El micro-relato que hoy os presento lo escribí hace algo menos de dos años y con él participé en el concurso "Donde lees tú", organizado por el Centro de Desarrollo Sociocultural de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Semana a semana se nos proponía una fotografía de Eduardo Margareto, expuestas en el zaguán del centro y la única norma era que el texto no superase 150 palabras y que el relato estuviese relacionado con la lectura. Próximamente publicaré nuevos relatos con los que participé en este concurso.
Aquel muro siempre fue mi lugar predilecto. Ese lugar me inspiraba paz, tranquilidad y otras muchas sensaciones. Todavía me veo, sentado sobre la hierba, apoyada mi espalda sobre las piedras, viendo la hermosura de las amapolas rojas, rojas como sus labios, mi brazo derecho sobre sus hombros y el izquierdo sujetando cualquiera de aquellos libros con tan bellos poemas, con tan esclarecedoras descripciones acerca de lo que era el amor, la pasión, la lujuria. Ilustraciones que invitaban a la locura. Cuantas fueron las que allí, embelesadas, sintieron por vez primera lo que era un beso, cuantas fueron las que sintieron estremecerse al sentir mis manos penetrando en sus ropajes hasta palpar su cándido cuerpo. Aquellas palabras que les hacían sentir pudor, vergüenza incluso, pero sobre todo un gratísimo recuerdo cuando solas, en sus celdas, esperaban que la madre superiora les levantase el castigo.
Aquel muro siempre fue mi lugar predilecto. Ese lugar me inspiraba paz, tranquilidad y otras muchas sensaciones. Todavía me veo, sentado sobre la hierba, apoyada mi espalda sobre las piedras, viendo la hermosura de las amapolas rojas, rojas como sus labios, mi brazo derecho sobre sus hombros y el izquierdo sujetando cualquiera de aquellos libros con tan bellos poemas, con tan esclarecedoras descripciones acerca de lo que era el amor, la pasión, la lujuria. Ilustraciones que invitaban a la locura. Cuantas fueron las que allí, embelesadas, sintieron por vez primera lo que era un beso, cuantas fueron las que sintieron estremecerse al sentir mis manos penetrando en sus ropajes hasta palpar su cándido cuerpo. Aquellas palabras que les hacían sentir pudor, vergüenza incluso, pero sobre todo un gratísimo recuerdo cuando solas, en sus celdas, esperaban que la madre superiora les levantase el castigo.
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