sábado, 23 de marzo de 2013

EL TRUCO DE MAGIA


 
     










     La nota de prensa de la portavoz de la Gendarmería indicaba que según sus cálculos eran aproximadamente ciento cincuenta mil las personas que se encontraban esa tarde en el Campo de Marte, a la orilla del Sena, para comprobar “in situ” como el famoso ilusionista Cooper Davidfield haría desaparecer la famosa Torre Eiffel, que desde finales del siglo XIX se había convertido en el monumento más representativo, en el símbolo de París y de toda Francia.

     Cuatro enormes grúas esperaban a los pies de los cuatro lados de la base de la torre para izar la enorme tela tricolor diseñada con los colores de la bandera francesa, a pesar de que Davidfiel habría preferido que fuese negra en su totalidad. No quería dejar nada en manos del azar. Toda su fama mundial, su encanto personal, su fama de seductor de las más bellas mujeres del mundo, su imagen inusual, que nada hacía presuponer que se trataba de un mago no sirvió para convencer a las autoridades de la necesidad de que la tela fuese negra. Los argumentos del gobierno francés habían sido que era una oportunidad única para que todo el mundo disfrutase de un espectáculo nunca visto al ser retransmitido por las principales cadenas de televisión y medios digitales del mundo, y por tanto no había nada mejor que fuesen los propios colores de la enseña nacional. Davidfield supo que no podría hacer nada contra el ya clásico chovinismo francés, y aceptó la premisa, puesto que lo más importante era poder realizar su espectáculo. 

     Tras el grandioso espectáculo previo, a base de luz y sonido, en el que el increíble prestidigitador había entusiasmado a todo el público asistente, este dio la orden y las grúas comenzaron a levantar la tela que poco a poco fue cubriendo la insigne obra de ingeniería. Apenas fueron cuatro minutos, que sin embargo al público se le hicieron eternos. Davidfield siguió embaucando a su público cuando de repente ordenó que cayese la tricolor. El ohh del público, muy intenso, duró apenas unos segundos. La parte alta de la torre no estaba. Unos segundos después nadie era capaz de articular palabra, la Torre Eiffel había desaparecido y en su lugar se encontraba la famosa torre torcida de Pisa. 


  El público irrumpió en aplausos. Davidfield con el corazón aceleradísimo por la tensión y la emoción mando levantar de nuevo la lona que increíblemente ahora no tardó ni un solo minuto en cubrir todo el espacio anterior. Volvería a hacer aparecer la obra de Gustave Eiffel. De repente Cooper se echó la mano al pecho. El público creía que era otra estrategia suya para mantener la emoción, pero no, el infarto fue fulminante y nada se pudo hacer por su vida. Las grúas volvieron a soltar la tela y ¡sorpresa! allí seguía la Torre de Pisa. Nadie sabía que hacer. Las semanas siguientes fueron de una gran tensión tanto para los diplomáticos franceses como para los italianos que ahora tenían en su tierra la torre de hierro. Después de las buenas intenciones de este periodo, en el que todos justificaban que la pérdida del ilusionista había sido cuestión de mala suerte, y al no conseguir ningún tipo de avance para que cada uno recuperase su monumento el problema se recrudeció hasta tal punto que ambas naciones se declararon la guerra.

sábado, 16 de marzo de 2013

ENTRE FOGONES

   
 Con esta fotografía de Eduardo Margareto nos invitaron en el taller de escritura del CDS-FGSR a conocer la exposición de este fotógrafo, del que ya he publicado otras 3 fotografías, y a participar en el concurso de micro-relatos que estaban preparando, cuyas dos reglas principales eran que nuestro relato no superase las 150 palabras y que de alguna manera la lectura estuviese presente. Esta fue mi propuesta.




 
      Cerró el libro, no sin antes doblar la página por la que se llegaba, y lo dejó encima de la mesita de la cocina, bajo la luz de la bombilla, siempre encendida, aún siendo de día, y junto a la radio que llevaba más de una década sin funcionar, a pesar de permanecer desde entonces enchufada a la pared.

     - ¡Qué lástima, con lo interesante que está el libro y sobre todo este capítulo!, pero en fin, tengo que poner el agua a cocer en el perolo. Con tanta actividad no sé si conseguiré acabarlo algún día. Apenas hace un par de horas que terminó de desangrarse y solo un rato que terminé con la motosierra. ¡A ver si puedo seguir disfrutando de la lectura después del envasado y congelado de sus preciosos y exquisitos miembros!.


viernes, 8 de marzo de 2013

ENVIDIA


Tercer micro-relato sobre foto de Eduardo Margareto para el concurso "Dónde lees tú" organizado por el Centro de Desarrollo Sociocultural de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.









     Cuando Don Agapito, el viejo y cascarrabias maestro del pueblo, me preguntó en la escuela por el sitio más maravilloso del mundo mundial, yo contesté “La fachada de la corrala del Tío Servando”. Todos los niños se burlaron de mí. Algunos habían contestado que si la selva de los gorilas, otros que si el desierto de los tuaregs y los más ilusos que si la luna de los astronautas. Habían visto fotografías en los libros de la escuela y leído las cuatro líneas que allí ponían. No imaginaban que cada noche de verano, sentado junto al abuelo a la fresca, yo leía las mejores novelas de Julio Verne, Burroughs o Kipling. Ahora ellos se divierten durante el día tratando de romper a pedradas la bombilla.


viernes, 1 de marzo de 2013

A VISTA DE PÁJARO


Un nuevo micro-relato con el que participé en el concurso "Donde lees tú" organizado por el CDS-FGSR en 2011 del que previamente os he hablado, y al igual que en el anterior, la fotografía es de Eduardo Margareto.









     La silla de mimbre cada vez estaba más cerca del televisor. Era su referente para cerciorarse de que cada vez veía y oía peor, pues nada quería saber de médicos. Matasanos todos. Y esos no eran los únicos males que le aquejaban. También estaba lo del estómago. No necesitaba que nadie le dijera que era algo grave. Sin embargo, lo peor de todo era la ansiada falta de libertad, y la soledad. Añoraba pasar la mayor parte del día en el campo, con sus ovejas y sus libros, y volver a casa para cenar con sus hijos, ahora todos en la capital, y su fallecida mujer, quien cada día les regalaba la magia de posar sus manos en el viejo piano. Ahora se tenía que conformar con aquel programa “A vista de pájaro”. ¡Qué bello sería poder volar libre!, fue lo último que pensó antes de arrojarse desde su azotea.