viernes, 10 de abril de 2015

ENMASCARADO (II) (CAP. 1): GISELE, FRANK Y LOS HERMANOS


   No le importaba nada caminar completamente desnudo por su diáfano apartamento situado en la planta vigésimo segunda de aquella torre –a la que precisamente habían llamado Panorama– aún sabiendo que cualquier vecino mirón podría observarle perfectamente desde alguna de las plantas altas del edificio de enfrente; es más, le gustaba imaginar que eso sucedía, le gustaba saberse afortunado, le gustaba sentirse envidiado. Su chica –la de ese momento en concreto– sí que había tenido algún que otro reparo al principio, cuando la luz de la incipiente mañana comenzaba a entrar por los enormes ventanales. Nico supo que ese momento de duda era cuestión de apenas unos segundos, el tiempo justo en el que comenzó a excitarla recorriendo su cuerpo con su boca delante mismo de los cristales. 

   –No trabajas hoy –le había preguntado Lucía en un momento de la mañana–. Llevaban horas disfrutando juntos; gozando –pensó ella– como hacía mucho que no lo hacía.
   –Los negocios pueden esperar –contestó Nico–, sin embargo, tu puede que no estés mañana aquí y no quisiera por nada arrepentirme el resto de mi vida de haber disfrutado tan poco de tu cuerpo –siguió diciéndole él, susurrándole en realidad, en lo que era una clara manifestación de intenciones y que ella no había sabido comprender si era un piropo, una aclaración de lo que iba a ser su relación o por el contrario una respuesta filosófica sobre lo efímera que era la vida y lo rápido que pasa el tiempo.


   Sonó el teléfono por segunda vez. Por un momento pensó en cogerlo, podría ser su chica desde Barcelona –ciudad en la que asistía a un importante congreso médico de su especialidad desde dos días antes–. Luego pensó que no, que ella no sería a aquellas horas que ya casi apuntaban al alba. Apenas se llamaban, y solo por cortesía, una vez cada día cuando ella o él salían fuera de la ciudad. Se querían. Habían congeniado magníficamente, y eso a pesar que Itahisa era conocedora de las múltiples aventuras pasajeras que su chico tenía día sí y día también cada vez que ella estaba fuera por motivos de trabajo. Lo había aceptado a regañadientes –no quedándole más remedio– pero cada vez empezaba a estar más harta de esa situación, cada vez estaba más harta de sentirse una cornuda. Así se llamaba así misma repetidamente en voz alta en los momentos de máxima frustración. Eso y, estúpida, imbécil, payasa… Sabía que él quería una relación liberal, y ella estaba de acuerdo, pero entendía más bien lo de liberal en el hecho de no vivir juntos, de encontrarse o llamarse cuando les apeteciera, sin ninguna obligación. En los últimos veintiocho meses, el tiempo que llevaban juntos, ella no había mantenido ninguna relación con nadie que no fuera Nico; y no por falta de oportunidades –los congresos odontológicos daban mucho de sí–, y es que al igual que Lucía en esos momentos, Itahisa era otra auténtica preciosidad de piel tostada y pelo moreno, que su pareja –en su fantasioso juego– quería asemejar con Adriana Lima.

   Descartó la opción de coger su móvil de última generación, a pesar que llevaba casi un minuto sonando. Siguió concentrado en sus juegos sexuales. La melodía dejó de sonar justo en el momento en que La Voz decía aquello de… 


[…] And more, much more than this,
I did it my way […]” [1].


   Apenas habían pasado diez minutos. El cuerpo de Lucía-Gisele, se movía ahora lenta y acompasadamente con el suyo encima de una cama de dos por dos, cubierta de unas blancas sábanas de seda, su melena caía sobre sus pechos, mientras él trataba de retirar una y otra vez los bucles que formaba el pelo en sus enhiestos pezones. El teléfono volvió a sonar. Nico miró hacia el móvil.

   –¡Ahora no, por favor, ahora no! Al final voy a acabar odiando esa canción –dijo Lucía sonriendo mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos.
   –Es imposible odiar esa canción, –respondió excitado él–, Sinatra es lo más grande.

   No obstante, Nico no pudo por menos que pensar que algo raro estaba pasando, aunque siguió con el juego. No quería saber quién podría ser el inoportuno que tanto insistía, si bien empezó a pensar que estaría relacionado con alguno de sus productivos negocios. Minutos después –cuando ya habían alcanzado el orgasmo– el móvil comenzó de nuevo a vibrar y sonar con un presagiador… 



“[…] And now, the end is here […]” [2]


   –¡Nico, que cojones haces que no coges el teléfono, llevo un buen rato llamándote. Seguro que estás con alguna de esas zorritas amigas tuyas! –se oyó gritar a través del altavoz a una más que alterada voz masculina–, ¡Ven de inmediato a mi despacho, no has oído las noticias!, ¡Dios, es la ruina, Lehman Brothers se ha declarado en quiebra! 
   –¡Joder, joder, joder!, –es lo único que supo o pudo decir, mientras apartaba a Gisele de un empujón hacia un lado de la cama. 

   Se vistió rápidamente con lo primero que tuvo a mano, la misma ropa de la noche anterior, sin pasar siquiera por la ducha –algo que siempre hacía tras concluir con cada uno de sus ligues–. Apenas se peinó. Cogió la cartera, las gafas de sol, el móvil y las llaves del coche.

   –¡Cuando te marches cierra la puerta, por favor! –dijo sin pensarlo siquiera, aunque claramente afectado por la noticia que acababa de recibir–. No hubo ningún beso, ni un nos volveremos a ver y mucho menos el darse mutuamente el número de móvil.








[1] […] Y más, mucho más aún; lo hice todo a mi manera […] “My way”. Frank Sinatra.
[2] […] Y ahora, el final está cerca […] “My way”. Frank Sinatra.

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