Este es el primer cuento largo que creo haber escrito, hace ya bastantes años de ello. Aborda un tema, el de la enfermedad, el del cáncer, dramático cuando se vive cerca. Justo cuando decidía si lo publicaba aquí o no (un poco de superstición), conozco la noticia del fallecimiento de Tito Vilanova. Finalmente lo voy a hacer, porque aunque es un cuento triste, también toca de cerca el tema del amor. El cuento lo presentaré en varias partes. A pesar del contenido, espero que os guste.
No
creo que se lo pueda perdonar nunca. No comprendo como ha vuelto a suceder,
pero el caso es que así ha sido. Es la tercera ocasión que me pasa, es la
tercera vez que una mujer a la que quiero me abandona, me deja, de una u otra
forma, antes o después, pero me deja. Y esta vez es definitiva, como en la
primera ocasión. Bueno, que digo, soy un ingenuo, diría más, imbécil, si pienso
que la segunda no lo ha sido también.
Multitud de estudiantes pasan junto a
mí con sus carpetas debajo del brazo montando su pequeño gran alboroto, unos
más rápido, otros serenos, otros totalmente despreocupados, también lo hace
alguna que otra familia con su prole. En las terrazas todavía hay algún que
otro guiri aprovechando los últimos días en la ciudad en la que dicen que
estudiaron en verano. Pronto, con el cambio de tiempo, Paco Novelty tendrá que
guardar sus sillas y mesas, sin embargo, hoy hace un día estupendo a pesar de
la llovizna que hace un par de horas nos sorprendió. Pero hoy el día no es
igual, hoy la majestuosidad de la plaza, bajo la luz de farolas y focos que dan
un mayor brillo al suelo mojado, no me hipnotiza como lo suele hacer cada vez
que paseo por aquí. Tampoco lo han hecho las piedras amarillentas de la Casa de las Conchas y la
Clerecía y tampoco el sin vivir del Corrillo. Bajo el reloj del Ayuntamiento
parece no haber hoy nadie, si bien es cierto que más de treinta jóvenes en
múltiples grupos están haciendo planes para esta noche, -a las once y media en
el Irish, dice una pequeña pero guapa morena según se despide de sus tres
amigas-, sin embargo, hoy nada es igual, nada, nada en absoluto, nada.
Por esperada que era, la noticia no ha
dejado de sorprenderme. Algo dentro de mí me dijo que había pasado cuando el
teléfono sonó. No quería cogerlo y por eso esperé hasta el sexto timbre. Mis
temores se confirmaron cuando escuché la voz de Adrián, el marido de mi
hermana, al otro lado del teléfono. -Isma, no llores, escucha, ya sabes por que
te llamo, Jimena ha muerto-.
Nunca me he considerado supersticioso
y mucho menos una persona negativa, pero en esta ocasión así fue. Algo me lo
había dicho, o tal vez alguien, tal vez haya sido incluso ella. Al fin y al
cabo ella siempre estuvo a mi lado y se dejó cada gota de su sangre por mí.
Ahora, cuando empiezo a notar su ausencia, me doy cuenta que nunca fue
correspondida.
No lloré en ese primer momento como me
había dicho mi cuñado Adrián, tampoco pude articular palabra, bueno sí, las
justas, pero tras un largo silencio. Cuando colgué el teléfono me quedé sentado
por un rato con la mirada perdida hacia ninguna parte, entonces me di cuenta
que tenía que reaccionar y comenzar a preparar ciertas cosas para partir hacia
Cádiz lo antes posible. Llamé a Renfe para informarme sobre horarios, enlaces y
finalmente reservar los billetes, Salamanca-Madrid, Madrid-Sevilla y desde
Santa Justa coger un taxi hasta la ciudad que había enamorado a mi hermana
desde el primer instante en el que se instaló allí junto con su marido y el
pequeño Pablo, cuando Adrián fue trasladado por su empresa si no quería ser
despedido de la misma.
Cogí una pequeña bolsa deportiva para
guardar cuatro cosillas, pero pronto, y no sé por qué, tuve la necesidad de
vaciar lo que había cogido y guardarlo en la vieja mochila de cuero marrón que
ella me regaló el día de mi diecisiete cumpleaños. Un par de camisas, guardadas
en una caja plana para que no se arrugasen como vi que hacía mi amigo Alex en
los viajes que hacíamos en nuestra época de universitarios, unos pantalones un
poco más decentes que los que llevaba puestos, algo de ropa interior, la
cartera, el tabaco y el mechero, y un pequeño álbum de fotos, además de la
novela que en esos momentos estaba leyendo, “Los pilares de la Tierra ” de Ken Follet. En
ese mismo momento en que guardaba el libro en uno de los apartados delanteros
me vino a la memoria ese libro que a ella tanto le había gustado. Se trataba…,
precisamente, de la obra de García Márquez “Crónica de una muerte anunciada”.
No sé cuantas veces me pudo comentar lo mucho que le había gustado como el
escritor colombiano había jugado con el tiempo y como había conseguido que el
lector le fuese fiel a pesar de que en la primera frase dijera que el
protagonista iba a morir. Me mareó tanto con la obra que al final hasta tuve
que leerla yo, el asesinato de Santiago Nasar a manos de los gemelos Pedro y
Pablo Vicario en venganza de la deshonra de su hermana.
El Torre del Gallo estaba ya situado
en el andén número uno cuando llegué con mi paso sosegado a la estación. Apenas
había cuatro o cinco parejas en una de las terrazas del centro comercial. Subí
al vagón a pesar de que faltaban más de veinte minutos para que el tren, que
debía llevarme en esta ocasión a despedirme de mi hermana y no a encontrarme
con ella como lo había hecho hasta entonces, saliese.
Neoplasia maligna y carcinoma son
algunas de las palabras que el doctor Giner utilizó para explicar lo que le
estaba sucediendo a Jimena. El doctor advirtió un gesto de incomprensión en su
cara y fue entonces cuando con una supuesta buena intención asestó el golpe
fatal, cáncer de pecho señora Campillo, entiende ahora de lo que le estoy
hablando. Pasaron un par de semanas hasta que mi hermana se atrevió a confesar
lo que el médico le había dicho. Había acudido sola al médico. Siempre fue una
mujer muy fuerte. No podía permitir que nadie perdiese tiempo por ella y mucho
menos sintiesen lástima. -Ismael tengo que hablar contigo en persona y de modo
urgente, vente a Cádiz este fin de semana si te es posible-. No dijo nada más,
sólo que no preguntase y que no hablase con Adrián. Ahora pienso cuanto tuvo
que luchar consigo misma para atreverse a llamarme y pedirme en cierto modo
ayuda, si bien sabía que yo, aunque no lo demostrase, siempre estaría
disponible para ella.
No, no os equivocáis si pensáis que le
bombardeé con mil preguntas sin tiempo para que me pudiese responder, pero me
dio lo mismo, no recibí más respuesta que el ya sabido no preguntes por favor,
no preguntes y vente. Al día siguiente fui yo quien telefoneé a su casa pero
ella no estaba, había salido a comprar un regalo de cumpleaños para uno de los
amigos de Pablo. Cumplí con la palabra que en ningún momento di y no le comenté
nada a Adrián, sólo que iba a coger unos días libres en el trabajo y que me
apetecía mucho ir a verlos, confirmé que llegaría el viernes después de comer.
Tal vez Adrián se extrañase, pero no dijo nada, sólo que se alegraba. Es un
gran tipo pensé, en verdad que lo es.
Mil cosas pasaron por mi cabeza en
esos dos días anteriores, algo similar a lo que me está pasando hoy, aunque con
una gran diferencia, hoy estoy pensando en buenos y malos momentos pero todo
está muy claro, o al menos casi todo, sin embargo ese par de días nada parecía
tener sentido. ¿Tendría problemas con Adrián? No lo creo, no creo que estuviese
pasando por una crisis matrimonial, siempre se habían llevado genial. Tuvo
mucha suerte con aquel chico que se ponía nervioso cuando hablaba con ella y
tartamudeaba. Pablo les había colmado de felicidad, ¿le pasaría algo al pequeño
que llevé en mis brazos a la pila bautismal? Aquí está precisamente la
fotografía del gordo llorando al sentir el agua y aquí en los brazos de su
madre, de la madre que acaba de perder, ¡joder! porqué se tiene que repetir de
nuevo la historia, incluso ahora es mucho peor, al fin y al cabo a mí no me dio
tiempo de conocer a la mía, apenas si guardo algún vago recuerdo, alguno de
estos que parece que nunca se pueden perder como en los documentales de la
televisión cuando salen todos esos bichos que siempre recuerdan el olor de la
madre.
Apenas tenía año y medio cuando perdí
a mi madre, a la primera, porque a la segunda y verdadera es ahora cuando la
acabo de perder. Volvía de la farmacia cuando imprudentemente cruzó la
carretera pensando que el semáforo ya cambiaba de color y fue entonces cuando se
le echó aquel Land Rover negro encima. Nada se pudo hacer por ella. Aquel señor
alto y desgarbado se lamentaba de lo que acababa de hacer a pesar de que no
había tenido culpa alguna, pero le pesó mucho el haber atropellado a una
todavía joven mujer de treinta y nueve años. Había dejado un viudo y cuatro
huérfanos. Yo estaba en casa con mi hermana Jimena que por entonces acababa de
cumplir dieciséis años y era la encargada de cuidar de mí y de las dos
mellizas, Nuria y Carolina, que revolvían para su pesar toda la casa con sus
juguetes. Jimena estaba cuidando de mí cuando pasó aquel triste aunque ya medio
olvidado acontecimiento, y así siguió ocurriendo durante toda la vida.
continua en...