le hicieron eternos. Davidfield siguió embaucando a su público cuando de repente ordenó que cayese la tricolor. El ohh del público, muy intenso, duró apenas unos segundos. La parte alta de la torre no estaba. Unos segundos después nadie era capaz de articular palabra, la Torre Eiffel había desaparecido y en su lugar se encontraba la famosa torre torcida de Pisa.
El público irrumpió en aplausos. Davidfield con el corazón aceleradísimo por la tensión y la emoción mando levantar de nuevo la lona que increíblemente ahora no tardó ni un solo minuto en cubrir todo el espacio anterior. Volvería a hacer aparecer la obra de Gustave Eiffel. De repente Cooper se echó la mano al pecho. El público creía que era otra estrategia suya para mantener la emoción, pero no, el infarto fue fulminante y nada se pudo hacer por su vida. Las grúas volvieron a soltar la tela y ¡sorpresa! allí seguía la Torre de Pisa. Nadie sabía que hacer. Las semanas siguientes fueron de una gran tensión tanto para los diplomáticos franceses como para los italianos que ahora tenían en su tierra la torre de hierro. Después de las buenas intenciones de este periodo, en el que todos justificaban que la pérdida del ilusionista había sido cuestión de mala suerte, y al no conseguir ningún tipo de avance para que cada uno recuperase su monumento el problema se recrudeció hasta tal punto que ambas naciones se declararon la guerra.
El público irrumpió en aplausos. Davidfield con el corazón aceleradísimo por la tensión y la emoción mando levantar de nuevo la lona que increíblemente ahora no tardó ni un solo minuto en cubrir todo el espacio anterior. Volvería a hacer aparecer la obra de Gustave Eiffel. De repente Cooper se echó la mano al pecho. El público creía que era otra estrategia suya para mantener la emoción, pero no, el infarto fue fulminante y nada se pudo hacer por su vida. Las grúas volvieron a soltar la tela y ¡sorpresa! allí seguía la Torre de Pisa. Nadie sabía que hacer. Las semanas siguientes fueron de una gran tensión tanto para los diplomáticos franceses como para los italianos que ahora tenían en su tierra la torre de hierro. Después de las buenas intenciones de este periodo, en el que todos justificaban que la pérdida del ilusionista había sido cuestión de mala suerte, y al no conseguir ningún tipo de avance para que cada uno recuperase su monumento el problema se recrudeció hasta tal punto que ambas naciones se declararon la guerra.