I
Sintió que se abría la puerta y salió corriendo y alegre con la intención de darle un gran abrazo. Volvería a hacerle el amor repetidas veces. Se encontraba desnudísima, tal y como él la había dejado en la cama hacía ya casi siete horas, cuando incomprensiblemente la había apartado de malos modos de su lado para salir corriendo después de aquella misteriosa llamada. El grito ahogado que lanzó denotó que la sorpresa fue mayúscula. Lo que menos podía esperar Lucía es encontrarse delante de otra mujer con un par de maletas a los pies.
- ¿Dónde está ese cabrón?, –dijo Itahisa mientras entraba enfurecida hacia el dormitorio–. ¡Nico, Nico! ¿Dónde te has metido, sinvergüenza?
- No está, –dijo dubitativa Lucía–, se marchó hace ya unas cuantas horas.
- ¿Por qué te tapas ahora? ¿Te da vergüenza? Supongo que eres una de sus amiguitas de turno, eh, ¿no es así? Vaya, veo que eres muy guapa. Si señor, el muy cabrón sigue teniendo muy buen gusto.
Lucía, abrumada, hizo ademán de volver hacia el dormitorio para recoger sus cosas y marcharse de inmediato sin dar ninguna explicación. Había comprendido de inmediato que en la vida de Nico existía otra chica y que esa chica, con su tono, palabras hirientes y fundamentalmente con las llaves de la casa en la mano, hacía valer ciertos derechos que ella desconocía hasta el momento.
- ¿Cómo te llamas?, –preguntó inquisitiva Itahisa a Lucía mientras esta trataba accidentadamente de abrocharse el sujetador–.
- Lu… Lucía y tú supongo que eres la mujer de Nico, ¿no?
- No, su mujer no guapita, soy Itahisa, su novia.
- Lo… lo siento, lo siento mucho, de verdad. Yo, yo no sabía que Nico tuviera pareja. El me dio a entender que estaba completamente libre, –dijo Lucía mientras terminaba de vestirse, ante los gestos de incredulidad de Itahisa–.
- ¿Te marchas? ¿Por qué? No, no lo hagas, la que me marcho soy yo. Te lo dejo para ti solita. ¡ay, que tonta! Si lo tendrás que compartir con otras cuantas golfas como tú. Yo ya aguanté más de lo que te puedas imaginar y ya no tengo edad para estos juegos. ¡Ah!, dile a tu amiguito que no quiero saber nunca nada más de él, que para él he muerto, o mejor, que para mí él está muerto.
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