viernes, 18 de octubre de 2013

ESTRATEGIAS

     Este pequeño relato es otro de los ejercicios que elaboré durante uno de los dos talleres de escritura en que participé en el CDS de la FGSR. Durante un tiempo, la coordinadora del taller nos propuso que fuésemos nosotros los que propusiésemos las actividades y este relato se corresponde con la que yo propuse. Admirador del concurso de micro-relatos de la Cadena Ser "Relatos encadenados", consistente en escribir un texto con menos de 100 palabras a partir de una frase dada (la última del relato ganador de la semana anterior), se me ocurrió poner a mis compañeros y a mí mismo una actividad parecida, comenzar a partir de una frase y concluir con otra ya establecidas, la inicial a partir de la frase del momento del concurso radiofónico ("A mi mujer no le gusta que le fastidie sus estrategias") y la final, casi al azar, extraída de "El cementerio de Praga" de Umberto Eco ("No sé por qué, pero me ha dado miedo. Como si la vida fuera una cosa mala"). Esta fue mi propuesta. 




     A mi mujer no le gusta que le fastidie sus estrategias, es más, se pone echa un demonio cuando esto sucede. De un tiempo a esta parte siento que ya no confía en mí. Trata de esconderlo todo e incluso creo que me rehuye. Tengo la impresión de que ha cambiado hasta ciertos hábitos, por lo que el pasado viernes, en lugar de acudir por la noche a la partida semanal de poker que tenemos establecida por costumbre los amigos de toda la vida, decidí averiguar que estaba tramando y eso que nuestra partida es poco menos que sagrada, prueba de ello es que solo nos la hemos perdido dos veces en los últimos quince años, ambas por el fallecimiento de amigos del grupo.

     Volviendo al tema, no creo que sea una cuestión de cuernos, ni mucho menos, nuestra vida sexual sigue siendo magnífica, pero hay algo, sé que hay algo. Todo empezó el día en que decidí enseñarle a jugar al ajedrez y le repetía una y otra vez que lo más importante era estar siempre concentrada y adelantarse a lo que estaba pensando el rival. Traté de enseñarle las mejores aperturas, las jugadas más emblemáticas de los grandes maestros del juego de guerra más apasionante del mundo, también la forma de terminar una partida de forma brillante. Al principio le costaba, poco a poco, según fue aprendiendo, se enfadaba por que siempre le ganaba y me adelantaba a sus intenciones, pero después de un tiempo se ha convertido en una gran jugadora, hasta el punto que ya ha conseguido derrotarme en un par de ocasiones. He notado que es mucho más intuitiva y calculadora que antes. 


     Ella salió como media hora después de haberlo hecho yo. Siempre acudía a casa de una de sus amigas salvo cuando estas venían a nuestra casa. A todas les gustaba mucho la cocina y habían creado algo parecido a un club, se reunían y preparaban una serie de platos que al final nos acabábamos comiendo los respectivos maridos y novios, eso sí, casi siempre fríos. Pronto comprobé que su coche cogía una dirección totalmente inoportuna para acudir a cualquiera de las casas de estas. ¡Ya está, me dije, sabía que había algo!, sin embargo tras un brusco viraje paró en un centro comercial, entró, compró algo que no pude divisar que era y volvió a salir, ahora sí para tomar la dirección correcta a la casa de su amiga Rosa.

     La espera se estaba haciendo bastante larga, casi tres horas desde su llegada, cuando recibí una llamada de Paco, uno de los habituales de las timbas, ¡había habido un accidente, nuestro amigo Alfonso había fallecido!. Que decir tiene que abandoné mi juego de espías y marché al encuentro con toda la tropa para ver que había pasado, no antes de pasar por casa para cambiarme. Cuando abrí la puerta, me sorprendió un rico olor a comida por lo que fui a la cocina. Había 2 tuppers, uno con un pollo con una salsa de tomate y otro con unas ricas croquetas a los que acompañaba un recipiente con unas natillas. Me sorprendió el que estuviese allí toda esa comida, puesto que mi mujer todavía no había vuelto. Salí de casa a la búsqueda de los amigos.

     Dos horas más tarde, después de conseguir que me aclarasen que le había pasado a Alfonso, en lo que parecía una muerte violenta, regresé de nuevo a casa y allí estaba ella, ofreciéndome los ricos platos que supuestamente acababa de cocinar. En la blusa negra tenía unas manchas rojas, que me dijo eran de la salsa de tomate del pollo. No sé por qué, pero me ha dado miedo. Como si la vida fuera una cosa mala.


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