sábado, 24 de octubre de 2015

ENMASCARADO (XXIX). CAP. 8: NO HAY COMIENZO SIN UN FINAL





I


   Tras el incidente de El Retiro, Nico se sentía especialmente raro. Pensaba que estaba buscándole las vueltas a una persona a la vez que él se había metido en la piel de otra para evitar que le sucediera algo parecido. Sin embargo, si quería seguir adelante con aquello, de lo cual estaba cada vez menos seguro, tenía que avanzar con el caso.

   De nuevo el cielo estaba despejado y la temperatura era bastante agradable, por lo que no quiso desaprovechar la mañana del domingo, pensando que podía ser otro día de deporte para el abogado listillo, si este no se había sentido suficientemente humillado con su chapuzón en el lago. Se equivocó. Al parecer las intenciones de Fernando Rejón para ese día no pasaban por hacer deporte sino de viajar, al menos eso dedujo Nico al verle introducir una maleta de gran tamaño en su vehículo justo cuando el agente de “La Máscara” accedía a la calle donde vivía el abogado. Fernando se apercibió de la presencia del New Beetle amarillo y, nervioso, cerró inmediatamente el maletero de su Jaguar XJ, arrancando el coche unos segundos después, marchándose a toda velocidad. 

   –¡Vaya, vaya, al parecer sí que tenemos para un Jaguar nuevecito! –pensó Nico.

   Comenzó a seguirle, pero tan solo tres o cuatro minutos después cambió de idea. Vio como tomaba la calle Alcalá y algo le dijo que se dirigía hacia el aeropuerto, lo cual significaba que Rocío se podría haber quedado sola en casa. Era el momento de tratar de hablar con ella. Era el momento de solucionar ese problema.


   Se quitó el maquillaje verde lo mejor que pudo y dejó el sombrero en el coche. Con Rocío no se podía comportar de la manera que lo estaba haciendo con su marido, novio o lo que fuera para ella Rejón. Pese a ello, tendría que visitarla con el excéntrico traje amarillo. Creyó conveniente acudir a su casa y presentarse como la persona que realmente era, como Nico, el que fuera un día hermano de su mejor amiga y también uno de sus primeros amantes –o al menos eso creía él- aunque eso pudiera suponer algún peligro. 

   Nico accedió al portal pensando que la sorpresa que se iba a llevar Rocío sería mayúscula. Ni siquiera por un momento pensó que cuando entraba en el número 28 de la calle Núñez de Balboa, estaba siendo vigilado desde otro New Beetle amarillo.



II


   Entró sin llamar a su despacho y se sentó en una de las sillas dispuestas para los clientes y visitas. No era algo que le extrañase, la verdad. Magdalena en esa empresa tenía como una carta blanca para hacer y deshacer lo que otros ni siquiera podían imaginar.

   –¡Adelante, siéntate si quieres! –dijo él de forma irónica. 
   –¿Qué te pasa Ismael, te he visto muy raro durante la reunión con los jefazos?

   Por más que había oído expresiones similares, Nico no se terminaba de acostumbrar a que su compañera hablara así. A él le gustaba decir la reunión semanal e incluso utilizaba el anglicismo “briefing” que a Magdalena solo le producía risas.

   –¿Me debería pasar algo?
  –Tú dirás. Yo sólo sé que en las últimas semanas no eres el mismo Ismael que conocimos cuando llegaste a trabajar con nosotros.
   –Tal vez sea que me estoy empezando a cansar de este trabajo. 
  –Lo que ha pasado últimamente con Ángel y Ernesto no es lo normal –dijo Magdalena tratando de animarle–. Supongo que lo de Ernesto nos ha afectado especialmente y mucho más a ti. Ha sido muy cruel. ¿Has ido a verle?
   –No, todavía no he podido. He tenido un fin de semana bastante movidito.
  –¿Qué te ha pasado, si se puede saber? El disco de Bublé bien vale un par de intromisiones más, ¿no crees? –matizó ella para tratar de quitar hierro al asunto.
   –Sí, dijo Nico, pero solo un par –sonriendo por vez primera.
   –¿Entonces?
   –Digamos que en el caso que estoy llevando me he encontrado con una mujer que fue muy especial para mí hace mucho, mucho tiempo, y no sé bien como actuar. Ayer hablé con ella largo y tendido.
   –¿Solo hablaste? ¿Me puedo sentir celosa? –volvió a decir riendo y mostrando su maravillosa sonrisa.
   –¿Celosa? ¡No lo sé, tú dirás!
   –¡Ja, ja, ja… puede! Oye, yo también estoy llevando ahora un par de casos un poco jodidos. ¿Te parece que dejemos por un día esta mierda de curro y salgamos a divertirnos? Te invito a comer.
   –Me parece una idea maravillosa, aunque creo que a Don Anselmo no le va a gustar nada.
   –A Don Anselmo que le den… –le susurró Magdalena al oído cuando se levantó–. En diez minutos nos vamos.


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