II
Nico era de esas personas que creía que las cosas había que explicarlas bien explicadas, con todos los detalles posibles –o como él decía, como Dios manda– sin embargo, en la reunión de aquella mañana, Don Anselmo, que ya empezaba a conocer al que él creía llamarse Ismael Moreno, le pidió que concretase –o como hubiese dicho Magdalena– que fuese al grano, pidiéndole que se saltase los detalles superfluos.
Procuró ser obediente detallando solo los datos precisos, sin embargo, a Nico le hubiese gustado contar que Miguel Buendía le había recibido en la pequeña oficina que tenía en la segunda planta de su vivienda, y que una vez visto aquella de forma superficial y sin fijarse en todos los detalles, no pudo por menos que cambiar de opinión con respecto a lo que había visto por fuera. Pensó que no siempre la gente con dinero tenía buen gusto. El señor Buendía no estuvo nada receptivo –que se diga– pues no sólo no se levantó de su asiento para recibirle sino que tardó incluso en ofrecerle asiento. También que había habido unos segundos de silencio, los que pasaron desde que Nico se sentó hasta que él dejó de leer un periódico deportivo y apagó un enorme televisor de plasma con el mando a distancia. Se había presentado. No hubo apretón de manos. Al decir el nombre de la empresa, Buendía, en primer lugar, contestó con un tono chulesco ¿la más qué…? Para posteriormente volver a preguntar ¿cobro de morosos?
Le explicó los motivos de su visita; los señores Echevarría, de “Echevarría, comercializadora de bebidas y alimentación, S.L.” habían requerido los servicios de la firma para la que trabajaba, “La Máscara, cobro de morosos, S. L”, para cobrar una deuda que según la documentación aportada por la empresa –y que la señora Echevarría, recordó Nico el momento de la oficina, había relatado al detalle– ascendía a catorce mil ciento dieciocho euros con sesenta y cuatro céntimos, referidos a todo un conjunto de pedidos a lo largo de los últimos diecinueve meses, cuyas copias de albaranes le presentó allí mismo.
Miguel Buendía se había levantado de la mesa indignado, y alzando la voz invitó a salir a Nico de su casa, asegurándole que nadie tenía los cojones tan grandes como para llegar hasta allí a insultarle. Ante su insistencia, comentó que para nada creía que fuese esa la cantidad adeudada y que los asuntos los resolvería él directamente con la vieja. Fue entonces cuando trató de explicarle que le gustaría concertar otra visita en un par de días para ver si podían resolver ese desafortunado asunto porque de lo contrario tendrían que utilizar otros métodos que seguro le resultarían más incómodos.
-¡Vete a la puta calle, cabrón de mierda! –contestó gritando Miguel Buendía–, ¡ni tu ni nadie me amenaza en mi casa!
Nico obedeció, como no podía ser de otra manera. Al llegar al coche no pudo por menos de recordar el día en que durante los cursos de formación para comenzar a trabajar en la empresa les comentaron los distintos tipos de deudores que existían, a saber, los que asumían la deuda, los morosos circunstanciales, el deudor chulo y agresivo, el moroso intencional y profesional, etc. Sin duda alguna, Miguel Buendía era un moroso intencional y agresivo. –Veremos durante cuánto tiempo mantiene esa actitud, terminó pensando.
continuará...
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