Apostado enfrente de la puerta del garaje del edificio donde se ubicaban las empresas de cobros de morosos, el personaje que sus compañeros creían que se llamaba Ismael Moreno esperaba impaciente a que aquel malnacido de Lucas Santolín hiciera acto de presencia para tratar de ponerle las cosas más difíciles, ¡cómo si no lo fueran ya!
Tuvo que esperar algo más de cuarenta minutos y ver salir y entrar varios coches de las empresas de la competencia y también de la propia. Cada vez que veía un morro de coche amarillo giraba la llave de contacto de su vehículo para inmediatamente después volver a parar el motor. Su Touareg había respondido a la maravilla a pesar de haber estado meses sin ser arrancado. Mientras hacía tiempo, al ver salir los otros coches pensó en lo extraño del hecho de que varias empresas en teoría rivales compartiesen el mismo edificio, llegando a la conclusión –más cuando sabía que también compartían información– que estas empresas debían tener truco, que de alguna manera todas eran lo mismo a pesar de que aparentemente cada una tuviera a un Don Anselmo, un Don Miguel y un Don Carlos.
Lucas por fin se decidió a aparecer. Seguir a un coche se había convertido ya en algo habitual para él. Ahora incluso sería más fácil por lo llamativo del vehículo a seguir y por que el vigilado –otrora vigilante– no esperaría para nada que lo estuvieran haciendo con él. Vio como salía hacia la Avenida del General Perón y torcía a la derecha buscando el Paseo de la Castellana, justo a la altura del Santiago Bernabéu. Al girar hacia la Avenida de Alberto Alcocer no pudo por menos de pensar que se dirigía a ver a Emilio Luis, sin embargo, un ratito después comprobó como pasaba de largo y se incorporaba a la M-30. Un terrible presentimiento le decía que iba hacia su antiguo apartamento de la Torre Panorama, sin embargo, unos minutos después tomó la salida por la A-1 en dirección Burgos para más tarde encaminarse hacia La Moraleja. El campo de Golf era su destino.
–¡No me lo puedo creer!, ¿el más responsable de la empresa se va a hacer unos cuantos hoyos? –se dijo Nico a la vez que preparaba la cámara de fotos del móvil. Esta vez no podía contar con la cámara profesional que siempre llevaba en el coche de empresa, no obstante podía conformarse con la calidad de esas fotos, aunque su teléfono no disponía de una cámara con tropecientos megapíxeles como la de alguno de esos otros con los que empezaban a aburrir en los anuncios de televisión–. ¿Qué hace, no saca los palos del coche?
Bajó de su vehículo y le siguió a unas más que prudenciales decenas de metros. Lucas entró en el club y un par de minutos después lo hizo él. Un empleado del campo de golf le retuvo unos instantes, pero al reconocerle como un antiguo cliente le permitió pasar sin más dilación. Tardó unos instantes en volver a dar con su compañero y pudo comprobar que no, que no se disponía a jugar al golf, que se encaminaba hacia una de las cafeterías del club. Sentía que se estaba poniendo en peligro. No podría fácilmente justificar que hacía él allí. Pensó que podría decir que estaba siguiendo al abogado del caso que estaba llevando, pero lo normal es que si fuera así fuese vestido con el extravagante traje amarillo y maquillado de verde, a la par que nunca hubiese conseguido entrar en el club de esa guisa. Ya daba igual todo. Seguiría con el plan establecido. Pero el plan establecido le aplastó de lleno cuando observó que Lucas saludaba a un hombre y se sentaba en su mesa. Era Arturo.
Se sintió traicionado como solo Cristo pudo sentirlo con San Pedro o Julio César con Bruto, a pesar de que desconocía por completo de que hablaron en la aproximadamente media hora que estuvieron reunidos. Tampoco sabía Nico en qué términos habían pactado esa reunión, ni quien habría dicho ser Lucas. Él mismo, en más de una ocasión, para tratar de sonsacar una primera información sobre algún moroso, había mentido, llegándose a presentar como policía. ¿Habría utilizado la misma técnica su perseguidor? Igual estaba dándole demasiadas vueltas y pensando mal de su antiguo socio y este no le informaba de nada. Seguramente le diría que iba ya para cinco meses que no se veían. En todo caso pensó que era suficiente, que se había expuesto ya bastante y que no le quedaba más remedio que esperar en el coche a que saliera el agente de La Máscara.
–¡Hasta luego, señor Blanes, hoy se va muy pronto! –dijo el entrometido empleado, que vestía con el clásico polo azul cielo con el emblema del club cuando le vio abandonar las instalaciones–. Afortunadamente Nico nunca se enteraría, que poco después de salir Lucas y él comenzar a seguirle, el responsable trabajador tendría también unas amables palabras de despedida con Arturo en el que mostraba su sorpresa por no haberles visto juntos.
Lucas salió sonriendo. Caminaba deprisa, como en él era habitual, sin embargo Nico quiso ver que tenía muchas ganas de seguir trabajando. Había conseguido algo. Se agachó cuando le vio a través del espejo retrovisor que avanzaba hacia él. Pasó de largo. Se dispuso a arrancar su coche cuando observó que su compañero solo había hecho una maniobra de incorporación al carril derecho al final de la calle y volvía en sentido contrario. Se volvió a agachar. Dejó pasar unos segundos y comenzó a seguirle. Nada de contemplaciones, no tenía tiempo para ir a hacer una maniobra al fondo, él directamente se incorporó al otro lado de la vía desde su posición.
Lucas comenzó a hacer el camino inverso que había hecho a primera hora de la mañana, sin embargo, cuando llegó al nudo de Manoteras tomó la salida hacia la Isla de Chamartín. Ya no le quedaba ninguna duda. Lucas sabía donde había residido hasta antes de irse a Guadalajara. Arturo se había ido del pico. Desconcertado por las distintas calles –sin duda no conocía la zona– Lucas tomó una calle equivocada. Tendría que dar un pequeño rodeo porque había pasado por debajo de las vías del tren. Según buscaba la salida que le volviera a llevar a su verdadero destino, al cazador le pareció ver algo extraño en la calle –o más bien conocido–. Se acercó lentamente y sí, efectivamente, era un New Beetle amarillo igual al que él estaba conduciendo en ese momento. Por la matrícula supo que era el coche de Ismael, pero qué coño podía estar haciendo por ahí. Se fijó en que su compañero no estaba dentro del coche. Decidió dar un paseo a poca velocidad para ver si lo veía. Tras algo más de cinco minutos rodando por las distintas calles de la zona, un presentimiento le vino a la cabeza. Se acordó de lo que le había comentado el día anterior en el parking de la empresa –he llegado a pensar que tal vez pudieras conocer a ese Nicolás Blanes–, y de la respuesta de Ismael –¡no, hombre, cómo se te puede ocurrir insinuar eso. Si yo en algún momento conociera a alguna de las personas sobre la que cualquier compañero esté trabajando lo expondría en la reunión de los lunes! ¡Qué ocurrencias tienes!–. Ya no le quedaba la menor duda, Ismael y Nicolás Blanes se conocían.
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