viernes, 17 de abril de 2015

ENMASCARADO (III) (CAP. 1): GISELE, FRANK Y LOS HERMANOS





II


   Condujo rápido por la ciudad. Siempre le había apasionado la velocidad, pero nunca tanto como para poner su vida o la de los demás en juego. Una cosa era disfrutar de las prestaciones de su coche y otra bien diferente ser un insensato. La liberación de adrenalina la dejaba para sus actividades deportivas extremas, entre ellas –aunque no la principal– los circuitos de carreras. Aparcó en el primer sitio que pudo, sin tener en cuenta la zona azul, olvidándose por completo que existían unos pequeños artefactos llamados parquímetros. 

   El despacho de Emilio Luís –su abogado y gestor– se encontraba en la planta tercera de un famoso edificio de oficinas en Chamartín. Subió corriendo por las escaleras. No tenía tiempo para esperar al ascensor, tal y como estaba haciendo una señora de avanzada edad muy bien vestida que portaba en brazos a un pequeño yorkshire con dos lazitos rojos en las orejas. Abrió la puerta Inés, la guapa secretaria de Emilio a quien Nico había echado un tiento en un par de ocasiones, siendo una de las pocas mujeres que se le habían resistido. 

   Pasó al despacho sin llamar –como en él solía ser habitual–. Era un espacio muy amplio, decorado con un mobiliario de lujo y un gran gusto. Diseño italiano. Emilio Luís –un auténtico gigante de dos metros de altura y más de ciento treinta kilos de peso– se levantó de su Chester de piel marrón, no sin hacer un gran esfuerzo, y tendió la mano a Nico. Iba vestido de forma impecable, con un traje de Armani en el que difícilmente podía verse una arruga. Nunca se quitaba la chaqueta ni se aflojaba la corbata. Prefería poner el aire acondicionado a más potencia. Entendía su imagen como el primer punto para ganarse a un cliente. Si alguna vez apreciaba alguna indeseable arruga mucho más llamativa de lo normal, se cambiaba de chaqueta, poniéndose una completamente igual, pues siempre compraba los modelos de dos en dos.

   – ¡Déjate de formalidades y cuéntame de forma rápida y que yo pueda entender como nos afecta la quiebra de Lehman! 

   Comenzó dubitativo –algo inusual en él– perdiendo la mirada hacia el enorme mural de Tápies. Sabía la trascendental importancia que suponía la noticia y como esto afectaría a su cliente. No era el único afectado, pero sí el que más iba a perder de todos los que componían su cartera, por lo que prefirió reunirse primero a solas con él, dejando al resto para una reunión posterior, si es que antes éste no le mataba.

   Le habló de la banca de inversión, de diferenciales de tipos de interés a corto y largo plazo, de los créditos e hipotecas subprime y de las SICAV, del rescate a otras entidades financieras norteamericanas y de cómo a Lehman Brothers le habían dejado sucumbir y finalmente de la inmediata caída de las bolsas de todo el mundo y otros muchos términos financieros que no eran nuevos para Nico, pero a los que nunca había querido prestar la suficiente atención. Para él lo más importante era ver como sus cuentas crecían día a día, mes a mes y año a año. Tenía plena confianza en Emilio Luís y sabía que este buscaba lo que creía mejor para el cliente, puesto que eso sería también lo mejor para él mismo. Cuanto más ganara uno más ganaba el otro. Nico no pudo por menos que echarse las manos a la cabeza y dejarse caer hacia atrás cuando su gestor económico le dio a entender que lo habían perdido prácticamente todo.

   – ¿Todo, cómo que todo?, me estás diciendo que todo el trabajo de estos años se nos ha ido a la puta mierda en un instante –preguntó incrédulo Nico.
   – Bueno, no es exactamente así, pero como si lo fuera. Al entrar en quiebra, lo primero es la suspensión de pagos a todos los acreedores, entre los que nos encontramos nosotros. Eso va a suponer que nos quedemos, como les ha pasado a ellos mismos, sin crédito y sin dinero con el que hacer frente a todos nuestros compromisos y deudas, lo que hará que en un breve plazo nuestros negocios se vayan, como tú has dicho, a la mismísima mierda. 
   – ¡A la puta mierda dije, no a la mismísima mierda, me oyes, a la puta mierda! Las cosas hay que decirlas como son y nada de soplapolleces.
   – Sí, claro –asintió su abogado y gestor, perdiendo todo el aplomo que su voluminosa imagen le aseguraba.
   – ¿Pero algo podremos hacer? –volvió a inquirir desesperado Nico.
   – La verdad es que nunca o difícilmente podremos recuperar todo nuestro dinero invertido allí. Puede que una parte, pero lo que recuperemos tardaremos mucho tiempo en hacerlo, puede que varios años y no sin antes litigar en juicios amplísimos y larguísimos. De momento solo podemos que ponernos en la cola y esperar.
   – ¡Esperar dices, esperar! ¿Pero cómo ha sucedido esto? Confiaba en ti y me has arruinado ¡cabrón!, ¿no decías que eran negocios seguros? 
   – Entiendo que te enfades, tienes todo el derecho, pero pensamos que era la mejor inversión, que sería la que más nos pudiera aportar. Ya sabes cómo funciona este mundo, nada es seguro. Precisamente por ser esos fondos tan especulativos era por lo que podíamos ganar mucho dinero. Nos han jodido los putos yankies… En los mercados financieros cuando esperas que algo va a pasar, actúas como si ya estuviera pasando y al final acaba pasando. Las sociedades que trabajaban con Lehman Brothers pensaron que corrían un gran riesgo y quisieron limitar su exposición, dejando de renovar sus actividades con ellos, olvidándose de sus líneas de crédito, de sus negocios. Perdieron su liquidez y han acabado con muchos de nosotros, que para ellos apenas somos significantes. Para más inri, las inversiones que teníamos en bolsa a través de sociedades españolas, aunque no se han ido a la mierda, han perdido directamente un importante valor, y puede que lo de hoy solo sea el principio. Los próximos días serán cruciales, pero no esperes nada bueno.
   – ¿Y qué voy a hacer yo ahora?
   – Solo podemos esperar. Esperar a ver qué es lo que nos queda de todo esto. Podríamos tratar de malvender algunas de nuestras acciones, pero el gran problema es que ahora nadie las querrá comprar, tan sólo algún buitre carroñero sin necesidades importantes a corto plazo, pero esperará a que se devalúen todavía mucho más.

   Nico salió abatido de la reunión, que se había alargado por más de tres horas. No parecía ni la sombra de la persona que había entrado con ímpetu en aquel despacho. Al salir, Inés, que había podido escuchar las voces que allí se habían dado, trató de ser amable con el apuesto empresario. No surgió ningún efecto.


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