II
Volvía contento a la oficina por haber podido resolver un nuevo trabajo satisfactoriamente, –en esta ocasión incluso más que en algunas otras, no en vano, Buendía era de esos morosos que no pagaban porque no querían y no porque no podían–. Nico pronto tendría que volver a ponerse a pensar en un nuevo cliente, en un nuevo caso para el que realmente ya había comenzado a trabajar, a recabar información, acerca del moroso y también del acreedor. En esa ocasión se trataba de un abogado que se había metido a agente inmobiliario aprovechando el boom de la construcción y que raramente cumplía con sus clientes; clientes que por anticipado le habían abonado cantidades importantes para gestionar diversos asuntos. No obstante, pensó Nico, que antes se merecía un premio en forma de Sinatra, y como cada vez que terminaba un trabajito e iba a comenzar otro, la canción elegida no podía ser otra que “The best is yet to come”. [1]
No podía estar más equivocado. Entró en la empresa y todo estaba como debía estar, la recepción, los cubículos de las teleoperadoras, los despachos, por llamarlos de alguna manera, de los agentes, despachos de directivos –estos sí eran despachos de verdad- y sala de juntas; todo, absolutamente todo, estaba como debía de estar, pero de repente se destapó la tormenta perfecta. Comenzaron a oírse voces. Provenían del despacho de Ángel, uno de los compañeros.
–¡Te vas a arrepentir de todo esto, cabronazo! –dijo una voz que no pudo reconocer-.
–¡Por favor, mantén la calma, todo se puede arreglar! –añadió Ángel.
–¡Ahora dices que se puede arreglar, después de destrozar mi vida. Ahora ya no hay solución. Lo vas a pagar caro! –oyó que volvía a decir la voz del tipo que no reconocía.
Se acercó rápidamente hacia el habitáculo, y entonces se encontró con todo el pastel. Ángel –de frente a él– sudando la gota gorda, con las manos alzadas, suplicante. En frente, un tipejo pequeño, muy pequeño y delgado, pero bien vestido, lo apuntaba nervioso con una pistola.
–¡Vas a perseguir ahora a tu puta madre! –decía el pequeño individuo, cuando se dio cuenta de su presencia, invitándole inmediatamente a acompañar a su compañero.
Inmediatamente apareció más gente en el despacho de Ángel, entre ellos, Don Anselmo –que reclamaba su cuota de pantalla– mientras que Carlos –el más joven de los tres socios de la empresa– trataba de lo contrario, de que no se acercara. Pronto pudieron enterarse que aquel individuo de pequeña talla era un moroso al que su compañero tenía atosigado, reclamándole la deuda que tenía contraída con uno de sus clientes. Leopoldo, que así se llamaba el deudor, no había soportado más la presión de verse perseguido por uno de los hombres con la cara verde y el traje amarillo. Encima de la mesa había un maletín lleno de dinero. Al parecer era todo lo que debía el acreedor, no obstante, no le valía con terminar pagando la deuda, quería llevarse por delante a la persona que le había dejado sin dormir más de una noche, si no todas. Finalmente entre unos y otros –y especialmente Don Anselmo– le hicieron entrar en razón y bajar el arma. De allí, como había dicho el jefe no iba a poder salir sin más, con toda la gente apostada en la puerta. No podría matar a todos. Leopoldo –muy nervioso– mantuvo la conversación con Don Anselmo, eso sí, sin dejar de apuntar a Ángel y a Nico. Cuando el tipo pequeño cesó su amenaza y dejó el arma sobre el maletín del dinero, Nico rápidamente se abalanzó hacia ella para que estuviera a mejor recaudo.
Leopoldo se vino abajo y se dejó caer arrodillado llorando. Al contrario que en el caso de Buendía, este era un deudor que no lo quería ser y que se había visto obligado a ello. Mala suerte en los negocios, muy mala suerte. El incidente acabó bien –al menos para ellos–. Leopoldo tendría que dar explicaciones a la policía no sólo por la amenaza, también por la pistola para la que no tenía licencia.
III
Con aquel susto terminó la jornada y la semana. Don Anselmo pensó que sería mejor otorgar el resto del día libre a todo el personal, y que los agentes –los únicos que trabajaban también en fin de semana– salvo que tuvieran alguna visita irremplazable, se tomaran todo el tiempo libre para tratar de olvidar lo que acababan de vivir, emplazándoles a la reunión semanal que mantenían cada lunes a primera hora.
No surtió el efecto deseado. Nadie pudo dejar de pensar a lo largo del fin de semana lo que había pasado el viernes anterior y todos al volver se hacían las mismas preguntas –qué tal, has descansado, vaya susto, y si un día me sucede a mí…-, sin embargo su mayor desconcierto fue cuando al entrar en la sala de juntas para comenzar la reunión vieron que la silla de Ángel estaba vacía. De primeras pensaron que a lo mejor Don Anselmo le había permitido que se tomase unos días de vacaciones, pero no, no era eso, Ángel no había podido soportar la presión de verse amenazado y había dejado la empresa tal y como un poco más tarde les dijo el jefe.
La reunión –más allá de esa importante sombra– transcurrió de forma natural, como siempre, recordando con qué asunto estaban cada uno de ellos y en qué estado estaban, sin embargo, de repente todo cambió para Nico. Lucas –probablemente el agente con más experiencia y uno de los preferidos por parte de la dirección por su buen trabajo y el tiempo que llevaba de servicio para la empresa, y no precisamente el compañero al que él más apreciaba– comenzó a explicar que estaba empezando a recabar información de un nuevo caso un tanto extraño, puesto que el acreedor había desaparecido de la faz de la tierra. Se trataba de un joven empresario con múltiples negocios llamado Nicolás Blanes.
continuará...
[1] Lo mejor está todavía por llegar. “The best is yet to come”. Frank Sinatra.
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