viernes, 3 de julio de 2015

ENMASCARADO (XIV). CAP. 4: MAGDALENA Y EL SEÑOR BUENDÍA




I


   La reunión semanal estaba a punto de comenzar, de hecho debería haber empezado ya. La sala de juntas en ese momento, a falta de los tres dueños de la empresa, que incomprensiblemente se estaban retrasando, era un hervidero de comentarios acerca de cómo había transcurrido el fin de semana, de jugadas polémicas en el importante partido de liga del día anterior, de celebraciones familiares, pequeños viajes, fiestas a las que se había acudido, libros que se estaban leyendo… Por momentos, el tono de las voces decrecía, para unos segundos después, y de forma contagiosa de unos a otros, volver a alzarse.

   Nico se encontraba de pie junto a Ernesto, el compañero con el que hasta ese momento mejor había congeniado, sin embargo, no dejaba de mirar –aunque con miradas furtivas– a Magdalena, la única mujer que cada lunes se sentaba a departir como se afrontaba la semana de trabajo. Magdalena, por el contrario, no disimulaba sus miradas.

   Aquel era el momento de la semana en el que más tiempo pasaban juntos, pues el trabajo les llevaba a cada uno por su lado, lo que no quitaba para coincidir en los pasillos o entablar alguna mínima conversación en cualquiera de los despachos. Lo que más le gustaba de ella, aparte de su gran sonrisa y dentadura perfecta, era su look rubio basado en un corte de pelo muy, muy corto –casi rapado por detrás de la cabeza y los laterales– que dejaban vislumbrar a la perfección un grácil y largo cuello blanquecino. Cada vez que pensaba en su cuello, no podía por menos de recordar los besos y mordisquitos con los que se había recreado, apenas hacía dos semanas, cuando se fueron a la cama juntos tras la fiesta que sucedió a la cena navideña de empresa, y mucho menos cuando al día siguiente, bien entrada la mañana, ella se levantó de la cama pensando que él dormía, se vistió con una camiseta de los Chicago Bulls que apenas le cubría las nalgas y se fue a preparar un frugal desayuno. Apenas unos minutos después la había sorprendido abrazándola y alzando la roja camiseta de baloncesto por encima de sus caderas para inmediatamente comenzar a volver a hacer el amor sobre la encimera de la cocina. A esos recuerdos, invariablemente le sucedía otro, las palabras de Magdalena un rato después –casi jadeantes todavía– diciendo que había sido un error, y que no quería tener ninguna relación con ningún compañero de trabajo; sin embargo, porqué de esas miradas… 

   El pensamiento quedó interrumpido con la entrada de Don Anselmo, seguido de Don Miguel y del hijo de este, Carlos; socios y dueños de la empresa. Inmediatamente, cada uno de los nueve agentes de La Máscara, se sentaron a la mesa, acallando sus conversaciones. Nico –último en incorporarse a la empresa– pensó que algo raro debía estar pasando, pues los dueños nunca se retrasaban, sin embargo, la reunión comenzó con toda normalidad.

   –Muy buenos días, señores, señorita –comenzó a decir Don Anselmo, que siempre tomaba la iniciativa a la hora de comenzar las reuniones–, antes que nada, espero puedan disculpar la tardanza y que hayan tenido un buen fin de semana. –Acentuó especialmente la mirada en Magdalena, como muestra de lo que él entendía como un ejemplo de caballerosidad–. Sentía un gran aprecio por ella. En un principio fue remiso a contratarla. No estaba muy seguro que pudiera ser un trabajo para una mujer, e intentó convencerla para que aceptase un puesto de teleoperadora, como el resto de chicas empleadas por la empresa, pero ante la insistencia de Magdalena en que ella había acudido por el puesto de agente de cobro anunciado en prensa y la seguridad con la que aseguraba estar perfectamente capacitada, acabó accediendo. No le había defraudado, Magdalena se había convertido probablemente en su mejor agente. Tan sólo le veía un pero, Don Anselmo –muy conservador– pensaba que era un poco ligerita de cascos, pero al fin y al cabo, eso era su vida privada y mientras eso no influyese en la empresa o en los resultados que la chica obtuviese lo dejaría pasar. Todos respondieron al unísono con un bien, gracias.
   –Bien, pues empecemos, que ya llevamos un buen retraso. Magdalena, comenzamos por usted. Estaba con el asunto del constructor de Leganés, ¿cómo está eso?

   El asunto del constructor de Leganés –como decía Don Anselmo– era uno de los típicos asuntos que la empresa estaba tratando últimamente. El boom de la construcción inmobiliaria de los últimos años parecía haber acabado y muchos empresarios estaban empezándolo a pasar mal al no poder sacar adelante las promociones de viviendas en las que tanto habían invertido. El caso que estaba llevando Magdalena solamente se diferenciaba en que su constructor no era un gran constructor sino uno de esos pequeños que estaban aprovechando el momento, habiendo obtenido un buen resultado con las primeras promociones y que se había encontrado con la crisis del ladrillo justo en el momento en que había decidido arriesgar al máximo construyendo más que en los últimos tres años juntos. Había sido denunciado ante La Máscara por un empresario de fontanería al que le había dejado –como le gustaba decir de forma malévola a Magdalena– empantanado, al no cobrar más que tan solo una parte de todo el material que este había instalado en las ahora casas vacías del constructor.

   –Creo que el asunto está a punto de resolverse –comentó Magdalena–. La verdad es que no me ha aguantado mucho la presión, y eso que al principio iba de gallito. Tan solo me ha hecho falta tres visitas. He quedado con él para pasado mañana a medio día. Me ha prometido pagar al menos el cincuenta por ciento de la deuda si le dejaba de molestar y le dábamos unos plazos razonables para conseguir pagar la otra mitad de la deuda. Hablé con nuestro cliente y está dispuesto a aceptar. Supongo que al menos quiere pillar algo, por si acaso.
   –Está bien, siga así. En cuanto cobre esa parte le pasa la parte proporcional de la factura correspondiente al fontanero. Por cierto, señorita, no le importaría expresarse en esta mesa con más corrección.
   –¡Don Anselmo, no me venga ahora con esas monsergas, que ya sabe como soy!, además, ¿qué es lo que dije que no le ha gustado, lo de pillar? ¡Menuda bobada en comparación con otras pasadas que me he pegado otras veces!, ¿no cree?
   –Tiene razón, no podré nunca con usted, la dejo por imposible. Le pido corrección al hablar y me dice monsergas, bobada, pasadas… ¿qué más términos de los bajos fondos ha utilizado?
   –¡Uy, los bajos fondos, que bueno ha sido eso! –dijo Magdalena riendo, aunque con una risa que duró apenas un par de segundos, ante la mirada asesina de Don Miguel, que no la tenía la misma simpatía que su socio, y la incredulidad de sus compañeros de mesa, a pesar que estaban ya acostumbrados a sus confianzas. 

   La reunión siguió adelante. Cada uno de los agentes fue exponiendo como se encontraban los casos en los que estaban trabajando con la aquiescencia o los reproches de los directivos y dueños de la empresa. No destacaba nada especialmente, salvo el caso que estaba llevando Ernesto, que puso en conocimiento las quejas por las molestias recibidas que había realizado una señora separada, asegurando que a pesar de ser ella la persona que figuraba como dueña de la empresa deudora, no sabía nada del negocio, que realmente gestionaba el cabrón –como ella lo definió– de su ex marido. Entonces llegó el turno de Nico.



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