II
Esperó a que se acercara más disimulando como si leyese un cartel adherido a la pared. Cuando de reojo comprobó que el cartero ya estaba a su lado se dio la vuelta proporcionándole un buen golpe haciéndole caer el conjunto de cartas que iba a entregar en la siguiente finca. La casa de sus padres.
–¡Podría tener más cuidado! –dijo el cartero malhumorado.
–¡Disculpe, disculpe, ha sido sin querer! Estaba distraído y no le he visto. Espere que le ayude a recoger las cartas.
–¡No hace falta! –indicó de nuevo el empleado de correos, que todavía se veía muy enfadado… pero ya era tarde, Nico se había agachado antes que él y ya estaba agrupando buena parte de los sobres –casi todos correspondencia comercial como suele ser habitual hoy en día.
–Aquí…aquí tiene, y disculpe otra vez. Espero no haberle hecho mucho daño.
–Gracias, no se preocupe, aunque me ha dado un buen mamporro. ¡Preste más atención por donde va, joven!
–Sí, sí, así lo haré, no se preocupe que no volverá a suceder.
Nico vio como el cartero apretaba el timbre del portal donde siempre había vivido antes de independizarse. Salió Joaquín –el veterano portero de la finca– que recogió el conjunto de sobres que apenas un par de minutos antes estaban expandidos por el suelo. Observó como los dos currantes hablaban durante un minuto –probablemente, por los gestos que hacía el funcionario, del incidente que él había perpetrado–. Pensó en cómo se lo tomarían sus padres cuando al recibir su correo viesen un sobre sin remitente y sin matasellos en el que les explicaba que se encontraba bien y los motivos de su desaparición y solicitándoles que confiaran en él.
Tardó en escribir la misiva. Tenía que pensar muy bien como decirles lo que les iba a decir, como iba a decirles que no tardando se pondría en contacto con ellos, pero que mientras tanto, si le querían ayudar, tenían que omitir toda la información que pudieran a quien preguntase por él. Había pensado que lo mejor era no dar ninguna pista de donde se encontraba y por eso había planeado la forma de entregar el sobre sin que figurase nada en él que ayudara a su localización, no obstante, sabía también que su padre –un hombre inteligente– pensaría que el sobre solo habría podido llegar hasta allí de esa manera porque él había estado cerca.
Una vez contactado con su padre, pensó que la siguiente persona para hacerlo tendría que ser Emilio Luís, su antiguo gestor y abogado con el que no había acabado muy bien. No quería volver a hacerlo de la misma forma, a Emilio lo quería ver y para ello pensó en concertar una cita por teléfono, por lo que buscó una cabina pública. Le costó encontrar una. Se trataba de una especie en extinción. Marcó el número que se sabía de memoria y esperó hasta el cuarto tono. Le sorprendió la voz de un anciano que debía estar medio sordo por el tono tan alto que empleó. Por un momento pensó que tal vez Emilio ya no se dedicara a lo mismo y hubiera dado el número de baja, pero no, se había equivocado al marcar. Lo volvió a intentar. Cada tono que daba el aparato le hacía ponerse más nervioso. Por fin oyó el vozarrón del tipo que le había ayudado a crecer, del tipo que le había hecho caer.
Tras concertar la cita pensó que tendría que hacer algo parecido con Arturo. Después de él solo habría una persona más que pudiera dar una información relevante y no muy lejana en el tiempo suya, Itahisa. No sabía muy bien como se iba a poner en contacto con ella, aunque por otra parte, reconsiderando la situación, creyó que sería complicado que Lucas pudiera dar con ella, si antes los demás no le fallaban.
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