No quedaron para tomar un café en su primera cita, aunque tomaron más de uno. Tampoco quedaron para ir al cine, aunque pudieron disfrutar de una película juntos –“La vida es bella” de Roberto Benigni, recordó, aunque a ella le gustaba más decirlo con su italiano perfecto “La vita é bella”–. Ni siquiera lo hicieron para ir a cenar, aunque no dejaron la oportunidad de degustar exquisitos manjares. Nada de convencionalismos. ¿Para qué? Su primera cita se desarrolló dentro de un avión, el avión que les llevó a Nueva York. Diez días en la ciudad de los rascacielos. Itahisa no se lo podía creer, apenas habían pasado cuarenta y ocho horas desde que se conocían, unas cuantas llamadas preguntándola si se encontraba bien y algún que otro sms, y allí estaba él, de improviso en su casa, invitándola a hacer un viaje con el que nunca había llegado a soñar. Nico no le permitió que le dijese que no. Rechazó cada una de sus escusas: apenas nos conocemos, mañana tengo que ir a trabajar a la clínica dental, no puedo preparar el equipaje en tan poco tiempo, estás completamente loco… Cinco horas después se encontraban en Barajas embarcados a punto de despegar. La semana fue intensa. En todos los sentidos. Paseo y picnic en Central Park, homenaje a Lennon –ídolo de Itahisa– visitando el Dakota Building, lugar donde el beatle vivía y fue asesinado por aquel loco que quería tener algo de él que nadie tuviese, su muerte –según la anécdota que le contase ella–. También el luminoso ajetreo de Times Square, góspel y jazz en Harlem, compras por la Quinta Avenida y el SoHo, doble ración de cultura en el Metropolitan y el MOMA, recuerdos de la barbarie humana en la Zona Cero y por supuesto el Puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad y el Empire State Building, con cena de lujo y champagne francés. Y sexo. Mucho, mucho sexo. Itahisa no había disfrutado tanto en la vida. Tenía a su lado a un hombre guapo, inteligente, amable, seductor, generoso, divertido. ¿Qué más podía pedir? Nunca un accidente de tráfico pudo ser tan mágico. Nico creía ver en ella triplicadas esas cualidades. ¡Y encima se parecía a Adriana Lima!
Tardó más de siete meses en serla infiel por primera vez. Todo un record para él, infiel por naturaleza. Habían sido muy pocas las mujeres con las que había permanecido algún que otro tiempo y ninguna se había librado de los cuernos. Hasta entonces todo había transcurrido con absoluta normalidad. La relación se había ido consolidando, y ambos sentían que se habían enamorado. Nico no recordaba haber sentido nada igual por nadie nunca antes, ni siquiera por Rocío. No se reconocía a sí mismo. Había encontrado por fin al amor de su vida.
“[…] For once I can touch
What my heart use to dream of […]” [1]
¿Qué pasó entonces?, ¿Cómo pude ser tan estúpido para estropearlo? –se preguntaba a sí mismo sin que nadie le pudiese responder mientras volvía a mirar las verdosas aguas del río Cofio.
Malas compañías. O buenas. Sí, muy buenas… todas las chicas con las que se acababan juntando la pandilla siempre que los negocios les dejaban un poco de tiempo. En ocasiones eran precisamente los negocios la excusa perfecta para encontrarse. Trabajaban muy duro todos los días y eso suponía un gran estrés, un estrés con el que había que acabar de alguna manera. En ocasiones eran los deportes de aventura, pero otras veces era encontrarse con Arturo y compañía. Unas cervecitas, unas copas. Sí, el único culpable era él. Él era quién tenía que saber hasta dónde se podía llegar. Él era quién tenía que saber dónde estaba el límite y cuando había que parar. Arturo no tenía ningún compromiso y podía hacer lo que quisiera con su vida, pero él había encontrado el amor de su vida. Nico siempre había hecho lo que le daba la gana. Se había acostado con quien había querido prácticamente todas las veces que había querido, y un carácter así era muy difícil de cambiar. Simplemente no supo valorar lo que tenía. Has sido, eres y siempre serás un cabrón –le dijo en una ocasión su socio, justificando que si no era en aquella ocasión sería en otra muy próxima cuando se acabase acostando con otra–. Itahisa no tardó en darse cuenta. Salidas, excusas y finalmente explicaciones. Habían hablado en varias ocasiones de su relación abierta. Habían decidido que cada uno seguiría viviendo en su propia casa, lo cual no quitaba que ambos tuviesen las llaves del otro o que pudieran pasar varios días juntos. Las primeras veces se cabreó mucho y le amenazó incluso con romper la relación, pero siempre le acababa perdonando. –Estúpida de mí, pensaba Itahisa–. Estaba completamente loca por él. Acabó aceptando a regañadientes la situación. Quería seguir con Nico. Le quería. Aguantó mucho. Muchísimo. Demasiado. Aguantó esa situación casi veinte meses… hasta aquél día en que decidió que todo se había acabado. Las conversaciones previas no habían servido de nada. Las amenazas, menos. Aquella chica desnuda esperándole y cuatro días sin saber nada de él, sin cogerla el teléfono, era más de lo que estaba dispuesta a aguantar.
[…] What now my love,
Now that it´s over,
I feel the world
It´s closing in on me […]
[…] What now my love,
Now that you´re gone,
I´d be a fool
To go on and on
No one would care,
No one would cry
If I should live
If I should live or die.
What now my love,
Now there is nothing,
Only my last, my last good-bye, Bye, bye.[2]
[1]
[…] Por una vez puedo tocar aquello
que mi corazón solía soñar […] “For once in my life”. Frank Sinatra.
[2] […]
¿Ahora qué amor mío, ahora que todo acabó?, siento que el mundo se derrumba
ante mí […] ¿Ahora qué amor mío, ahora que te has ido?, sería un tonto por
seguir adelante, a nadie le importaría, nadie lloraría si viviera, si viviera o
muriera. ¿Ahora qué amor mío, ahora no hay nada?, sólo mi último, último adiós,
adiós, adiós. “What now my love. Frank Sinatra.