Magdalena apareció con un elegante vestido negro con lunares blancos, corto y de aspecto juvenil que realzaba su espléndida figura. Nico estaba encantado de verla así y no con el traje amarillo de faena tan poco femenino.
–¡Estás guapísima!
–Soy guapísima –alegó ella sin ningún rubor–. Tú en cambio estás hoy un poco simplón con esos vaqueros y la camisa, ¿no tienes una americana que ponerte? Había pensado llevarte a un Burguer King, pero al final te voy a llevar a un restaurante que es la hostia, muchísimo más pijo.
–¿Ah sí, dónde si se puede saber, aunque más pijo que un Burguer King es casi cualquier cosa?
–¡Bueno, no te creas, no veas en los tugurios en los que he estado!
Bajaron al parking y cogieron el coche de ella. Ismael, aparentemente viajaba siempre en transporte público desde su casa de Guadalajara. Un buen rato después –salvado el intenso tráfico de Madrid a esas horas– entraban en el restaurante del Club Allard, ubicado en Casa Gallardo, un edificio de corte modernista de principios del siglo XX, situado cerca de la Plaza de España. Tenía un ambiente acogedor y agradable y como había dicho Magdalena era bastante pijo, al menos muchísimo más que un Burguer King. Sin duda la comparación no era la mejor; el Club Allard contaba con amplios salones de techos altos con ricas escayolas y lámparas lujosas a la par que grandes ventanales que aportaban una interesante luz natural. El maitre les propuso un menú a base de snacks, entradas, un plato de carne y otro de pescado y diferentes postres y café. También cometió el típico error de preguntar al varón por el vino.
–Déjeme a mí la carta de vinos, si no le importa –le dijo al jefe de sala, a lo que este, un tanto azorado, no puso ningún reparo sabiendo que se había equivocado.
–¿Eres entendida en vinos? –preguntó Nico.
–Un poco –contestó Magdalena mientras indicaba al maitre su elección, un Muga Aro de 2005.
–¡Vaya, veo que sí, que eres más que entendida. Es un excelente Rioja!, por cierto, ¿te has fijado en el precio?
–No te preocupes por eso, ya me lo cobraré en carne –dijo ella riendo, mientras el empleado del club se retiraba de la mesa sonriendo.
Empezaron a disfrutar de la comida de forma distendida, hablando de muchos temas, incluidos, como no, los referentes a sus trabajos, a pesar de que la idea era precisamente olvidarse de ellos. Con la segunda copa del tinto crianza se les empezó a soltar la lengua.
–¿Entonces, quién es esa mujer tan especial a la que ahora estás tocando los cojones?
Nico no terminaba, por más que lo intentaba, de acostumbrarse a la claridad de las palabras de su compañera.
–Se llama Rocío y es la primera chica con la que yo…
–¡Estás persiguiendo a la tía que te desvirgó, ja, ja, ja, eso sí que es bueno! –comentó Magdalena incrédula.
–Sí –confirmó Nico riendo también aunque de forma más comedida. Bueno, en realidad estoy siguiendo a su marido, o novio, o amante, no sé lo que son. No me atreví a preguntárselo. Sé que trabajan juntos y que amanecen juntos. También que hacen deporte juntos. Y lo peor de todo, o lo mejor, porque sé que cuando te lo cuente te vas a mear ahí mismo de la risa, es que el sábado les perseguí en una barquita del Retiro y aprovechando el impulso que llevaba les choqué tirándole a él al agua cuando me estaba amenazando.
Magdalena no pudo más. Comenzó a reírse de forma desmedida mientras espurreaba el vino que tenía en la boca y daba unos golpes en la mesa provocando un pequeño escándalo entre la gente de bien que también estaban disfrutando de su comida en el Club Allard.
–Te iba a proponer para bajar la comida pasear por el Templo de Debod que está aquí al lado, pero acabo de decidir que no, que nos vamos a ir al Retiro y me vas a dar un paseo en barca –sentenció la rubia de pelo rapado, que no había parado de reír, mientras se frotaba los ojos con las manos.
–¡Estás muy loca, Magda!
–¡Lo sé y por eso te gusto, por cierto, es la primera vez que me llamas así… Magda!
–Mañana me gustaría despertarme y desayunar con una fan de los Bulls, ¿crees que será posible? –preguntó Nico en lo que era toda una declaración de intenciones para lo que debía pasar después del paseo en barca.
–¡Tendré que saltarme por segunda vez mis principios de no acostarme con compañeros! –resolvió Magdalena como si aquello le supusiera un gran esfuerzo.