Esperó a que se acercara más disimulando como si leyese un cartel adherido a la pared. Cuando de reojo comprobó que el cartero ya estaba a su lado se dio la vuelta proporcionándole un buen golpe haciéndole caer el conjunto de cartas que iba a entregar en la siguiente finca. La casa de sus padres.
–¡Podría tener más cuidado! –dijo el cartero malhumorado.
–¡Disculpe, disculpe, ha sido sin querer! Estaba distraído y no le he visto. Espere que le ayude a recoger las cartas.
–¡No hace falta! –indicó de nuevo el empleado de correos, que todavía se veía muy enfadado… pero ya era tarde, Nico se había agachado antes que él y ya estaba agrupando buena parte de los sobres –casi todos correspondencia comercial como suele ser habitual hoy en día.
–Aquí…aquí tiene, y disculpe otra vez. Espero no haberle hecho mucho daño.
–Gracias, no se preocupe, aunque me ha dado un buen mamporro. ¡Preste más atención por donde va, joven!
–Sí, sí, así lo haré, no se preocupe que no volverá a suceder.
Nico vio como el cartero apretaba el timbre del portal donde siempre había vivido antes de independizarse. Salió Joaquín –el veterano portero de la finca– que recogió el conjunto de sobres que apenas un par de minutos antes estaban expandidos por el suelo. Observó como los dos currantes hablaban durante un minuto –probablemente, por los gestos que hacía el funcionario, del incidente que él había perpetrado–. Pensó en cómo se lo tomarían sus padres cuando al recibir su correo viesen un sobre sin remitente y sin matasellos en el que les explicaba que se encontraba bien y los motivos de su desaparición y solicitándoles que confiaran en él.
Tardó en escribir la misiva. Tenía que pensar muy bien como decirles lo que les iba a decir, como iba a decirles que no tardando se pondría en contacto con ellos, pero que mientras tanto, si le querían ayudar, tenían que omitir toda la información que pudieran a quien preguntase por él. Había pensado que lo mejor era no dar ninguna pista de donde se encontraba y por eso había planeado la forma de entregar el sobre sin que figurase nada en él que ayudara a su localización, no obstante, sabía también que su padre –un hombre inteligente– pensaría que el sobre solo habría podido llegar hasta allí de esa manera porque él había estado cerca.
Una vez contactado con su padre, pensó que la siguiente persona para hacerlo tendría que ser Emilio Luís, su antiguo gestor y abogado con el que no había acabado muy bien. No quería volver a hacerlo de la misma forma, a Emilio lo quería ver y para ello pensó en concertar una cita por teléfono, por lo que buscó una cabina pública. Le costó encontrar una. Se trataba de una especie en extinción. Marcó el número que se sabía de memoria y esperó hasta el cuarto tono. Le sorprendió la voz de un anciano que debía estar medio sordo por el tono tan alto que empleó. Por un momento pensó que tal vez Emilio ya no se dedicara a lo mismo y hubiera dado el número de baja, pero no, se había equivocado al marcar. Lo volvió a intentar. Cada tono que daba el aparato le hacía ponerse más nervioso. Por fin oyó el vozarrón del tipo que le había ayudado a crecer, del tipo que le había hecho caer.
Tras concertar la cita pensó que tendría que hacer algo parecido con Arturo. Después de él solo habría una persona más que pudiera dar una información relevante y no muy lejana en el tiempo suya, Itahisa. No sabía muy bien como se iba a poner en contacto con ella, aunque por otra parte, reconsiderando la situación, creyó que sería complicado que Lucas pudiera dar con ella, si antes los demás no le fallaban.
Lucas apenas sabía nada de él. Todavía. No tenía la más mínima duda que acabaría encontrándole, que acabaría sabiéndolo todo o casi todo sobre su persona. Era un perfeccionista y cuando él se ponía en serio descubría si quería hasta el perfume y los calzoncillos que usaba el elemento tras el que estuviera detrás. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?, y sobre todo ¿cómo?
–Ismael, ¿te encuentras bien? –preguntó Don Anselmo– que se había percatado de su distracción.
–Oh, sí, sí, Don Anselmo –dijo Nico, tratando de disimular su estado de turbación–. Es solamente que me encuentro cansado. Supongo que no he descansado todo lo bien que me hubiese gustado después de lo ocurrido la pasada semana y encima con el disgusto que nos ha dado al decirnos que Ángel no iba a seguir con nosotros…
–No sabía que tenía usted tanta afinidad con Ángel como para causarle un disgusto.
–Don Anselmo, no sé por quién me toma, claro que me preocupa que un compañero no haya podido soportar la presión después de ser amenazado con un arma.
–¿Quiere que hagamos un breve receso?, ¿quiere ir al baño? –preguntó a su vez Don Miguel, para fastidiarle todavía más por dentro. Él pocas veces tomaba la iniciativa en las conversaciones, lo cual no podía indicar más que debía tener mala cara–. Debía tener más cuidado, tenía que mostrarse más seguro. Ahora todos los compañeros estarían pendientes de él.
–No, no, por supuesto que no. Pueden continuar. Ha sido solo un momento de distracción. Seguramente lo mejor que me puede venir es ponerme las pilas.
–Lucas, puesto que apenas habíamos comenzado, no le importaría repetir lo dicho hasta ahora para que Ismael se entere, ahora que parece encontrarse ya mejor –sentenció Don Anselmo, provocando claramente el malestar en Carlos, el hijo de Don Miguel, y sobre todo en el propio Lucas–. Ambos hicieron el mismo gesto, cerraron los ojos brevemente a la par que emitían un pequeño suspiro.
–No, claro que no –dijo el muy falso de él– y reinició su relato.
–Bien, hasta ahora sabemos muy poco de Nicolás Blanes, que es como se llama el individuo en el que se centra mi trabajo –comentó Lucas, mirando directamente a la cara de Nico, queriendo recalcar de alguna manera su poca profesionalidad–. Sabemos que es un joven empresario de unos treinta y pico de años que se dedicaba a varios negocios especulativos y que ha desaparecido de la faz de la tierra como por arte de magia. Hasta ahora he descubierto que ha dejado varias deudas, aunque de momento nosotros debemos responder sólo a la de uno de sus acreedores.
–Averigüe a quién más le debe dinero ese cerdo y trate de ponerse en contacto con esas personas de cara, primero, a obtener información que nos pueda resultar útil, y segundo, para ofrecerles nuestros servicios –dijo Don Anselmo, revolviéndole las tripas cuando le llamó cerdo. Por un momento pensó en asesinarle.
–En eso estoy, Don Anselmo, creo que pronto podré confirmar un dato muy interesante acerca de uno de sus socios. Cuando lo tenga empezaré a tirar del hilo, como siempre hago hasta encontrarlo –concluyó Lucas.
–Bien, perfecto, así me gusta. Pasemos a otros asuntos. Por quién continuamos, Magdalena, Ernesto, Rojo…
–Yo misma –dijo Magdalena–, y empezó a relatar su guapa compañera como iban alguno de sus casos. Magdalena pocas veces se encargaba de una sola operación.
Después que terminara Magdalena, siguieron Ernesto y Rojo –Samuel Rojo, aunque todos le llamaban Rojo a secas–. Don Anselmo había propuesto sin ninguna intención ese orden y no había ninguna razón para contradecirle. Cuando terminó Rojo le llegó el turno a Nico.
–Bien, mi caso como ya sabéis es el de Fernando Rejón –dijo Nico– el abogado ese que se metió a promotor inmobiliario y que tiene pillados a muchos clientes, no sólo con el tema de algunas de sus promociones sino un poco con todo. Al parecer es una persona de poco fiar, no cumplía para nada con los trabajos de gestión que se le encomendaban y ya tenía a varios de sus clientes muy hartos. Tres de ellos se han unido y han confiado en nosotros para tratar de resolver sus problemas con el señor Rejón. El caso tiene toda la pinta de ser bastante aburrido, pero lo peor de todo es que me parece que va a ser difícil, es abogado y como ya sabéis eso supone ciertas dificultades para nuestra forma de trabajar.
–Bien, bien, aquí no le pagamos para que tenga casos divertidos, le pagamos para que resuelva todo aquello que se le encomiende –dijo muy seriamente Don Anselmo.
–No quería decir eso, Don Anselmo –le interrumpió Nico, no queriendo llevarse una bronca en un día tan duro como el que estaba siendo–, lo que quería decir es que me hubiera gustado más tener un trabajito como el de Lucas, algo que se convierta en un verdadero reto, puesto que no se sabe apenas nada del moroso. Tal vez le pudiera ayudar en la investigación.
–Bueno, de momento usted siga con lo suyo, y según vayamos viendo, decidiremos si Lucas necesita ayuda y si usted está más o menos disponible para hacerlo. Muchas gracias por su disponibilidad –decretó el viejo jefe, dando paso al resto de compañeros que faltaban por exponer sus casos y terminando posteriormente la reunión que de nuevo se había vuelto a convertir para él en algo tedioso que no le interesaba lo más mínimo.
Tengo por buena (o mala) costumbre, y en la medida del tiempo disponible, echar un primer vistazo a Twitter justo después de desayunar por eso de estar informado de qué pasa por España y por el mundo. Hoy he conocido que Google se va a transformar en otra cosa llamada Alphabet, aunque solo a nivel empresarial y tal y cual, puesto que el buscador va a seguir denominándose de la misma manera. El caso es que esta noticia me viene que ni pintado ¿y por qué os preguntaréis? pues no es por otra razón que terminar de justificar este post que se me ocurrió no sé muy bien porqué la semana pasada y que no pretende otra cosa que comentar cuál es la primera propuesta que te encuentras en dicho buscador al poner cualquier letra del abecedario, si bien hay que aclarar que en algunos casos es cambiante. Para ello, y para hacerlo más visual, lo que voy a hacer es colocar la imagen de la marca (casi todos son marcas), producto que en estos momentos he encontrado con un pequeño subtítulo que especifica de qué se trata (por si alguien no conoce algo) aunque generalmente sea innecesario. Comenzamos:
Volvía contento a la oficina por haber podido resolver un nuevo trabajo satisfactoriamente, –en esta ocasión incluso más que en algunas otras, no en vano, Buendía era de esos morosos que no pagaban porque no querían y no porque no podían–. Nico pronto tendría que volver a ponerse a pensar en un nuevo cliente, en un nuevo caso para el que realmente ya había comenzado a trabajar, a recabar información, acerca del moroso y también del acreedor. En esa ocasión se trataba de un abogado que se había metido a agente inmobiliario aprovechando el boom de la construcción y que raramente cumplía con sus clientes; clientes que por anticipado le habían abonado cantidades importantes para gestionar diversos asuntos. No obstante, pensó Nico, que antes se merecía un premio en forma de Sinatra, y como cada vez que terminaba un trabajito e iba a comenzar otro, la canción elegida no podía ser otra que “The best is yet to come”. [1]
No podía estar más equivocado. Entró en la empresa y todo estaba como debía estar, la recepción, los cubículos de las teleoperadoras, los despachos, por llamarlos de alguna manera, de los agentes, despachos de directivos –estos sí eran despachos de verdad- y sala de juntas; todo, absolutamente todo, estaba como debía de estar, pero de repente se destapó la tormenta perfecta. Comenzaron a oírse voces. Provenían del despacho de Ángel, uno de los compañeros.
–¡Te vas a arrepentir de todo esto, cabronazo! –dijo una voz que no pudo reconocer-.
–¡Por favor, mantén la calma, todo se puede arreglar! –añadió Ángel.
–¡Ahora dices que se puede arreglar, después de destrozar mi vida. Ahora ya no hay solución. Lo vas a pagar caro! –oyó que volvía a decir la voz del tipo que no reconocía.
Se acercó rápidamente hacia el habitáculo, y entonces se encontró con todo el pastel. Ángel –de frente a él– sudando la gota gorda, con las manos alzadas, suplicante. En frente, un tipejo pequeño, muy pequeño y delgado, pero bien vestido, lo apuntaba nervioso con una pistola.
–¡Vas a perseguir ahora a tu puta madre! –decía el pequeño individuo, cuando se dio cuenta de su presencia, invitándole inmediatamente a acompañar a su compañero.
Inmediatamente apareció más gente en el despacho de Ángel, entre ellos, Don Anselmo –que reclamaba su cuota de pantalla– mientras que Carlos –el más joven de los tres socios de la empresa– trataba de lo contrario, de que no se acercara. Pronto pudieron enterarse que aquel individuo de pequeña talla era un moroso al que su compañero tenía atosigado, reclamándole la deuda que tenía contraída con uno de sus clientes. Leopoldo, que así se llamaba el deudor, no había soportado más la presión de verse perseguido por uno de los hombres con la cara verde y el traje amarillo. Encima de la mesa había un maletín lleno de dinero. Al parecer era todo lo que debía el acreedor, no obstante, no le valía con terminar pagando la deuda, quería llevarse por delante a la persona que le había dejado sin dormir más de una noche, si no todas. Finalmente entre unos y otros –y especialmente Don Anselmo– le hicieron entrar en razón y bajar el arma. De allí, como había dicho el jefe no iba a poder salir sin más, con toda la gente apostada en la puerta. No podría matar a todos. Leopoldo –muy nervioso– mantuvo la conversación con Don Anselmo, eso sí, sin dejar de apuntar a Ángel y a Nico. Cuando el tipo pequeño cesó su amenaza y dejó el arma sobre el maletín del dinero, Nico rápidamente se abalanzó hacia ella para que estuviera a mejor recaudo.
Leopoldo se vino abajo y se dejó caer arrodillado llorando. Al contrario que en el caso de Buendía, este era un deudor que no lo quería ser y que se había visto obligado a ello. Mala suerte en los negocios, muy mala suerte. El incidente acabó bien –al menos para ellos–. Leopoldo tendría que dar explicaciones a la policía no sólo por la amenaza, también por la pistola para la que no tenía licencia.
III
Con aquel susto terminó la jornada y la semana. Don Anselmo pensó que sería mejor otorgar el resto del día libre a todo el personal, y que los agentes –los únicos que trabajaban también en fin de semana– salvo que tuvieran alguna visita irremplazable, se tomaran todo el tiempo libre para tratar de olvidar lo que acababan de vivir, emplazándoles a la reunión semanal que mantenían cada lunes a primera hora.
No surtió el efecto deseado. Nadie pudo dejar de pensar a lo largo del fin de semana lo que había pasado el viernes anterior y todos al volver se hacían las mismas preguntas –qué tal, has descansado, vaya susto, y si un día me sucede a mí…-, sin embargo su mayor desconcierto fue cuando al entrar en la sala de juntas para comenzar la reunión vieron que la silla de Ángel estaba vacía. De primeras pensaron que a lo mejor Don Anselmo le había permitido que se tomase unos días de vacaciones, pero no, no era eso, Ángel no había podido soportar la presión de verse amenazado y había dejado la empresa tal y como un poco más tarde les dijo el jefe.
La reunión –más allá de esa importante sombra– transcurrió de forma natural, como siempre, recordando con qué asunto estaban cada uno de ellos y en qué estado estaban, sin embargo, de repente todo cambió para Nico. Lucas –probablemente el agente con más experiencia y uno de los preferidos por parte de la dirección por su buen trabajo y el tiempo que llevaba de servicio para la empresa, y no precisamente el compañero al que él más apreciaba– comenzó a explicar que estaba empezando a recabar información de un nuevo caso un tanto extraño, puesto que el acreedor había desaparecido de la faz de la tierra. Se trataba de un joven empresario con múltiples negocios llamado Nicolás Blanes.
continuará...
[1] Lo mejor está todavía por llegar. “The best is yet to come”. Frank Sinatra.
TÍTULO: El umbral de la eternidad AUTOR: Ken Follet AÑO: 2014 EDITORIAL: Plaza & Janés
+ INFO: Tercera entrega de la trilogía "The Century" tras "La caída de los gigantes" (2010) y "El invierno del mundo" (2012) con la que el afamado escritor galés nos ha recordado los principales hechos sociopolíticos del siglo XX a través de 3 generaciones de 5 familias de diferentes países. Follet "ha vendido" a lo largo de su carrera más de 150 millones de ejemplares de sus novelas siendo "Los pilares de la tierra" (1989) la que le encumbró a la fama. Otras novelas del autor de Cardiff son "La clave está en Rebeca" (1980), "El valle de los leones" (1986), "El tercer gemelo" (1997), "En el blanco" (2004) o "Un mundo sin fin" (2007), secuela esta última de "Los pilares de la tierra". Follet también tiene una serie de obras que no han alcanzado prácticamente fama alguna firmadas con pseudónimos como Simon Myles, Martin Martinsen, Zachary Stone y Bernard L. Ross.
Escribir la reseña de un bestseller casi un año después de haber salido a la venta puede resultar como mínimo un tanto paradójico, cuando no tonto a secas, sin embargo, además de hacer mi propia aportación me gusta pensar que alguien se puede animar a su lectura tras haber leído mi post, o sea que vamos allá...
Como comento en las primeras líneas "El umbral de la eternidad" es la tercera entrega de "The century", esta trilogía de más de 3.100 páginas (esta última es la más larga de todas con 1.150) con la que Ken Follet nos ha querido relatar la mayor parte de los hechos principales de carácter sociopolítico del siglo XX. Como simple recordatorio, indicar que "La caída de los gigantes" aborda principalmente la I guerra mundial y los hechos previos, que en la segunda entrega "El invierno del mundo" será el periodo de entreguerras y la II guerra mundial y en esta tercera novela, que comienza en 1961 y abarca hasta 1989 (curiosamente el epílogo termina con un hecho que no ha acontecido en el siglo XX, sino en el XXI, el día en que Barack Obama gana las elecciones presidenciales de EE.UU.), los hechos relatados van a tener que ver principalmente con la llamada "guerra fría".
Para ello, por si alguno de mis lectores todavía no sabe nada de nada de esta trilogía, el autor de Cardiff se vale de 5 familias de diferentes países a través de 3 generaciones, una por volumen, si bien, estas irán cambiando e incluso en ocasiones relacionándose.
En el "Umbral de la eternidad", un libro que por motivos personales y que no vienen a cuento aquí, tiene una especial significación para mí, nos vamos a encontrar hechos como la invasión de Bahía Cochinos en Cuba por parte de EE.UU., la crisis de los misiles en el mismo país, los asesinatos de los Kennedy (John F. y Bobby) y de Martin Luther King, la guerra de Vietnam, la construcción y caída del muro de Berlín, la Primavera de Praga, la aparición del sindicato "Solidaridad" en Polonia y los muchos problemas de la U.R.S.S. que nos guiarán hasta casi su disolución, y digo casi, porque Follet ha decidido que este hecho no aparezca en el libro, lo cual para unos es una especie de error, pero que en mi opinión, y entendiendo que ha querido destacar como un hecho fundamental la caída del muro ha querido terminar, y además creo que de forma brillante, con este hecho, por lo que ya no podía hablar de dicha desintegración que comienza en 1991.
Además de todos estos hechos de base eminentemente política, también ha tratado como decía anteriormente, hechos de carácter social, fundamentalmente la lucha por los movimientos sociales en EE.UU., o sea, los derechos de la población negra, pero no solo, puesto que también asistimos a como es la vida en la Europa del Este, a los problemas de los disidentes rusos enviados a los campos de concentración en Siberia, y en otro orden de cosas al tema del movimiento hippy y el amor libre, del consumo de drogas y la música, que tiene un importante papel en la obra (hasta 52 temas de grupos o solistas reales se mencionan según he podido leer en el post de otro bloguero que se ha molestado no solo en recopilarlos, sino que hasta ha hecho un par de playlist en youtube y en spotify, que podéis ver si picáis en el enlace que os dejo).
Dicho todo esto, toca hablar un poco de mi opinión sobre el libro. Lo primero que tengo que decir es que tal vez sea la entrega que menos me haya gustado de las tres, probablemente porque mi lectura ha sido muy dilatada pero también porque considero que es la más periodística de las tres. No obstante tengo que decir que el final me reconcilia por completo con la obra. No queda por menos que decir, en cuanto a lo periodístico del libro (Follet comenzó como periodista) que la obra destaca por una grandísima documentación y una muy buena selección de sucesos y también una gran habilidad por parte del autor para llevar a unos personajes, muy bien definidos, a que vivan todos los acontecimientos importantes que nos quiere relatar, como por ejemplo sucede con el personaje de Tania, una periodista rusa de la agencia TASS, que va a vivir el tema de los misiles, los problemas en Polonia, con el muro...
También hay algunas cosas que merecen un pero. Apenas unas líneas más arriba comentaba que había una muy buena selección de sucesos, pero evidentemente y a pesar de lo extenso de la obra, se deja otros. El principal, como comenté más arriba tal vez sea la desintegración de la Unión Soviética, pero tampoco recoge una vez que habla del sindicato Solidaridad y de su líder Lech Walesa, la llegada a la presidencia de Polonia de este, ocurrida a finales de 1990, o el final del dictador rumano Ceaucescu, ya que solo aparece en un momento para remarcar su carácter tiránico, pero no se comenta nada de su muerte, un hecho que al que esto escribe, cuando sucedió le causó un verdadero impacto al verlo en el telediario, como los opositores le acribillaban junto a su esposa Elena a disparos el día de Navidad de 1989, después que días antes intentara huir del país. Mucho antes, y al otro lado del Atlántico, creo que deja un poquito cojo el asunto del Watergate, que acabaría provocando la dimisión de Nixon como presidente de EE.UU.
Además de lo relacionado con hechos concretos en sí, también creo que Follet peca muy a menudo de repeticiones innecesarias acerca de quienes son los personajes y las características y relaciones entre ellos, y de alguna manera he llegado a pensar que trata a sus lectores, nos trata, como "tontos", como si nos tuviera que estar recordando quién es quién para que no nos perdamos en la lectura (ej. cada vez que habla de Zoya, de la familia rusa Dvorkin-Peshkov, personaje que en esta obra no tiene relevancia alguna, pues es de la 2ª generación, la protagonista de "El invierno del mundo", nos recuerda que era científica y que era bellísima). También peca el autor galés de un uso excesivo del sexo en la obra (más de lo habitual incluso), siendo en muchas veces un tanto "zafio" y/o completamente innecesario. Un ejemplo gracioso de esto son estas líneas bien avanzado el libro:
"Ese verano Dimka y Natalia pintaban el piso mientras los rayos del sol se colaban por las ventanas abiertas. Tardaron más tiempo del necesario porque iban parando para hacer el amor [...], pero los pantalones cortos [los de Natalia] le quedaban ceñidos y, cada vez que subía a la escalera, él tenía que besarla. Le bajaba los pantalones tan a menudo que al cabo de un rato ella decidió quedarse solo con la camisa, tras lo cual empezaron a hacer más aún el amor".
Solo unas párrafos después se está hablando del Kremlim, de la KGB, de Brézhnev y de los problemas en Praga, lo que evidencia que ese párrafo, escrito de esa forma, sobraba por completo.
Para finalizar este post os quiero dejar el vídeo del programa dedicado a este libro en "Página 2" de TVE, programa que procuro no perderme cada domingo.
No pudo por menos que acordarse de su abuelo –un buen hombre, humilde pero también muy listo y trabajador, que consiguió que todos sus hijos pudieran estudiar y sacar una carrera adelante, como había sido el caso de su padre estudiando medicina– con aquella frase muy suya de “salir de Málaga y meterse en Malagón” cuando quería decir que no habían terminado de salir de un problema y ya estaban metidos en otro. Sabiduría popular que venía que ni pintado después que, tras resolver el caso de Miguel Buendía y los señores Echevarría, se sucedieran los acontecimientos como se sucedieron.
Porque sí, Miguel Buendía no tardó mucho en rendirse, debiendo pensar finalmente que no necesitaba para nada una mala publicidad y que lo mejor sería pagar la deuda contraída con el matrimonio que le había estado tiempo atrás proveyendo las bebidas de su negocio. Además, como Nico había intuido, no era una cuestión de dinero, sino de simple y pura sinvergüencería. Apenas necesitó visitar dos veces más su casa de San Martín de la Vega, –en ninguna de las cuales pudo ver a la chica de Ipanema, lo que le supuso una cierta desilusión–. Sin embargo, lo que verdaderamente provocó el cambio de actitud de Miguel Buendía fue una nueva visita a su discoteca, en esta ocasión un domingo por la tarde, en una de esas supuestas fiestas light organizadas para menores de edad en las que supuestamente no se puede vender alcohol y existen grandes controles. Nada de eso le pareció ver. Todo lo contrario, control escaso y consumo variado de todo tipo. A los quinceañeros les resultó un tipo muy simpático y extravagante por lo que no dejaron de hacerse fotos con él con sus estupendos y minúsculos teléfonos móviles a la vez que le preguntaban sobre su trabajo –que Nico gustosamente respondía, al fin y al cabo su trabajo consistía en llamar la atención y eso hacía.
A la mañana siguiente, el señor Buendía se presentó en las oficinas preguntando por él. Resolvieron el asunto rápido. Les extendió un cheque por la cantidad total de la deuda. No hizo falta que pusieran en duda la posibilidad de que no tuviera fondos, él les había asegurado antes de preguntarle que el cheque lo podrían cobrar si querían en ese mismo momento. Firmó toda la documentación que le pusieron delante referente a la deuda y sus servicios y salió rápidamente de allí. No quedaba nada de la violencia y arrogancia que mostró en la primera de las visitas a su casa. Le apeteció reír. No lo hizo.
....................
Los señores Echevarría recibieron al agente de “La Máscara” en su casa tal y como habían quedado la tarde anterior por teléfono. Ambos se mostraban contentos –¡cómo no!–, sin embargo, la señora Echevarría estaba especialmente alegre. Se mostró muy amable, ofreciéndole todo tipo de agasajos: café, una pastita, y como no, una copita –muy propio en una mayorista de bebidas.
–No, no, señora, tengo que conducir.
–Bueno, tampoco va a pasar nada por unas lágrimas en el café –dijo la insensata señora.
–No, muchas gracias, de verdad –dijo Nico, sin querer polemizar con ella–, además, tengo cierta prisa. Si no le importa les doy su cheque y me firman estos documentos.
La señora Echevarría –Paula– perdió la sonrisa cuando les entregó su cheque. No por sabido que tendrían que pagar un alto porcentaje y unos gastos de gestión, se había hecho a la idea que sus catorce mil ciento dieciocho euros con sesenta y cuatro céntimos, que tenía grabados a fuego en la memoria, se quedarían en algo menos de ocho mil quinientos euros, exactamente el sesenta por ciento. “La Máscara, cobro de morosos, S.L.” se había quedado casi seis mil