IV
El día había amanecido bastante nublado, amenazante de lluvia, y aunque esta se hizo de rogar, finalmente a esa hora –media mañana– acabó apareciendo. Nico se alegró. No es que prefiriese conducir con el suelo mojado, no, pero pensó que ese agua ayudaría a llevar un poco mejor la polución madrileña –¡amén de llenar los embalses y ayudar a los quejosos agricultores de los alrededores!
No había mucho tráfico. En cosa de una hora o dos la intensidad –sin duda– aumentaría. No importaba. La excursión del día era de media distancia. Le daría tiempo a escuchar un disco entero de Sinatra. Pensó que esa podía ser una buena forma de medir el tiempo, un disco, dos, medio, tres canciones o cinco, claro que eso dependería del disco, de las canciones o de las veces que él diese a repetir la canción. Cuando sonó “New York, New York”, se acordó de la imagen de los taxis amarillos recorriendo de norte a sur y de este a oeste la capital del mundo y se vio a sí mismo conduciendo un coche amarillo por la capital de España. Pero no fue la única imagen de Nueva York que le vino a la mente. De repente, se agolpaban en su cabeza decenas de recuerdos del viaje que realizara con Itahisa y se preguntó cómo se encontraría. Inmediatamente hizo lo que no recordaba haber hecho nunca, cambiar de canción sin dejarla concluir. Pero no dio resultado. Sinatra había estado muchas veces con ellos.
[…] We may never, never meet again
On that bumpy road to love
Still I’ll always
Always keep the memory of
The way you hold your knife
The way we danced until three
The way you’ve changed my life
No, no they can’t take that away from me
No, they can’t take that away from me […] [1]
Llegó a su destino –el chalé de Miguel Buendía–, sin embargo, se mantuvo quieto en el vehículo durante un par de minutos ensimismado. El recuerdo de Itahisa le había dejado ciertamente tocado. Poco a poco se fue recuperando. Tenía trabajo que hacer.
La residencia de Miguel Buendía estaba bastante bien, aunque para nada se podía decir que pareciera lujosa, al menos exteriormente. Parcela de aproximadamente quinientos metros cuadrados –se dijo Nico– vivienda de dos plantas con porche, jardín, piscina. Nada de extravagancias. Bajó del coche y llamó al timbre de la puerta. Un enorme mastín comenzó a ladrar. Pensó que le responderían por el telefonillo, pero tras unos instantes, apareció una joven muy bella –personal del servicio sin duda– al otro lado de la reja.
–Hola, buenos días, deseaba algo.
–Sí, si no estoy equivocado vive aquí el señor Buendía, ¿no es así? –preguntó Nico por cortesía, aunque estaba completamente seguro de ello. Había realizado bien el trabajo previo.
–Así es.
–¿Se encuentra en casa el señor? –La chica tras unos segundos de duda, afirmó con la cabeza mientras emitía un sonido ininteligible con la boca.
–No sé si el señor estará disponible. Miraré a ver. ¿Quién debo de comunicar que le quiere ver? –preguntó de nuevo la joven con un melodioso acento sudamericano.
–En realidad, el señor Buendía no me conoce, pero le aseguro que le interesará hablar conmigo. Asuntos de negocios. En todo caso le puede decir que mi nombre es Ismael Moreno, aunque le repito que el nombre no le sonará de nada.
–Está bien, debe esperar aquí afuera. El perro… –Nico asintió con la cabeza.
[1] […] Es posible que nunca, nunca nos volvamos a encontrar otra vez; en este camino de baches para el amor, sin embargo siempre estaré, manteniendo siempre la memoria de la forma en que sostienes el cuchillo; la manera en que bailamos hasta las tres; la forma en que has cambiado mi vida; no, no podrán alejar eso de mí; no, no podrán alejar eso de mí […] “They can´t take that away from me”. Frank Sinatra.
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