II
Subió en ascensor hasta la quinta planta, la misma en la que se encontraba su oficina. Tenía que tener cierto cuidado, porque si se equivocaba de planta podía meterse en otra empresa y aunque con caras desconocidas alrededor, perfectamente podía desempeñar el mismo tipo de trabajo. Curiosamente en ese edificio se habían instalado varias empresas del mismo sector. Al entrar, la imagen de todos los días, una decena de teleoperadoras que desde sus reducidos cubículos atendían a la vez –como si de humanoides se tratase– a la pantalla del ordenador y al teléfono. No había ningún hombre desarrollando ese trabajo.
Apenas había entrado, le informaron que le estaban esperando en su despacho. Tan solo era un poco más grande que los cubículos de sus compañeras, el espacio justo para su mesa en la que destacaba un ordenador de pantalla plana y una pequeña impresora, un armario archivador y un par de sillas para las visitas –probablemente comprado todo en cualquier Ikea– pero al menos gozaba de cierta independencia. Al entrar saludó a sus nuevos clientes, el matrimonio Echevarría, según le habían comunicado. Se les veía nerviosos. Acudir a aquél sitio no les habría resultado fácil y solo se decidieron cuando se vieron desesperados y sin otra posible solución.
– Buenos días. Señores Echevarría, si no me han informado mal, ¿no es así?
– Sí, sí, –dijo la señora–, yo me llamo Paula y mi marido, Evaristo.
– Encantado, yo soy Ismael Moreno, díganme, ¿en qué puedo ayudarles?
Los señores Echevarría relataron cuales eran los males que les había llevado a llegar hasta allí. Deudas. Como a la mayoría de las personas que pasaban por allí, les debían dinero. Habían tenido toda la paciencia que se podía tener, habían tratado de solucionar el problema de diversas formas, pero de nada había servido. No conseguían que les pagasen, de ahí que –como intento desesperado– acudiesen a una empresa de cobro de morosos.
– Señor Moreno, no sé si se hace cargo usted de la situación –continuó diciendo la señora Echevarría, que era quién llevaba la voz cantante, sin apenas dejar abrir la boca a su apocado marido–, pero como comprenderá nosotros no somos ricos, es verdad que trabajando mucho hemos levantado un negocio y no nos ha ido nada mal hasta ahora, que hemos podido dar estudios a nuestros dos hijos y que incluso nos hemos podido permitir algún que otro caprichito, como la casita de la sierra, pero no somos ricos y no podemos soportar que algunos sinvergüenzas nos deban tanto dinero. Llevamos mucho tiempo sufriendo esta situación y ya no podíamos esperar más, por lo que decidimos venir a su empresa.
– Bueno, en realidad yo sólo soy un trabajador más –convino Nico–, y sí, claro que me hago cargo de la situación, es más frecuente de lo que ustedes puedan creer en estos días que corren. En todo caso, no importa si ustedes son o no son ricos o cuánto lo son, el caso es que a ustedes se les debe un dinero por su trabajo y no lo han cobrado y para eso estamos aquí nosotros. Como supongo sabrán, somos una de las empresas líderes del sector.
Nico, en su nueva piel de Ismael Moreno, siguió explicándoles la seriedad de la empresa “La Máscara, cobro de morosos, S.A.” Les comentó que eran verdaderos profesionales, que trataban de solucionar los problemas con éxito mediante la empatía con los deudores, tratando de entenderles, aconsejándoles en todo momento, pero que a veces no se llegaba a acuerdos y entonces tenían que tomar otro tipo de decisiones más serias, siempre desde la legalidad. Les explicó cuál era su método de trabajo de forma sucinta, un control diario sobre la persona o empresa investigada, el rastreo por distintos tipos de registros de morosidad, incidencias judiciales, deudas con organismos públicos, etc., pero que para ello tenían que estar perfectamente informados sobre la empresa y también sobre la deuda que tenían contraído con ellos, por lo cual tendría que realizar un informe completo y que se necesitaba cierto tiempo antes de pasar a la acción.
La señora Echevarría le explicó en que consistía su negocio, una empresa comercializadora de bebidas y alimentación especializada en la hostelería. Comenzó la retahíla de artículos que vendían, licores nacionales, licores de importación, vinos, cervezas, refrescos y zumos, encurtidos, aperitivos… tratando a Nico casi como si fuera un cliente más al que se quisiera ganar. Fue en ese momento cuando el señor Echevarría la interrumpió diciéndole que fuera al grano y que no aburriese al agente, que a él no tenían nada que venderle, provocando poco menos que la ira en su esposa. Nico resolvió rápidamente la disputa conyugal. De nuevo demostraba la facilidad con la que se ganaba a las personas que le había llevado unos años antes a triunfar en el mundo de los negocios y que ahora le había permitido conseguir rápidamente un trabajo para el que no tenía ninguna experiencia y comenzarlo a desarrollar de forma meteórica, hasta el punto que después de unos cursos de iniciación y de trabajar unos cuantos días en compañía de otros trabajadores de la empresa le habían otorgado ya un par de trabajos en solitario.
Les explicó que necesitaba los albaranes y facturas originales, todos sus datos personales y de la empresa, y también toda la información que le pudiesen proporcionar de sus deudores para comenzar con el expediente de tramitación. Les explicó también que no cobraban nada por adelantado y que todo su beneficio sería si lograban conseguir el objetivo, de ahí el tesón y perseverancia con la que trabajaba la empresa. Cuando dijo esas palabras observó una especie de sonrisa tonta y una mirada de satisfacción en la señora Echevarría. Un ratito después se despidió del matrimonio acompañándoles hasta el mismísimo ascensor, no sin antes haber concertado otra cita para dos días después en el que el matrimonio había prometido llevar algunos documentos solicitados y que no portaban en la carpeta que tenían en las manos. Al volver hacia su despacho le pareció ver como una de sus compañeras, con auriculares y micrófono, le guiñaba un ojo mientras conversaba con un cliente al otro lado de la línea telefónica.
continuará...
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