Llegó tarde a la oficina a la mañana siguiente. Se sorprendió al ver fuera de su despacho a Don Anselmo. El jefe de los jefes se acercó hasta él. Todo había acabado ya. Había tratado de pensar en cómo justificarse, y no había encontrado forma alguna, porque posiblemente no había una justificación aceptable.
–No sé que le está pasando, Ismael, pero últimamente está usted muy raro a la par que llegando siempre tarde al trabajo. Sé que le ha tocado vivir un momento difícil en la empresa con tanto percance, pero tiene que ser consecuente con su empleo y más disciplinado.
¿Había dicho Ismael? Eso quería decir que Magdalena, que les miraba a través del cristal de su pequeño despacho, no había dicho nada de lo ocurrido la noche anterior.
–Tiene razón, he estado muy raro. La verdad es que he estado valorando muy seriamente la posibilidad de dejar la empresa y al final he pensado que era la mejor opción. Venía a despedirme y a recoger cuatro cosillas de mi armario.
–¡No puede ser! ¿pero, por qué? Salvando esas cuestiones está haciendo un buen trabajo –dijo sorprendido Don Anselmo.
–A veces las cosas no son lo que parecen –fue la única explicación que pudo o supo dar Nico.
–¡Vaya por Dios, no puede haber un día completamente bueno en esta empresa! ¡Precisamente hoy que hemos recibido la noticia de la detención del asesino de Lucas, su compañero!
Nico no daba crédito a la maravillosa noticia que estaba recibiendo por parte de Don Anselmo y no quiso por menos que saber cómo había sido. El jefe le comentó que la providencia –uno de los términos que más le gustaba usar– así lo había querido. El asesino, un sicario colombiano de medio pelo, tuvo un accidente de tráfico en su huída. La policía comprobó que tenía restos de sangre en la ropa que no se podían corresponder con la suya, con la del único corte que tenía en la cabeza. La Científica pudo cerciorar que era producto de salpicaduras y ataron cabos. Posteriormente encontraron el cuchillo del crimen en una cloaca cercana a la vivienda de Lucas y comprobaron que los restos de sangre de la ropa se correspondían con los del cuchillo y con los del agente de La Máscara. Ante las evidencias, el asesino no tuvo más remedio que confesar y en su confesión aseguró que se había equivocado de persona y que el encargo se lo había hecho un abogado llamado Tejón o algo así parecido. Los directivos de la empresa pudieron confirmar a la policía cuando estos les dieron la noticia, que otro agente se estaba encargando de persuadir –esa fue la palabra utilizada– para que pagara, a un abogado llamado Fernando Rejón. En solo unos días el caso había quedado resuelto.
Nico primero sintió una cierta angustia –él era el objetivo del colombiano– y después alivio. Él mejor que nadie sabía que no había asesinado a su compañero, pero tenía miedo de que se le pudiera implicar y mucho más de lo que estaba pensando Magdalena. Recogió en poco más de media hora sus cosas y se despidió de sus compañeros. También de la preciosa rubia con la que se había acostado la noche anterior. Tendría que ir a confirmar a la policía que era él quien había estado haciendo el seguimiento del abogado y como había sido hasta el momento el mismo. Magdalena, que sabía de las intenciones de Nico, no esperaba que su marcha fuera así de inminente. Pensó que ella tenía algo que ver.
No lo podía permitir. Aquel chico no se la podía escapar. Si era necesario mandaría todo a paseo. Salió corriendo para sorpresa de todo el mundo y lo alcanzó en la puerta de salida.
–¿A dónde crees que vas sin mí? –dijo, sorprendiéndole por la espalda.
–¿Sin ti? ¿Acaso te siguen interesando los tipos malvados capaces de matar a sus compañeros?
–¡No seas idiota! ¡Claro, claro, ya veo, quieres que te pida perdón!
–No –aseguró Nico–, tan solo quiero que nos vayamos a acabar la mousse de ayer… y comenzó a entonar…
“[…] I´ve loved, I laughed and cried
I had my fill, my share of losing
And now, as tears subside,
I find it all so amusing
To think I did all that
And may I say, not in a shy way
“Oh, no, oh, no not me,
I did it my way […]” [1]
Peñaranda de Bracamonte, julio de 2014
[1] […]
Amé, reí y sufrí; me tocó ganar, también perder; y ahora, cuando las lágrimas
ceden; me resulta tan entretenido pensar que lo hice todo; déjenme decirlo sin
timidez; oh no, oh no fue mi caso; yo lo hice todo a mi manera […] ”My way”.
Frank Sinatra.