III
Tuvo que superar sus reticencias iniciales y volver hasta el despacho de abogados de Fernando Rejón. Esta vez, en cambio, prefería hablar con Rocío, esperando la respuesta pendiente que había quedado el domingo anterior cuando charló con ella en la casa del abogado. No pudo ser, el abogado listillo –como había decidido llamarle Nico desde hacía un tiempo– estaba allí y tras una nueva fotografía –que serviría sin duda como prueba de las malas prácticas de los agentes de “La Máscara, cobro de morosos, S.A.”– le invitó a salir de sus oficinas si no quería que volviera a llamar a la policía.
–¡Por favor, señor Rejón, atienda a razones. Será más fácil para todos. Para usted, para mí, para mi empresa, para sus acreedores, incluso para Rocío, su mujer –dijo Nico, tratando de convencerle!
–¡Usted no sabe lo que es o deja de ser mejor para mí, y por cierto, a Rocío, que ya veo que sabe su nombre, no quiero que la meta en esto y ni siquiera la nombre, de lo contrario nos las tendremos que ver de forma diferente a la de los juzgados, porque no sé si sabrá que estoy preparando una demanda contra usted y su empresa!
–¡Está bien, me marcharé. Por esta tarde ya está bien. Haga lo que crea que tenga que hacer, pero le insisto que es más fácil pagar y olvidarse de todos los problemas! Veo que la vida le va bien, una bonita casa, un magnífico coche, este despacho… seguro que el importe reclamado para usted no es tanto. ¡Rocío, por favor, trata de convencerle tal y como hablamos el domingo!
-¡Fuera, pedazo de cabrón! –gritó iracundo el abogado que no pudo por menos de mirar con un cierto desprecio a su pareja al enterarse que aquel individuo con la cara verde la conocía mejor de lo que podía alcanzar a pensar y había podido estar sentado en el sofá de su casa. Al mismo tiempo que salía Nico por la puerta de las oficinas, Fernando Rejón hacía una llamada con su teléfono móvil.
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Lucas se sentía un tanto frustrado. No terminaba de conseguir asociar a Nicolás Blanes con su irresponsable compañero Ismael Moreno. Pero relación había, de eso no le cabía la menor duda. Tenía que conseguir la prueba definitiva y para hallarla creía que lo mejor era seguirle frecuentemente, dejando a un lado otro de los casos. Nicolás Blanes era prioritario. No había conseguido avance alguno en toda la tarde. Ismael había estado visitando el bufete de ese abogado que le estaba dando tanto trabajo y problemas. Le había seguido, como también lo había hecho el domingo anterior cuando vio como entraba en su domicilio particular.
Se lamentó todavía más de su infortunio cuando se cercioró que lo había perdido definitivamente en carretera a consecuencia del tráfico y de la temprana e incipiente oscuridad del todavía invernal febrero, después que su compañero abandonase las oficinas del picapleitos. Trataría de encontrarlo. Decidió visitar el domicilio del abogado por si Ismael había pensado seguir con su acoso particular. Desde luego él actuaría así, a pesar ya de la hora que era. No tuvo suerte. Pensó en probar con una visita al domicilio del señor Blanes, por si acaso Ismael había vuelto por allí. Nada, aquél sin duda no era su día. Tras meditarlo durante un buen rato, decidió marcharse directamente a su casa, sin pasar ni siquiera por la empresa a cambiar de vehículo. Necesitaba descansar y hacerlo ya.
Dejó el New Beetle amarillo a dos manzanas de su domicilio. Lucas se desmaquilló lo mejor que pudo dentro del interior del coche. Dejó la chaqueta y el sombrero y cogió el maletín procurando que no se leyese el nombre de la empresa. Era mejor que ningún vecino le pudiese relacionar con ella y con ese trabajo tan ingrato. Juzgó además que le vendría bien tomar el aire fresco. En ningún momento se apercibió de aquella sombra, una sombra que le había estado siguiendo desde el mismo momento en que salió de las oficinas del abogado y que no había tenido ningún celo por tener que esperar tanto tiempo, por esperar la oportunidad más adecuada.
Y la oportunidad más adecuada había llegado. Caminó apenas a siete u ocho metros detrás de aquel payaso con restos de pintura verde en la cara con total naturalidad amparado por la oscuridad. Esperó una distracción que no llegaba. El cobrador de morosos tenía sin duda prisa. Su paso firme y ligero así lo indicaba. Vio como se paraba ante el dorado y metálico número 24 de aquella calle en penumbra y sacaba unas llaves del bolsillo. En el momento en que Lucas Buenfría introducía las mismas en la cerradura sintió un fuerte dolor en el costado. Una, dos y tres veces. Tres veces fueron las que el cuchillo de aquella sombra penetraba en su cuerpo. Tres veces con toda la intensidad del mundo, con la misma intensidad que ahora su sangre brotaba hacia fuera. Cayó desplomado dejando caer las llaves al suelo. Antes de morir vio como aquel sujeto se llevaba su maletín.
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