IV
El féretro salió entre aplausos de la Real Parroquia de San Ginés. Tras él, su afligida viuda y sus dos hijos menores de edad –Mateo de siete años e Irene de cinco, que no terminaban de comprender que no volverían a ver nunca más a su padre–. Tras estos y algunos otros familiares marchaban Don Anselmo, Don Miguel y Don Carlos con sus respectivas esposas, seguidos del resto de compañeros y empleados de “La Máscara”. Magdalena –del brazo de Ismael– no se terminaba de creer lo que estaba pasando. En menos de un mes había perdido a tres compañeros; Ángel por deseo propio –si es que así se podía decir– al no haber podido superar el miedo de verse amenazado con un arma por el deudor al que estaba investigando, Ernesto, que se debatía entre la vida y la muerte por la salvajada con un toro mecánico de otro moroso, y ahora Lucas, asesinado vilmente de tres cuchilladas –como había concluido la forense– por un desconocido, y que la policía había asegurado no tardaría en encontrar.
–Este trabajo se está empezando a convertir en muy peligroso –dijo Magdalena en voz baja a su compañero.
–Sí, no me extrañaría que más de uno pidiera la baja.
–¿Te lo estás planteando en serio? El otro día me dijiste que estabas un poco harto.
–Tal vez…
–¿Sabes que Don Anselmo me ha pedido que me haga cargo del trabajo que estaba llevando Lucas?
Nico no contestó, tan solo se limitó a mirar a aquella chica que últimamente le tenía embelesado con su atractivo y sobre todo con su humor y sus extraños modos de educación.
–No dices nada –volvió a insistir Magdalena–. ¿Crees que ese caso puede tener algo que ver con su muerte?
–No creo –opinó cariacontecido y taciturno Nico.
–La policía sólo ha echado en falta su maletín. Conservaba su cartera, por lo que un robo de un caco cualquiera no parece que sea el motivo.
–¡Dejemos a la policía trabajar!... Ya nos dirán lo que sea. Ahora estamos en su funeral y no creo que sea lo más conveniente estar hablando de esto, ¿no crees? –dijo Nico mucho más enérgico ahora, lo que sorprendió a su compañera que no pudo por menos que cumplir sus deseos dando por callada la respuesta.
....................
Don Anselmo les había permitido un día libre después del funeral. Últimamente se estaba convirtiendo en habitual tener que dar días libres para tratar de superar malos tragos. Nico lo había aprovechado para ir a ver a Ernesto que permanecía en cuidados intensivos sin muy buenas perspectivas.
Cuando llegó a las oficinas al día siguiente pudo ver como Magdalena se encontraba junto con Don Carlos y Maica, la eficiente informática que trabajaba para el conjunto de empresas del edifico –para las cinco empresas de recobros– trabajando con el ordenador del malogrado Lucas. Sabiendo de la eficiencia de su compañero, era fácil presumir que tendría guardado algún informe sobre su caso. Sintió como de nuevo las cosas se ponían feas para él. Llevaba unos días más tranquilos, los días en los que la relación con aquella rubia que ahora permanecía a la espera de lo que pudiera sacar de aquel ordenador la informática le habían ilusionado con una nueva oportunidad.
No había pasado ni una hora cuando le pareció oír como Don Carlos y Magdalena se despedían de Maica agradeciéndola sus eficaces servicios. Salió a la puerta de su despacho y observó como ambos la besaban. Tenían lo que querían. Magdalena se despidió también del hijo de Don Miguel y se encerró en su despacho. Permaneció allí un par de horas, leyendo y tecleando en el ordenador. Nico pasó un par de veces por delante del modesto cubículo y en una ocasión decidió entrar para saludarla. No lo había hecho en toda la mañana. Magdalena estuvo poco receptiva –algo que era anti-natura para su habitual buen humor–. Sabía algo.
No se pudo concentrar en el resto de la mañana. Simulaba de vez en cuando como que trabajaba con su ordenador, pero en realidad no hacía nada. Por momentos pensó que tal vez fuera mejor decírselo directamente, acabar con la farsa, como últimamente estaba pensando, al fin y al cabo Magdalena no tardaría en descubrirle. La rubia de pelo rapado era todavía más intuitiva que Lucas. No se atrevía.
-¡Me voy a jugar al golf! –la oyó decir a un par de compañeros que se encontró en el pasillo ante el desconcierto de estos.
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